Según la Unesco, “la cultura forma parte de nuestro ser y configura nuestra identidad. Sin cultura no hay desarrollo sostenible”. En esta línea, la Unesco pone especial interés en la cultura, priorizando su identificación en la mayoría de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).
Nos ubicamos en un mundo globalizado que intenta difuminar las fronteras entre países y sociedades para lograr un funcionamiento común que nos beneficie a todas las personas. La idea de globalización, que cada vez ha ido formando más parte de nuestras vidas, defiende una identidad comunitaria que vele por un progreso conjunto de aquellas que la forman.
A pesar de que podríamos pensar que este objetivo de crear una única identidad comunitaria lleva a una homogeneización de las identidades culturales, la realidad de la globalización en la que vivimos nos ha demostrado lo contrario. La globalización ha funcionado como un motor de tolerancia indiscutible; es decir, como una "inmensa maquinaria de inclusión universal" (Polanco, 1997). La globalización, por tanto, es clave en el respeto a la diversidad cultural.
La Declaración universal sobre la diversidad cultural de la Unesco (2001) afirma que el respeto a la diversidad cultural está "entre los mejores garantes de la paz y la seguridad internacionales". Estamos de acuerdo en que el respeto y la tolerancia son conceptos que comprenden en sí mismos la idea de paz social, pero ¿qué ocurre con la naturaleza de la diversidad cultural? ¿En qué consiste y por qué es tan importante concienciarse sobre su existencia y su trascendencia en la sociedad?
La diversidad cultural, definida en la misma Declaración Universal de la Unesco, se entiende como "el patrimonio común de la humanidad que debe ser reconocida y consolidada en beneficio de las generaciones presentes y futuras". La diversidad cultural es riqueza común, es historia, es humanidad en sí misma y es realidad presente.
Además, la diversidad cultural se entiende como "factor de desarrollo" porque promueve el diálogo entre culturas y civilizaciones. La posibilidad de dialogar con otras culturas y convivir con ellas ofrece la oportunidad de abrir nuevos horizontes de elección. En realidad, nos hace más libres porque nos enseña mundos nuevos que explorar. Esto, además, impulsa en cada persona la resiliencia necesaria para adaptarnos a los cambios del presente y del futuro incierto que compartimos.
La diversidad cultural, por tanto, es uno de los mayores motores del progreso y la riqueza sociales. La globalización genera unas condiciones óptimas para el diálogo entre culturas y civilizaciones, por lo que es nuestra decisión aprovecharnos y disfrutar de esta situación.
Creo que estaremos de acuerdo en que es trascendental seguir por el camino de la tolerancia y el respeto, siendo conscientes de la riqueza humana que conlleva la diversidad cultural. Es elección nuestra apostar por el progreso. Además, hablamos de la diversidad cultural pero, ¿y si solo nos quedáramos con la palabra diversidad? La conclusión sería la misma: la diversidad, sea del tipo que sea, nos hace fuertes y nos permite crear un futuro mejor y más libre para todos y todas.
Aceptemos que las personas estamos en constante evolución y cambiamos con nuestras relaciones y vivencias, la conexión y enriquecimiento que nos permite el acercamiento a otras culturas y personas es brutal. En definitiva, progresamos y orientamos nuestra mente y alma a la hora que corresponde.
Creo firmemente que abrir nuestra mente y aprender de otras culturas son signos de inteligencia, además del mejor elixir para la aceptación de la diversidad como algo natural, innato e inevitable en el ser humano. Conectemos con las historias por una sociedad libre de prejuicios e intolerancia, así nuestro día a día se inspirará en la realidad de nuestras vidas.
Disfrutemos —personas, empresas y organizaciones— a la vez que nos enriquecemos de la diversidad de pensamiento. Todo ello nos dará una base sólida para afrontar situaciones críticas y obtener innovación y talento.
“En la diversidad hay belleza y también fortaleza”. Maya Angelou.
*** Mar Aguilera es la directora de la fundación Alares.