Corrían los últimos años de la década de los noventa y el eslogan Salud para todos en el año 2000 relucía por doquier. Aquello era una declaración de intenciones para eliminar cualquier obstáculo opuesto a la sanidad global. Entonces se entendía por limitaciones un número importante de circunstancias que iban desde la malnutrición hasta la ignorancia, pasando por el agua no potable, la falta de higiene y la carencia de personal sanitario, camas en hospitales, medicamentos esenciales y vacunas.
Todo comenzó unos años antes en la Conferencia Internacional sobre Atención Primaria de Salud de Alma Ata (antigua capital de Kazajistán) en septiembre de 1978. Con la participación de 134 países y 67 organizaciones internacionales, por primera vez en la historia, se puso de relieve la necesidad de acciones por parte de gobiernos, sanitarios y la comunidad internacional para promover la atención primaria, clasificándola como piedra angular de la salud. Como dato curioso: fue sonada la ausencia de China en este acuerdo.
¿Hemos avanzado?
La respuesta es un sí rotundo. La investigación científica desarrollada en las últimas décadas ha aportado soluciones para una pléyade de patologías. Además, los programas de diagnósticos preventivos y la vacunación nos han provisto de una coraza frente a las eventualidades. En términos generales y aún con significativas excepciones, la sociedad moderna ha tomado por bandera la declaración de Alma Ata. Sin embargo, en aquella hoja de ruta se obvió un elemento esencial: no estamos solos en el planeta.
Los humanos pasamos de un período donde nos alejábamos cada vez más de la naturaleza circundante al momento actual, donde la interacción entre personas, plantas y animales se ha intensificado profundamente. El crecimiento de la población y su expansión casi exponencial a nuevas áreas geográficas nos ha llevado a vivir en contacto con animales; un hecho que propicia el salto de patógenos de una especie a otra, es decir, la zoonosis.
Como dato a tener en cuenta, la Organización Mundial de Sanidad Animal (OMSA) calcula que alrededor de un 60% de las enfermedades infecciosas conocidas en humanos son de origen animal. En este sentido, varios estudios aseguran la existencia de más de 200 enfermedades compartidas entre nosotros y animales domésticos y salvajes.
Además, el planeta está experimentando cambios de calado fomentados por varios factores entre los que no podemos olvidar la deforestación, el uso de combustible fósiles y la ganadería intensiva. Todo ello nos ha llevado a contaminar los suelos, entrar en contacto con animales avivando la zoonosis, abusar del uso de antibióticos y acercarnos a un declive climático que provoca la extinción de algunas especies y desplazamientos de otras.
Por último, el vertiginoso aumento de los viajes internacionales nos ha hecho más conscientes de nuestras riquezas culturales, pero a la vez favorece la rápida transmisión de enfermedades y el desplazamiento eficaz de los vectores que las causan. El gran ejemplo lo hemos vivido con el comienzo de estos nuevos años 20, con la Covid-19.
Es imperativo cambiar la línea de pensamiento e ir hacia estrategias científicas y sociales integrativas. Desde hace algún tiempo un concepto se va imponiendo con una fuerza huracanada: OneHealth, cuya traducción literal es una única salud. La evidencia científica nos ha hecho comprender que el bienestar de las personas pasa, sin lugar a cuestionamientos ideológicos, por reconocer que nuestra salud depende en gran medida del equilibrio con otros actores: los otros animales, las plantas y los ecosistemas.
Al descuidar los ecosistemas podemos provocar eventos naturales como las inundaciones que afectan nuestra salud de manera drástica. Si abusamos de la explotación animal provocamos decenas de inconvenientes que se conectan con la conservación de los ecosistemas, la resistencia a antibióticos y aparición de enfermedades. Finalmente, al contaminar empobrecemos la calidad del aire y ya se cifran en tres millones las muertes anuales por esta causa. La lista continúa y el etcétera se hace infinito e insoportable.
¿Cuál es la solución?
Pensar y actuar teniendo en cuenta la globalidad del problema. Apartemos el egocentrismo y vayamos a un enfoque unificador con el objetivo de equilibrar y optimizar de forma sostenible la salud de las personas, los animales y los ecosistemas. Urge abordar la necesidad colectiva de agua, energía y aire limpios, alimentos seguros a la par de nutritivos, actuar sobre el cambio climático y favorecer el desarrollo sostenible. Una única salud es la respuesta.
¿Cuáles son las herramientas para conseguirlo?
Hay un total de tres medidas: una educación holista en estos conceptos, la inversión en ciencia y una estrategia consensuada a gran escala. Sin embargo, cada cual puede abordarlo desde su perspectiva personal.
¿Cómo? Desterrando las ideologías y credos que nos alejan de salvar nuestra casa, dejando de pensar que las acciones pequeñas no tienen repercusiones globales, apostando por más ciencia y humanidades en nuestro día a día, abrazando una vida saludable para no añadir estrés a los recursos existentes, eliminando la frivolidad que trae el exceso de consumo, consolidando los hábitos que reducen nuestro impacto, pensando en verde a la hora de emprender e innovar y, fundamentalmente, recordando que, por ahora, la Tierra es la única opción. Nuestra salud también depende de la lozanía del planeta.
Todo parece indicar que se necesita un cambio de paradigma. La máxima debería ser prevenir antes que curar. Si el siglo XX se centró en alargar la esperanza de vida erradicando algunas enfermedades y logrando curas para muchas otras, nuestros años 20 deberían focalizarse en garantizar la salud dando cabida en el concepto al cambio climático, el mantenimiento de la biodiversidad y la preservación de los ecosistemas. Recordemos que todo es armonía en la naturaleza, cuando uno de los elementos cae el resto, tarde o temprano, se defenestrará.