En los últimos tiempos estamos asistiendo a un incremento, casi exponencial, de aplicaciones reales o un poco ficticias de lo que ha venido a llamarse inteligencia artificial. Pero, ¿qué es realmente esto?
Si abrimos uno de esos chats “inteligentes” tan de moda y le hacemos la misma pregunta nos responde: “La inteligencia artificial (IA) es una disciplina que trata de construir sistemas informáticos capaces de realizar tareas que actualmente requieren inteligencia humana. Esto incluye la toma de decisiones inteligentes, el procesamiento del lenguaje natural, el análisis de imágenes y video, el aprendizaje automático y la planificación”.
Mas si vamos a las noticias con las que cientos de medios nos bombardean podemos leer de todo: “La cura del alzhéimer mediante IA”, “la creación de los mejores poemas usando IA”, “una novela perfecta escrita enteramente por una IA” y así el chorreo de imprecisiones se aproxima a un insufrible infinito de escandalosos equívocos.
Es cierto que el desarrollo de la IA ha sido espectacular. Tal y como me dice el matemático y experto en ciberseguridad, Miguel Camacho, “veremos cosas increíbles en los tiempos venideros”. En esa misma cuerda se manifiesta otro amigo científico, el astrofísico David Barrados-Navascués, quien apuesta por la creatividad sin límites que puede tener la IA.
Yo no soy tan optimista.
Según la propia IA lo suyo es acelerar las tareas, perfeccionar el procesamiento para llegar a una toma de decisiones más óptima y, por el camino, ir aprendiendo. Lo mismo que ocurrió con la llegada de las calculadoras, y luego de los ordenadores, sucede ahora con un nivel superior. Es decir, al automatismo y la rapidez se le suma el aprendizaje.
Con ello, estamos asistiendo a una escalada interesante, antes sólo soñada, de interacción y análisis de datos con sus subsecuentes resultados. Pero, es eso: análisis masivo de datos y evolución para arribar a conclusiones matemáticamente perfectas.
Entonces es cuando pregunto: ¿Quién genera los datos? ¿Cómo se llega a ellos?
Desde el siglo pasado estamos acumulando mediciones variopintas, datos experimentales diversos, miles de millones –y me quedo corto– de números que se refieren a variables medioambientales, energías desprendidas o absorbidas, genes que se expresan o reprimen, proteínas que se activan o inactivan, frecuencias de ocurrencia de eventos atmosféricos y la lista podría ser interminable. Estos datos ahora tienen una segunda vida al ser analizados con la potencia informática del siglo XXI.
Entonces, aparecen correlaciones insospechadas, asociaciones inesperadas, conclusiones que exceden a nuestra limitada capacidad de procesamiento; pero sigue siendo una herramienta para agilizar el análisis, una calculadora evolucionada capaz de conectar extremos alejados, algo someramente parecido a pensar.
No pongo en dudas que llegará el momento en que la IA nos haga mirar hacia agujeros en los que no habíamos reparado. Pero recordemos que alguien tiene que generar el dato que luego la IA analizará, correlacionará y almacenará para su futuro uso. Ese alguien será un ser humano ayudado por la tecnología creada.
De la misma manera que el microscopio nos ayudó a aumentar lo pequeño y el telescopio a acercar lo lejano, la IA nos proporciona correlacionar lo insospechado.
Es preocupante que cada día por los laboratorios, lugares donde se generan los datos, aparezcan potenciales científicos que sólo quieren estar frente al ordenador creando o recreando algoritmos para realizar análisis masivos de datos. Cuando alguien, sin experiencia científica, me plantea que ese es su sueño una mueca se me dibuja en la cara y una pregunta salta de mi boca: ¿Te has planteado alguna vez generar esos datos y luego analizarlos?
Para eliminar el cáncer, y con esto hablamos de curar unas 200 enfermedades que comparten nombre, pero no apellido, seguro estoy que la IA nos allanará el camino. El análisis evolucionado de todos los datos disponibles de pacientes junto a sus peculiaridades genéticas-epigenéticas y las mediciones que se les ha hecho nos llevará a encontrar nuevas correlaciones y estas abrirán imprevistas avenidas a explorar. Pero, insisto, las mediciones y el por qué se hicieron, están orientadas por esa capacidad casi fantasiosa de relacionar imposibles que tenemos los humanos.
Será interesante, ya lo está siendo, asistir a los prolegómenos de esa creación humana llamada IA. No me cuestiono las alegrías múltiples que nos dará la celeridad del cómputo y las recomendaciones salidas de una IA. Sin embargo, sólo los humanos seguimos siendo capaces de generar el dato original, ese que alimenta a nuestra aliada: la IA. El experimento sigue siendo nuestro, aunque, para que sea perfecto, nos dejemos ayudar por aquello que hemos creado.
Voy más allá, la generación de datos viene sustentada por conjeturar y crear un concepto, una idea rompedora. La teoría de la relatividad de Einstein tuvo su inicio en imaginar el universo desde un rayo de luz. En un nivel inferior: la fusión de dos células y su papel en la metástasis se me ocurrió al ver el abrazo de dos bailarines en el Teatro Real. Luego vinieron los experimentos y las mediciones.
En cuanto a la creación literaria, aún deja mucho que desear. Desafortunadamente, ya están apareciendo textos horriblemente escritos, con olor a mecanicismo informático, que sin dudas han sido generados por IA y posteriormente fusilados por los nuevos Lazarillos de Tormes que inundan las redes. Queda en nuestras manos seguir valorando las metáforas, los símiles y los giros del lenguaje que los humanos somos capaces de impregnar a un texto.
Y en ciencia, no dejemos de crear conceptos y generar datos.
De hecho, al interrogar a una IA sobre su potencialidad para curar el cáncer nos responde: “La inteligencia artificial se está utilizando para ayudar a los médicos a diagnosticar y tratar el cáncer. Sin embargo, la inteligencia artificial no puede curar el cáncer por sí misma. Se necesitan más investigaciones para ver si la inteligencia artificial puede ayudar a los médicos a encontrar una cura para el cáncer”. Una clara respuesta plagada de repeticiones y poco estilo literario que refuerza todo lo que he escrito hoy.