Llevamos unos días que en España solo se habla de Ana Obregón y la gestación subrogada. Con algo de premonición hace un par de semanas te comenté sobre las posibilidades que, desde la ciencia, se están abriendo a raíz de unos experimentos en los que se generaron crías de progenitores machos.
La exaltación de los comentarios a todos los niveles y el interés desmedido que ha suscitado la noticia de la otrora bióloga devenida presentadora y actriz me ha hecho recordar aquello que reza: "Lo aparentemente urgente resta espacio a lo realmente importante". Mientras tanto nos vamos olvidando de lo esencial: la vida y su continuidad.
Entonces, preguntémonos: ¿Qué nos está matando realmente?
Es probable que por respuesta digas: la guerra y los conflictos sociales en algunos lugares del planeta. Puede que tengas razón, los conflictos bélicos han terminado con la vida de millones de personas, algo que los humanos podemos evitar. Contra ello se ha inventado la diplomacia, aunque a veces suele ser una medicina demasiado amarga. Pero mi pregunta va dirigida hacia aquello que no hemos podido dominar y que, con independencia de nuestras decisiones, acaba con la vida.
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En este caso, si tuviera que elegir una enfermedad entre todas las conocidas, diría, sin ningún tipo de dudas, la sepsis.
¿Sepsis? Te preguntarás. Es cierto que suena a suciedad e inmundicia, y el planeta de hoy es supuestamente pulcro y lustroso. Entonces, te pido un par de minutos para presentarte a este mal que un día puede acabar con tu vida, estés donde estés, tengas el mejor seguro médico, vistas de marca o de rastrillo.
De vez en cuando salta la noticia de alguna personalidad que, ingresada por un fallo orgánico, fallece con gran celeridad. La crónica se centra en el órgano fallido, la fastuosa vida de la celebrity, su legado y las disputas generadas por su herencia. Mas, pocas veces se nos dice: “Murió de sepsis en un mundo aséptico”.
Hace 2.700 años Homero hizo referencia a la sepsis en uno de sus poemas, sepo era la palabra usada. Sin embargo, en los años 20 del siglo XXI sigue siendo una desconocida para el gran público y un misterio para la ciencia.
En las series de cualquier plataforma las heridas no suelen infectarse, ¿alguien recuerda una sepsis en Juego de Tronos? En los telediarios no aparecen famosos contando su penosa experiencia con la enfermedad; pero hay más, a pesar de constituir una de las primeras causas de fallecimientos en el llamado primer mundo, y conociendo que por sepsis murieron la mayoría de las personas fallecidas en la pandemia de la Covid-19, aún hoy sigue en el total anonimato. A veces pienso que es así porque nos hemos olvidado de leer poesía.
Usando cifras calculadas a la baja, los casos de sepsis al año superan una cifra astronómica: 48 millones. Once millones de ellos culminan en el fallecimiento del paciente. Los números abruman, más aún, si te digo que el 20 % de las muertes en el mundo se deben a una sepsis.
A pesar de ser conocida desde los prolegómenos de la civilización –recuerda el poema de Homero– no fue hasta los años 90 del siglo pasado que esta enfermedad se definió clínicamente. Hoy llamamos sepsis a la disfunción de órganos causada por una respuesta descontrolada del cuerpo frente a alguna infección. Es decir, la sepsis se pone de manifiesto cuando nuestras propias defensas, en su empeño por eliminar a un patógeno invasor, dañan los órganos que nos permiten vivir e incluso, por una inacción posterior, permiten nuevas infecciones.
Con la sepsis se genera un problema de salud que supera con creces a su origen. No nos podemos quedar únicamente con los síntomas: fiebre, infección, declive cognitivo, bajada de tensión… hay mucho más.
Evidentemente, para que ocurra una sepsis tiene que existir previamente una infección, es decir, una bacteria, un virus o un hongo debe entrar en nuestro cuerpo infectándonos. Luego, en el intento de eliminar la infección, las propias defensas causan estragos en los órganos vitales, comprometiendo seriamente la vida del paciente.
¿Cuál es la solución hoy?
Antibióticos para eliminar la infección, sueros para mantener la homeostasis y esperar que el paciente resista el envite de su propio sistema de defensa. Es posible que esta no sea la respuesta que esperabas.
“La sepsis es una enfermedad tremendamente dinámica”. Estas son mis palabras cada vez que empiezo a exponer los datos científicos que ha generado mi equipo sobre el tema. El paciente al principio experimenta una activación de las defensas que provoca un estado inflamatorio importante, en este momento puede morir debido a esa respuesta defensiva. Haciendo una comparación burda: el organismo activa un misil nuclear para matar a una cucaracha; ella muere, pero se destruye todo lo demás.
Luego, si esa fase inflamatoria se supera, se debería llegar a un estado de normalidad con una bajada importante de esa defensa, exagerada, que se generó al principio. Sin embargo, en ocasiones ese declive defensivo es demasiado acusado y se llega a un estado que simula la inmunosupresión. La palabra que se usa en ciencia es “cansancio”. Las defensas se quedan exhaustas y permiten que cualquier mínimo ataque externo acabe con la existencia del paciente.
Como puedes ver, es muy compleja la situación que se genera con un paciente séptico. Pero hay más, en un porcentaje altísimo los pacientes se presentan en Urgencias con una mezcla de las dos fases. Los indicadores clásicos nos dicen que están en plena tormenta inflamatoria y los ensayos del laboratorio demuestran que sus defensas están cansadas. Cualquier decisión clínica puede ser contraproducente.
¿Se puede complicar más? Sí, todo ocurre en días, como mucho un par de semanas.
Internistas con mucha experiencia en Urgencias como Francisco Arnalich y Alejandro Martín Quirós, ambos investigadores del IdiPAZ (Hospital La Paz), han sido los auténticos culpables de mi interés por desarrollar marcadores de fases que, de alguna manera, oriente a los clínicos de cómo tratar a un paciente con sepsis.
“Paco” y “Ale”, nombres de pila que la confianza y los años de trabajo juntos me dan bula para usarlos, siempre apuntan a lo increíble que es que aún no tengamos una estrategia clínica certera para tratar, con rotundidad, a los pacientes sépticos y mucho menos a aquellos que desarrollan un nivel superior de la enfermedad, lo que conocemos como shock séptico.
Mis proyectos en este campo se inclinan hacia el potencial rol en la evolución de la sepsis de aquello que llamamos inmunocheckpoints, en palabras llanas y castellanas, unas moléculas que frenan a las defensas provocando el cansancio que te mencioné. Pero también nos preocupa y ocupa la repercusión de la enfermedad en los supervivientes. ¿Responden eficientemente a los ataques de agentes patógenos quienes sobreviven a una sepsis mucho tiempo después de haberla sufrido?
El reto científico está servido. Desde antes de la pandemia nuestro empeño se centraba en buscar aquello que diferencie y pronostique la evolución de cada paciente y, como sueño, encontrar una diana farmacéutica que definitivamente enclaustre a la sepsis en los libros de historia y los poemas épicos.
Y en ello estamos.