Domingo 20 de agosto. El mundo femenino español vive iluminado por un hito épico. También el británico, por cierto. Ambas naciones, sin necesidad de apelar al género. En realidad, y aunque cada país desee que venzan las suyas, nunca fue tan patente aquello repetido y aprendido de que lo importante en el deporte no es ganar sino participar.
Y en los últimos años, quienes hemos cumplido ya una cierta edad, hemos visto hecho realidad un capítulo que jamás habríamos siquiera imaginado. Porque nosotras niñas jugábamos al baloncesto, al balonmano o al voleibol —yo no, por cierto, que era pésima—. Después, adolescentes, al tenis, con referentes como Arantxa Sánchez Vicario o Conchita Martínez —yo seguía siendo pésima—. Pero ¿el fútbol? Era territorio vedado. Jamás habría osado soñar con probar mi idoneidad.
Nadie pensaba en esa posible actividad extraescolar hasta hace bien poco. Ni colegios, ni pueblos, ni ciudades contemplaban contar con un equipo femenino de fútbol. Hasta que irrumpió el fenómeno y los patrocinadores se interesaron, y los medios dieron primero espacios, luego preferentes, después, y sin solución de continuidad, portadas. Y trofeos. Lo más grande. Un hito, digo, que las futbolistas españolas hayan llegado a la final del Mundial. Pero más aún que hoy las niñas tengan como referente a Ivana Andrés o Alexia Putellas. ¡No es, por tanto, de extrañar que Barbie contraataque!
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El mismo día, este domingo 20 de agosto, en Ecuador podría ganar la primera vuelta electoral presidencial una mujer, la abogada y política Luisa González. No osaré glosar su hazaña ni el tortuoso viaje político del que podría ser fruto su elección. Tampoco seré yo quien se atreva a juzgar su ascensión ni su figura como otro referente, en este caso internacional, como presidenta de un país. Rara avis. Pero si fuera elegida sería referencial, otro hito, como ya lo es su candidatura.
Tres días antes, la balear Francina Armengol había sido elegida presidenta del Congreso de los Diputados en España. De tan natural que ya ni nos parece noticia que la tercera autoridad del país sea una mujer, tras haber ocupado el cargo la también socialista Meritxell Batet, desde diciembre de 2019, y anteriormente las populares, Ana Pastor (de mayo a diciembre de 2019) y Luisa Fernanda Rudí, (de abril de 2000 a abril de 2004), siendo esta la primera presidenta de las Cortes en su historia.
Digo natural, pero si hacemos cuentas, solo cuatro veces ha sido una mujer presidenta de la cámara baja durante quince legislaturas de nuestra democracia (¡Nunca antes!, es obvio, pero conviene recordarlo).
[De Rudí a Armengol: cuatro presidentas para las Cortes españolas en el siglo XXI]
No jugarán el mundial las afganas, constituidas como equipo desde 2007 y exiliadas desde que el 15 de agosto de 2021 los talibanes retomaron el poder. En diáspora, siguen demandando la posibilidad de representar a su país, resignadas a jugar, como hicieron recientemente, la copa Hope australiana, abrazadas por ese país que les ofrece casa futbolística mientras ven caer los cimientos de derechos de las suyas.
Me río de quienes se escandalizaron contemplando a Amaral cantar a pecho descubierto y no ante la desnudez de derechos de las niñas y las mujeres afganas, entre otras, que tampoco hay que olvidar a las iraníes, por cierto.
Pero siguiendo con las afganas, ellas no pueden cantar en público. En realidad, nada pueden hacer en público, tanto es así que la ONU denominó recientemente la situación de esta mitad de la población como una persecución de género, un delito contra la humanidad, un apartheid de género.
Cuánto han tardado en escandalizarse, por cierto, cuando desde hace dos años la población femenina se ha visto relegada a sus cuarteles —siempre— de invierno, sufriendo la represión e idéntico radicalismo religioso, social y político al que los extremistas talibanes les sometieron de 1996 a 2001, en el que fue su primer periodo al frente del país. El horror.
Amnistía Internacional y la Comisión Internacional de Juristas han considerado que la Corte Penal Internacional (CPI) debería incluir el crimen de lesa humanidad de persecución fundada en motivos de género en su investigación en curso sobre la situación en Afganistán.
Según Santiago A. Cantón, secretario general de la Comisión Internacional de Juristas, los actos y la política de represión talibán sobre las mujeres y las niñas cumplen los cinco criterios necesarios para “ser considerados crimen de lesa humanidad de persecución fundada en motivos de género”, tal y como destacan en el informe The Taliban’s war on women. The crime against humanity of gender persecution in Afghanistan.
Lo corrobora el informe. Lo aseguran las organizaciones internacionales, los investigadores y los periodistas que tienen la posibilidad de informar sobre la cruenta situación. Continúan doblegando a una población considerada de segunda, con la prohibición expresa de que las mujeres salgan solas, trabajen o estudien a partir de los 12 años.
Y desde luego se les impide acudir a la universidad. O trabajar más allá de las fronteras del hogar. O llevar tacones. O vestir libremente; solo es posible ir cubiertas de la cabeza a los pies. O acudir a salones de belleza. O salir sin su mahram, un hombre cercano, ya sea padre, marido o hermano. O compartir transporte público con hombres. O practicar deporte. O elegir marido. O manifestarse.
Ni bailar, ni cantar, ni reír, ni jugar, ni estudiar… La consigna es solo rezar y quedarse en casa. Únicamente la religión vertebra, realiza y santifica. Y, en efecto, es especialmente sangrante hacia las mujeres y las niñas. Pero no solo. La sociedad en su conjunto sufre los efectos de un poder talibán que por ejemplo impide cualquier tipo de música que no sea la religiosa. Y eso sin distinción de géneros.
De hecho, cuando retomaron el poder, la principal escuela de música afgana, el Instituto Nacional de Música de Afganistán, se vio obligada a cerrar sus puertas, reciclada en cuartel. Y acallada su Orquesta Zohra, la primera integrada exclusivamente por mujeres.
Las afganas en el exilio protestan. Nosotras, sociedades privilegiadas de hombres y mujeres libres, no deberíamos mantener nuestras mordazas que nos convierten en cómplices del horror.