Si hablamos de psoriasis, ¿qué es lo primero que pasa por su cabeza? Quizás todo el mundo tenga una imagen ya preestablecida de esta enfermedad cutánea, pero una gran parte desconoce sus consecuencias en las personas que la padecen. Afecta alrededor del 2% de la población mundial y no es contagiosa. Se desconoce la causa de la psoriasis; no obstante, puede transmitirse de padres a hijos —existe una predisposición genética— y también participan factores ambientales que desencadenan los brotes.

La psoriasis suele aparecer entre los 15 y los 35 años, aunque no queda determinado a esta franja de edad, puede manifestarse en cualquier momento y se da ambos géneros por igual. Existen diferentes tipos de psoriasis: pustulosa, inversa o eritrodérmica, entre otras. No obstante, la forma más frecuente es la conocida como psoriasis en placas, caracterizada por placas rojas cubiertas por escamas plateadas y blancas. Suelen aparecer en codos, rodillas o cuero cabelludo.

Pero, ¿qué es exactamente la psoriasis? Todos disponemos de linfocitos T que se activan para ayudar a nuestro cuerpo a combatir las infecciones, pero en las personas con psoriasis estos se activan indebidamente generando muchas respuestas celulares. Digamos que se produce una sobreactivación del sistema inmunológico. Esto acelera la producción de células en la piel, que se acumulan su superficie de la piel, formando esas placas y con descamación desmesurada.

Más allá de un impacto físico

Las consecuencias de la psoriasis son visibles físicamente; sin embargo, también genera un fuerte impacto en la salud mental que afecta a la vida cotidiana y bienestar social de los pacientes. ¿Sabía que el 36% de los pacientes presenta falta de autoestima y el 24 % sufre tristeza debido a la enfermedad? Además, provoca altos niveles de estrés que derivan en problemas de concentración, cansancio o nerviosismo. Muchas personas que la padecen se sienten inferiores debido al aspecto de su piel.

Pero también afecta a otras situaciones del día a día, tan sencillas como conciliar el sueño. Uno de cada cuatro pacientes presenta alteraciones del sueño y dificultades para dormir. Estas personas también reducen actividades familiares o sociales por vergüenza a los brotes, viendo su enfermedad como un castigo y provocando, en muchos casos, diagnósticos de depresión y ansiedad. Así, en ocasiones, cohíben sus relaciones sociales y dejan de realizar actividades en las que tengan que mostrar parte de su cuerpo.

Entre las necesidades no cubiertas que los pacientes todavía reclaman, se encuentra el tiempo de diagnóstico —suelen esperar entre dos y cinco años desde la aparición de primeros síntomas hasta la confirmación del diagnóstico—. Así lo mencionan en la investigación que tuvo como resultado el Manifiesto para la calidad de vida de las personas con psoriasis. En esta línea, a pesar de recibir tratamientos, las personas con psoriasis tienen que convivir con síntomas muy molestos que les generan picor y dolor e, incluso, sangrados.

Además, muchos conviven con una baja expectativa para la resolución de su enfermedad, lo que provoca que no acudan a las citas médicas y no cuenten con un seguimiento médico adecuado. Que no exista una solución definitiva a su enfermedad contribuye a ese desánimo y tristeza. Por este motivo, sobre todo cuando los tratamientos fallan, el acompañamiento psicológico es determinante para ayudar ver las psoriasis como un aspecto más de su día a día.

Nuevos avances, más esperanza

Aunque los tratamientos actuales pueden reducir signos, síntomas y mejorar el bienestar de paciente a nivel físico y emocional, no hay una cura definitiva para la psoriasis. Existen multitud de tratamientos dependiendo del tipo de psoriasis y las características de cada persona, su estilo de vida y ubicación de la lesión. Por lo que la personalización a la hora de abordar la enfermedad en cada caso es clave.

Actualmente, los diferentes tratamientos para los pacientes con psoriasis abarcan desde la aplicación de pomadas hasta medicamentos subcutáneos, orales o intravenosos que pueden llegar a controlar los síntomas durante largos periodos de tiempo. Pero resulta fundamental que el paciente consulte, que sea derivado al Dermatólogo para su correcto estudio e inicio de estas terapias cuanto antes. Así mismo, hábitos de vida saludable, correcta alimentación, evitar tabaco y alcohol y realizar ejercicio, son muy importantes para la buena evolución de la enfermedad y la salud de estos pacientes.

Sin embargo, todavía queda aún recorrido por hacer. Hay que seguir investigando, para conseguir tratamientos novedosos y seguros que no solo promuevan un cuidado en la piel, sino también en la autoestima y salud mental de cada persona que convive con ella. Hay que agilizar el diagnóstico y la derivación a los Servicios de Dermatología para su correcto y precoz abordaje.

Por último, es imprescindible que la población conozca la enfermedad, que no es contagiosa, que produce sufrimiento en los pacientes y, por ello, es un poco trabajo de todos hacerlos sentirse mejor.

*** Marta García Bustinduy es dermatóloga y profesora titular de Dermatología de la Facultad de Medicina de la Universidad de la Laguna.