Hace unos meses veíamos el rostro amable de la reina Sofía ayudando en una recogida de basuras organizada por el proyecto Libera. La trascendencia de la noticia resulta embaucadora, no sólo por la imagen de la monarca emérita, comprometida con el medio ambiente, sino por las personas que dedican su tiempo a mejorar nuestro entorno.

Una lectura un poco más profunda de las imágenes que vimos, o que percibimos cada día, nos debería hacer reflexionar sobre cómo es posible que a día de hoy nuestras costas, montes y bosques acumulen tanta cantidad de basura. A pesar de que existe una fuerte concienciación social sobre la importancia de cuidar nuestro entorno, la pregunta resuena: ¿cómo es posible que haya tantos residuos abandonados a nuestro alrededor? ¿Qué está ocurriendo?

Las administraciones van implantando novedosos sistemas de gestión y tratamiento de residuos sólidos urbanos, que a su vez se implementan y mejoran continuamente, pero parece que al menos una parte de los ciudadanos no comprendemos la importancia de nuestro papel en todos esos procesos.

Siempre que comienzo las clases de Tecnología Ambiental en la Universidad Carlos III de Madrid (UC3M) comparto una reflexión con los estudiantes que incluye la siguiente cuestión: Cuando vais a tirar la bolsa de la basura y encontráis que todos los contenedores están llenos, ¿qué hacéis?, ¿volvéis a casa con los residuos?, ¿buscáis otro contenedor cercano? Los estudiantes en muchos casos me miran atónitos, pero en otros saben a lo que me estoy refiriendo.

Independientemente de la respuesta, yo personalmente veo en muchos sitios con cierta consternación cómo se acumulan “algunas” bolsas de basura a los lados de un contenedor o de las papeleras, dando lugar a uno de los problemas de los que sí somos responsables. Unos de forma activa por no tirar correctamente la basura, y otros de forma pasiva, al contemplar el problema y no hacer nada al respecto.

No tirar la basura en su lugar correspondiente, o peor aún dejarla fuera de su contenedor, puede suponer que esa bolsa se rompa desperdigando todo su contenido. Este hecho estaría dañando nuestro entorno y poniendo incluso nuestra salud en riesgo. Además, parte de esta basura es arrastrada por el viento, y si encima hay lluvia, se garantiza la perfecta diseminación de nuestros residuos por los diferentes ecosistemas.

Hablar de plásticos, hoy en día, supone un verdadero reto por el rechazo social que generan debido, entre otras causas, a la presencia de microplásticos en océanos e incluso en las aguas de nuestro propio consumo. Pero debemos ser claros: estos mismos plásticos presentes en una gran parte de los utensilios y dispositivos que hoy utilizamos no son responsables de su destino final.

Somos nosotros, los usuarios, quienes en cierta forma respondemos a través de nuestras acciones, si terminan en una playa o si garantizamos que esos plásticos sean correctamente gestionados y reciclados para posibles usos posteriores.

En algunos países vecinos han intentado “reencauzar” al ciudadano optando por el uso de contenedores inteligentes con múltiples funcionalidades, que en cierta forma pretenden “controlar” la basura que generamos. Y digo “controlar” porque como respuesta, espero que minoritaria pero dramática, han aparecido nuevos vertederos incontrolados o bolsas de basura arrojadas en lugares inimaginables.

Y es que políticas muy restrictivas crean malestar social, mientras en otros lugares menos taxativos tenemos la oportunidad de contar con nuestra propia responsabilidad como ciudadanos. Una responsabilidad que debería ser motivadora y digna de ser aprovechada.

Seguramente falta concienciación, dirán muchos, pero yo creo que es una cuestión clara de responsabilidad sobre lo que hoy queremos ser. Hablar de futuro carece de sentido si olvidamos por un instante nuestro papel comprometido con lo que nos ha tocado vivir. Por ello, la reflexión debería ser tal vez más profunda y que nos pudiéramos plantear de forma natural la siguiente situación: si hoy caminas por la calle y encuentras una lata de refresco usada delante de ti, ¿qué vas a hacer?

Obviamente, esta pregunta es claramente incómoda: tú tienes claro que no la has tirado, y no es tu responsabilidad, ¿o tal vez sí? Falta un análisis esencial de nuestras propias convicciones, valores y deseos. Transformar el mundo que nos rodea requiere ingenio, persistencia y una profunda convicción que demuestre cuál es el mundo en el que nos gustaría vivir y compartir.

***Alberto García-Peñas es director del Máster en Ingeniería Circular de la Universidad Carlos III de Madrid (UC3M).