La sostenibilidad está calando en el tejido empresarial español. Cada vez más empresas la practican combinando el cuidado y el respeto del medio ambiente con la rentabilidad económica. Más de un tercio de las empresas cotizadas ya se han comprometido a cumplir con los objetivos de cero emisiones netas.
Han puesto las luces largas para ver más allá y recorrer un camino que no tiene vuelta atrás. Su apuesta por el progreso y bienestar de las personas (y del planeta) ha cambiado el paradigma basado en el crecimiento económico per se. Ahora, esa meta no se entiende sin la palabra sostenible.
Tanto ha calado el mensaje que la propia reputación de las empresas, su imagen de marca y su potencial para atraer y retener el talento dependen mucho de cuán sostenibles sean, cómo se muevan en el mercado y de su consistencia o coherencia entre lo que predican, lo que practican y lo que, en realidad, piensan o sienten.
De nada sirve el apellido sostenible si no se materializa. La acción debe ser correlativa a la mera enunciación de principios y obtener unos resultados concretos. Si no, al mercado, a los clientes y a los propios empleados les pasará factura. De hecho, muchos trabajadores estarían dispuestos a dejar su empleo si la empresa no tuviera políticas de sostenibilidad.
El empuje de la sostenibilidad está generando nuevas oportunidades de empleo con la demanda de perfiles y habilidades green. Según un estudio de Manpower, el 80 por ciento de las empresas afirma estar trabajando en su estrategia de ESG (criterios ambientales, sociales y de gobernanza), con un 70 por ciento contratando personal o con planes de hacerlo para cubrir empleos y competencias verdes.
El Foro Económico Mundial (FEM) estima que se crearán 30 millones de empleos antes de 2030 relacionados con este nicho de especialización profesional, e insta a acelerar los procesos de upskilling y reskilling para dar respuesta a esta nueva realidad. Seis de cada diez profesionales necesitarán recibir formación adicional antes de 2027.
Una empresa sostenible debe serlo de arriba a abajo y de forma transversal. Todos los miembros de la organización comparten unos valores y unos principios que, en su día a día, impregnan todas sus acciones y decisiones. Conceptos como la resiliencia, la empatía, la solidaridad, la responsabilidad ambiental, la tecnología “verde” (respetuosa con el medio ambiente), entre otros, forman parte de su filosofía, en línea con los Diez Principios del Pacto Mundial de Naciones Unidas.
Los líderes empresariales son los principales puntales de esta oleada verde. Su forma de hacer y dirigir marca la pauta. Su liderazgo no se basa en dar instrucciones y ordenar, sino en enseñar y estimular modelos de trabajo colaborativos que fomenten el talento de las personas.
Las llamadas soft skills o habilidades blandas, las sociales y de comunicación dominan en este escenario las relaciones dentro de la organización, con líderes empáticos que mantienen conexión constante con los distintos miembros del equipo. En este entorno sostenible, el ser humano es el centro. Su creatividad, imaginación, intuición, gestión de emociones… marcan la diferencia en la propuesta de valor de la empresa, cuya tecnología está a su servicio.
Como señalo en mi libro Bienvenidos a la revolución 4.0 (Alienta Grupo Planeta, 2018), “el futuro no está en la tecnología, sino en aprender a vivir con ella y aprender a trascender por encima de ella. Hay que entender esta nueva etapa vital, no solo como una transformación digital, sino como una transformación cultural de los humanos para ser unos nuevos humanos; hecha por y para la mejora de la humanidad”.
Debemos seguir innovando pero siempre en línea con los objetivos de sostenibilidad. El reto es hacer compatible ambos por el bien de todos.
*** Fernando Botella es CEO de Think&Action.