La historia del ser humano ha estado siempre ligada a la naturaleza. A lo largo de los tiempos, esta nos ha provisto de alimento, refugio y de todos los recursos para evolucionar como especie. Gracias a la naturaleza disponemos de un determinado clima, una atmósfera respirable. Además, la conexión con ella nos genera bienestar físico y emocional.
El concepto de capital natural, originado a finales del siglo XX, hace referencia precisamente al conjunto de estos bienes y servicios proporcionados por la naturaleza, fundamentales para nuestra existencia y calidad de vida.
Sin embargo, vemos como este capital está disminuyendo aceleradamente debido a la actividad humana. La sobreexplotación de los recursos naturales, la contaminación y emisiones de gases de efecto invernadero, los cambios de uso de la tierra, entre otras cuestiones, han generado grandes impactos en la naturaleza y en los servicios que esta nos presta.
Las empresas son responsables de gran parte de los impactos y por eso es imprescindible que incorporen la gestión del capital natural en su estrategia de negocio. Que pasen de la reflexión a la acción, como compartimos en las Jornadas de Sostenibilidad de Redeia que organizamos el pasado mes de octubre.
Porque, muchas compañías, conscientes de su papel para garantizar un futuro sostenible, ya lo han integrado. Algunas se han comprometido y han hecho pública su intención de no generar impacto negativo en el capital natural, impacto neto cero. Otras compañías, entre las que se encuentra Redeia, han decidido ir más allá y se han propuesto el objetivo de tener un impacto neto positivo en el capital natural. En ambos casos será necesario trabajar en la compensación de los efectos negativos generados por sus actividades.
El concepto de compensación es una evolución de la metodología clásica de evaluación ambiental, aplicada desde los años 80 del siglo pasado, en la que se analizaban los impactos potenciales de las infraestructuras, se aplicaban medidas preventivas, correctoras y de acompañamiento para intentar disminuirlos al máximo, pero se asumía como aceptable que, tras la construcción de una nueva infraestructura, permaneciese en el territorio un impacto compatible, moderado o incluso severo. De algún modo, se asumía que el desarrollo generaba unas externalidades sobre el medio que había que compartir entre todos. La compensación viene a descartar esa idea, ya que, a través de ella, la situación se revierte a un estado de no impacto neto o incluso de impacto neto positivo si su implementación es exitosa e intensa.
Lo ideal es que la compensación sea la menor posible, y no porque se evite su aplicación, sino porque realmente no sea necesaria en gran medida, gracias a la priorización de las etapas previas a la generación de los impactos, como se establece en la llamada "Jerarquía de Mitigación", metodología que aboga por una prelación de diferentes etapas: evitación, minimización de los impactos que no se pueden evitar, restauración in situ de los daños en la medida de lo posible y, por último, compensación de lo que no se haya podido restaurar. Cuanta mayor intensidad tengan las primeras etapas, menor necesidad de compensación habrá.
La compensación ha de ser el último paso para conseguir que el impacto neto sea cero y, a partir de este punto, comenzar a trabajar en la adicionalidad, que consiste en generar un impacto positivo en el territorio, es decir, dejar las cosas mejor que se encontraban.
Dada la complejidad que tiene analizar los impactos en la naturaleza, para poder avanzar en la implantación de los compromisos de impacto neto cero o positivo, es necesario que las compañías identifiquen aquellos activos naturales sobre los que su actividad tienen una mayor influencia. Esto facilita tanto la definición y aplicación de las actuaciones más adecuadas, como el establecimiento de las métricas para poder medir los avances hacia las metas propuestas.
Así, las actuaciones de compensación deberán ir encaminadas a mejorar los activos identificados como relevantes que, en el caso de las infraestructuras de transporte eléctrico, serían Hábitat, Especies (avifauna) y Atmósfera.
En el ámbito del activo hábitat, más allá de los tradicionales proyectos de reforestación se podrían contemplar medidas de prevención de incendios forestales (limpieza y mantenimiento de los montes), estabilización de cauces naturales o actuaciones dirigidas a la erradicación de especies exóticas o invasoras que ahogan a nuestra vegetación autóctona.
En relación con el activo especies (avifauna), los proyectos orientados a mejorar las condiciones de grupos faunísticos sensibles a instalaciones de transporte eléctrico como la gestión de muladares en el caso de las necrófagas, la implantación de majanos o, núcleos de cría de perdiz o paloma para las rapaces, y la gestión de cultivos para las esteparias, son buenos ejemplos de actuaciones con un impacto positivo en la biodiversidad.
Asimismo, cabría destacar la posibilidad de colaborar con las entidades de custodia del territorio en proyectos desarrollados fundamentalmente por ONGs en coordinación con la administración. Estos suponen un claro ejemplo de economía de escala, ya que la colaboración de diversos promotores en su financiación permite abordar propuestas de mayor envergadura con resultados más significativos.
Considerando lo anterior, cabe esperar que el papel de las empresas y las medidas para alcanzar sus compromisos de capital natural sea determinante para la conservación de la naturaleza. Estas medidas, especialmente las dirigidas a conseguir impactos positivos en el capital natural, pueden suponer uno de los grandes impulsos para los objetivos de restauración ambiental que se plantean en el nuevo Reglamento de Restauración de la Naturaleza, aprobado en julio de 2024.
El futuro del capital natural depende de la capacidad que tengamos para modificar la forma en que llevamos a cabo nuestras actividades. Debemos ponernos en marcha cuanto antes y, tal y como insistimos durante las jornadas de sostenibilidad de Redeia 2024, pasar de la reflexión a la acción.
***Mercedes Vázquez Miranda es Responsable Funcional de Cambio Climático en Redeia.
***Rodrigo San Millán Cruz es Gestor de Medio Ambiente en Redeia