Navegamos en un mar de datos, un océano digital que nos anega con un flujo incesante de información. Noticia tras noticia, opinión tras opinión, imagen tras imagen, vídeo tras vídeo, cifra tras cifra… un bombardeo constante que satura nuestros sentidos, nubla nuestra capacidad de análisis y nos deja a la deriva en una vorágine de incertidumbre.
Esta sobreexposición informativa, característica de la era digital, permea cada faceta de nuestra vida: nuestro comportamiento, nuestra salud, nuestras opiniones, nuestros actos, nuestro día a día, nuestros problemas, nuestra situación, nuestro contexto, nuestras situaciones cotidianas…
La era de la información se ha convertido, paradójicamente, en la era de la desinformación. Y es que, como afirmaba el filósofo Luciano Floridi, "la información no es conocimiento".
La información, por sí sola, es un conjunto de datos sin procesar, sin contexto, sin un significado claro. El conocimiento, en cambio, es la capacidad de comprender, interpretar y utilizar esa información de forma crítica y reflexiva.
Y ahí radica el problema: la sobreexposición informativa nos impide transformar la información en conocimiento. Nos satura, nos abruma, nos confunde. Nos convierte en meros receptores pasivos, incapaces de discernir lo verdadero de lo falso, lo importante de lo superfluo, lo relevante de lo banal.
En España, el 93% de la población utiliza internet, según datos del INE de 2022. Pasamos una media de 6 horas diarias conectados, de las cuales casi 2 se dedican a las redes sociales, según el estudio Navegantes en la Red de la Asociación para la Investigación de Medios de Comunicación (AIMC). Este consumo masivo de información digital tiene consecuencias directas en nuestra salud mental.
Un estudio de la Universidad Complutense de Madrid revela que el 21% de los jóvenes españoles sufre ansiedad por el uso de las redes sociales. La ansiedad, el estrés, la depresión, la irritabilidad, la falta de concentración, los trastornos del sueño… son solo algunos de los efectos que la sobreexposición informativa puede tener en nuestro bienestar psicológico.
El sedentarismo asociado al uso de dispositivos digitales, junto con la influencia de la publicidad online en los hábitos de consumo, contribuye al aumento de la obesidad, que afecta al 17% de la población adulta española, según la Encuesta Europea de Salud. Dolores de cabeza, problemas de visión y lesiones musculares son otras dolencias físicas asociadas al uso excesivo de pantallas.
Las consecuencias de este fenómeno trascienden la salud individual. La sobreexposición informativa puede generar polarización, intolerancia, desconfianza, aislamiento… dificultando el diálogo, la empatía y la comprensión mutua. Un estudio del Pew Research Center revela que el 62% de los españoles cree que las redes sociales tienen un impacto negativo en la sociedad.
¿Qué podemos hacer para contrarrestar esta marea? A nivel individual, es fundamental desarrollar una actitud crítica y reflexiva ante la información. Debemos aprender a seleccionar las fuentes, contrastar la información, cuestionar los mensajes, no dejarnos llevar por las emociones, ser escépticos. Es crucial gestionar el tiempo que dedicamos a las pantallas, desconectar, buscar espacios de silencio y reflexión, cultivar otras actividades.
A nivel colectivo, debemos promover una educación mediática que nos enseñe a comprender el funcionamiento de los medios de comunicación, a identificar las formas de manipulación informativa y a desarrollar un pensamiento crítico. En España, iniciativas como el Instituto Nacional de Ciberseguridad (INCIBE) ofrecen recursos educativos para un uso seguro y responsable de internet.
Es necesario fomentar un periodismo de calidad, comprometido con la verdad, la objetividad y la responsabilidad social. Plataformas como Maldita.es o Newtral se dedican a la verificación de información y la lucha contra la desinformación.
Es fundamental regular el uso de las tecnologías de la información, especialmente en el ámbito educativo. Francia ha establecido límites al uso de teléfonos móviles en las escuelas, prohibiendo su uso en educación primaria y secundaria.
Esta medida, implementada en 2018, ha tenido resultados positivos en la atención de los alumnos y en la mejora del clima escolar, según un estudio del Ministerio de Educación francés.
En Finlandia, la educación mediática se integra en el currículo desde primaria, con programas como KouluTV, que enseñan a los niños a analizar críticamente la información y a desarrollar habilidades de alfabetización mediática. Estudios de la Universidad de Tampere muestran que los estudiantes finlandeses tienen un alto nivel de comprensión de los medios y una mayor resistencia a la desinformación.
Pero hay más ejemplos. Taiwán, considerado un laboratorio de la lucha contra la desinformación, ha implementado un sistema de fact-checking colaborativo que involucra a ciudadanos, periodistas y expertos. La plataforma Cofacts permite a los usuarios verificar la veracidad de la información que circula en redes sociales y ha logrado reducir significativamente la propagación de noticias falsas, especialmente durante periodos electorales.
Singapur, por su parte, ha aprobado una ley contra la desinformación online que obliga a las plataformas digitales a eliminar contenido falso y a etiquetar la información dudosa. Aunque esta ley ha generado debate sobre la libertad de expresión, el gobierno singapurense argumenta que es necesaria para proteger la seguridad nacional y la cohesión social.
En España, el proyecto Educación Conectada del Ministerio de Educación y Formación Profesional busca integrar las tecnologías digitales en la educación de forma responsable. Sin embargo, aún queda camino por recorrer en la implementación de una educación mediática integral que prepare a las nuevas generaciones para navegar en el complejo mundo digital.
No podemos permitir que la sobreexposición informativa nos convierta en autómatas, en seres pasivos, en consumidores acríticos. Debemos recuperar el control de nuestra mente, de nuestras emociones, de nuestras vidas. Debemos aprender a navegar en el océano de información con inteligencia, con criterio, con responsabilidad. Solo así podremos transformar la información en conocimiento, el conocimiento en sabiduría y la sabiduría en acción.
***Nora Vázquez Martínez es jurista, sanitaria en radiología y farmacia hospitalaria y docente.