La toga, el escudo y el collar protocolario de Milagros Calvo (Valladolid, 1947), primera magistrada del Tribunal Supremo, están, desde el pasado mes de enero, en el museo del Alto Tribunal. “No puedo pensar en un sitio mejor”, explica Calvo, quien se jubiló en 2019, tras cumplir los 72 años.

Calvo fue elegida magistrada de la Sala de lo Social del Tribunal Supremo por el Pleno del Consejo General del Poder Judicial en febrero de 2002, bajo el mandato de Francisco José Hernando Santiago, gracias al apoyo del sector conservador y sirvió en el puesto un total de 17 años.

De la medicina a la judicatura

“Yo quería ser médico”, recuerda Milagros Calvo, que cuenta que optó por el bachillerato de ciencias cuando le tocó elegir. “Iba bien en matemáticas, no como en las otras asignaturas, pero para ir tirando”. Llegó entonces un examen trimestral antes de Navidades y vio que aquello se complicaba mucho. Esa noche recuerda que se le apareció en sueños algo que podría ser el “dios de las matemáticas” y le dijo que por ese camino no iba a ninguna parte.

A la mañana siguiente le dijo a sus padres que se quería cambiar de rama. Ellos no pusieron resistencia alguna, pero ella debía ser quien se lo comunicara al centro, en concreto a una "monjita" que iba a ser quien pelearía con las autoridades académicas por el cambio. “Si lo solventas, te firmamos lo que haga falta”, le dijeron. 

Perseveró por ese camino. Se acercaba el final de la etapa escolar y tenía que decidir qué carrera cursar. Para su suerte, el colegio convocó a un grupo de antiguas alumnas que durante una tarde le explicaron los entresijos de las carreras que habían seguido

La exalumna que estudió Derecho

Una antigua alumna acababa de terminar Derecho en Madrid. Les contó las posibilidades que se abren con esa carrera y Calvo pensó que así ganaba un margen de cinco años para decidir qué hacer después.

Hasta el año 1966 las mujeres no pudieron incorporarse a la carrera judicial

“Esta persona me enseñó el camino y, sin embargo, ella no aplicó su carrera”. A los pocos meses, la antigua alumna ingresó en una orden religiosa y después se dedicó a la enseñanza.

“Dedicó cinco años a sacar un título que no le sirvió para vivir de ello. Era como cinco años mayor que yo, quiero decir, que cuando ella optó por Derecho aún era más rara la presencia de mujeres en la carrera. Son cosas extrañas”, reflexiona.

Sin embargo, la ahora magistrada siguió toda la vida ese camino. Empezó la carrera en el 1965 y la acabó cinco años después. Y, por el camino, en 1966, se aprobó la ley que permitió a las mujeres incorporarse a la carrera judicial.

Calvo recuerda estar en la universidad cuando el asunto se llevó a debatir a las Cortes. Propuso a sus compañeros mandar telegramas de apoyo, pero “me miraron, se rieron y me dijeron que era una cursi”. Al final, la ley salió adelante. “Yo creo que cuando entonces se llevaba una ley era porque había una voluntad enorme de que saliera”.

Sin embargo, cuando se graduó, Calvo no tenía claro que ese fuese su camino. “Yo lo veía una oportunidad más para la mujer, la utilizase quien la utilizase. Me pareció que era magnífico”.

La influencia de las películas americanas, en las que los jóvenes se iban de casa a vivir pronto a un apartamento, hizo que sus ganas de independizarse la llevaran a superar una “pequeña oposición”. La magistrada vallisoletana se trasladó a Murcia, donde ejerció como secretaria judicial en los comarcales de Villena y Yecla.

"Lo veía como una oportunidad más para la mujer"

“Compartía piso y a un lado del hall del edificio estábamos los del comarcal y al otro los del juzgado de primera instancia de instrucción, teníamos mucha relación”. Recuerda que empezó a ver los entresijos de la labor judicial y le gustó. “Ante la carencia de medios yo estuve haciendo exhortos, cartas a mano… En los archivos de los pueblos debe haber exhortos hechos por mí a mano, eso me gustó, me gustó el trabajo”, admite.

Inicios en la carrera judicial

Le gustó tanto el trabajo que se puso a preparar las oposiciones a las carreras judicial y fiscal. En 1978, con 31 años, las aprobó. Entonces se planteó que si iba a tardar 14 años en llegar a un juzgado de capital y ella no quería quedarse más tiempo en pueblos debía decantarse por la fiscalía. Y comenzó a ejercer como fiscal en la Audiencia Provincial de Vizcaya en 1979.

“El trabajo de fiscal es bonito también. Tú no firmas la resolución, das la cara defendiendo una postura, no te responsabilizas, pero es bonito porque tienes que estudiar el asunto, armar tu prueba… Pero el que queda bien o mal es el juez”, cuenta.

Al cabo de un año de ver cuestiones de tráfico, de cosas pequeñas, se cansó. “Un homicidio me cayó, y al cambiarme ni siquiera lo terminé”, asegura.

Condicionada a Bilbao

Sus compañeros que se habían pasado a la Magistratura de Trabajo en Bilbao, donde tomó posesión de su primer cargo de fiscal, le dijeron que allí tenía el trabajo de juez con una presencia muy fuerte en la gestión del procedimiento y el juicio. “Aquí tienes muchas facultades, es más directo e inmediato”.

Calvo fue la segunda mujer en convertirse en jueza después de Josefina Triguero Agudo

Pensó que podía estar bien y lo solicitó condicionando a que fuera en Bilbao, lo que, cuenta, en el Ministerio de Trabajo causó un auténtico impacto, ya que "nadie quería ir". Aún no había comenzado la ola de asesinatos de la banda terrorista ETA, pero la tensión se palpaba en las calles.

“Seguro que pensaban ‘¡Hay una que ha debido perder la razón!’, pero yo estaba a gusto y dije 'de Bilbao, no me muevo'. Y allí me quedé hasta el año 84”. Fue la segunda mujer en convertirse en jueza después de Josefina Triguero Agudo.

De Euskadi a Madrid

Tras su periodo vasco, se trasladó a Madrid, donde se convirtió en titular de la Magistratura de Trabajo número 1. En 1988 pasó al Tribunal Central de Trabajo, que un año después cambió su nombre a Sala de lo Social del Tribunal Superior de Justicia de Madrid. Entre 1994 y 1999 formó parte de su Sala de Gobierno.

"No me podía imaginar que se podía estar tan a gusto"

Fui la primera mujer en llegar allí. Fue magnífico. Los compañeros sabían de todo, el trato era buenísimo, era el lugar ideal para estar”. Aun así, Calvo recuerda Bilbao y el Tribunal Central del Trabajo con especial cariño, “no me podía imaginar que se podía estar tan a gusto”.

Pasaron los años y en 2002 se convirtió en la primera mujer en llegar al Supremo, a la edad de 54 años. Allí, sirvió durante 17 años, hasta su jubilación.

Pregunta: ¿En algún momento de su carrera ha sufrido discriminación?

Respuesta: Discriminación no puedes sufrir porque en la Administración no cabe. En la Administración Pública todo está tasado, todo va por antigüedad, por lo menos antaño. Las cosas cambian, pero entonces estaba todo tasado y no podía ser. Lo que podías encontrarte eran hábitos sociales perniciosos por la ignorancia. Discriminación nunca, es imposible.

P.: ¿Quiere dejar un mensaje a las mujeres que se están iniciando en la carrera judicial?

R.: A las mujeres y hombres, que no se descorazonen ante la acumulación de trabajo, que es de lo primero que suele suceder, son raros los órganos en los que no hay acumulación. El trabajo es muy bonito, ahí es donde van a encontrar su refugio. Que se olviden de penalidades, cosas que no llegan, ordenadores que se caen, el trabajo que tienen les va a compensar. A las mujeres no hay que hablarles de discriminación ya, porque son la mayoría. No se van a encontrar ambientes raros. La gente antes se sorprendía, pero no tardaba en asimilarlo. En mi caso, nunca me planteé qué iba a decir la gente. Para mí todo era natural, no me planteaba que los demás no lo vieran igual. Tú miras hacia delante, haces lo que quieres y si hay reacciones que haya.

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