Desde hace nueve años, Francisco Villar Cabeza recorre los pasillos del Hospital Sant Joan de Déu de Barcelona. En 2013 impulsó allí el Programa de Atención a la Conducta Suicida del Menor, y desde entonces habla a diario con niños y adolescentes que han intentado quitarse la vida.
"Cada día veo cuántos pacientes hay, cuántos han ingresado, etc., y trabajo con ellos en un plan de alta para ver qué ha pasado, hacer un análisis… Pero los chavales siguen llegando", asegura este doctor en Psicología y psicólogo clínico especialista en suicidio en la infancia y la adolescencia.
Para evitar que esta tragedia afecte a más jóvenes y sus familias, asegura, es necesario salir de "los muros de los hospitales": "O nos adaptamos, o damos un paso como sociedad, o esto no lo podremos resolver".
"O nos adaptamos y damos un paso como sociedad, o no lo resolveremos"
Porque, asegura, "si esto fuera cosa sólo de psicólogos y de psiquiatras, yo quiero pensar que ya estaría arreglado hace muchísimo tiempo". Pero el drama está lejos de acabar. En 2020 –último año del que hay cifras oficiales–, se suicidaron en España 3.941 personas, de las que cerca de 300 eran menores.
Pero "peor que eso van a ser las de 2021, que no se esperan mejores sino todo lo contrario", advierte Villar. Porque, asegura, "el golpe fuerte de la de la salud mental lo notamos a partir de noviembre de 2020; durante los dos meses de confinamiento total hubo una clara reducción de los intentos de suicidio".
El experto, que acaba de publicar una suerte de manual de prevención del suicidio en la adolescencia, Morir antes del suicidio (Herder Editorial, 2022), alerta de que los datos del pasado año podrían ser "de récord histórico". Y no le cabe duda de que "estas cifras deberían atormentar nuestras conciencias, no podemos seguir así".
Pregunta: ¿En qué hemos fallado como sociedad?
Respuesta: No hemos fallado porque aún no nos hemos puesto a ello. Hemos estado ocupados con otras cosas, situaciones y problemáticas –ahora estamos preocupadísimos por la guerra, antes por la crisis económica, por la pandemia…– y la salud mental es una tarea pendiente de hacer. Pero más allá de que el Estado y el sistema de salud se ocupe y ponga el foco en salud mental y el suicidio –que es esencial–, tenemos que ver qué iniciativas podemos hacer todos: este problema desde salud sólo no podemos solucionarlo.
"Las cifras de suicidio deberían atormentar nuestras conciencias, no podemos seguir así"
P.: El suicidio siempre ha sido un tema tabú, pero ahora que se habla más de salud mental, ¿sigue siéndolo?
R.: Se están haciendo algunos esfuerzos, no sé ya si por voluntad propia o porque no queda más remedio. El suicidio es una conducta muy difícil de prevenir porque como ha estado tanto tiempo aislada y tapada, no se ha dado información veraz y clara sobre ella. Todo esto genera un caldo de cultivo para que luego la gente no la quiera ni ver. Porque tampoco se sabe cómo actuar.
Esa innacción, advierte Villar, "se acaba justificando con una serie de creencias que nos dejan tranquilos a nosotros". Un ejemplo sería decir que alguien que habla del suicidio no se quiere matar de verdad, porque si no lo haría directamente. "Con esa justificación ya podemos vivir con nuestra falta de conciencia", dice.
Pese a todo, no le falta autocrítica: "Los profesionales y los que nos dedicamos a esto no hemos tenido éxito al hacer una explicación clara y sencilla de la problemática. Decimos que tú te tienes que implicar, pero que es superdifícil, multifactorial, multicausal…". Sin embargo, "para que la gente se implique hay que decirles cómo", reconoce.
De ahí que la prevención sea fundamental. "El suicidio es muy difícil de predecir o explicar desde un caso único, porque son tantos los factores que pueden incidir y al final todo se reúne en cualquier cosa que genere dolor y malestar". Eso sí, prevenirlo, como demuestra en su libro, es más sencillo.
Para ello, apuesta por "explicar claramente qué puede hacer cada uno desde su posición en la sociedad". Y añade: "La interacción social para poder hacer algo que ayude a prevenir el suicidio está al alcance de todos".
Villar pone un ejemplo con el que se topó hace poco tiempo: una joven ingresada por un intento de suicidio. Su entrenador de balonmo la llamó mientras Villar estaba en la habitación para decirle cosas como "te necesitamos con nosotros", "ya sabes que eres muy importante", "quéeremos que vuelvas".
"No estamos solos en la prevención del suicidio, cada uno tiene que jugar su parte desde su lugar"
"Imagínate, de repente alguien que piensa que es una carga para todos, que no vale para nada y que la vida no tiene sentido, llega alguien y te está diciendo que no, que formas parte de algo y te ofrece la unidad y la pertenencia al grupo. Intervenciones de esas valen mucho", asegura Villar, que cuenta cómo luego llamó al entrenador para darle las gracias. "Había hecho una cosa fantástica; tenemos que saber todos que no estamos solos en la prevención del suicidio, cada uno tiene que jugar su parte".
Sin embargo, a la sociedad le sigue costando reconocer, asegura, que el suicidio ocurra, especialmente cuando hablamos de niños y adolescentes. "Estamos hablando de un 4% de tentativas, es decir, en cada clase de 25 alumnos, hay 3 personas que están pensando en la muerte. Pero hay profesores que llevan 20 años de carrera que dicen que en sus clases nunca ha pasado", lamenta. "Pero sí ha pasado", y sigue pasando.
Pregunta: ¿Cómo se enfrentan las familias de los adolescentes a los intentos de suicidio?
Respuesta: Son los principales interesados en taparlo y en que no salga, porque están realmente asustados, no saben qué va a pasar con ellos, y notan el trabajo que aún queda por hacer. Tienen mucho miedo de lo que puedan pensar de ellos, de lo que puedan decir y esto es grave. Si dices que tu hijo está ingresado por una alergia, cuando haces un retorno de esta persona en esta situación de fragilidad, la forma de atenderle y de cuidarle de los profesores, por ejemplo, no va a estar adaptada. Y al final lo acabas dejando más aislado.
Precisamente el tabú existente en torno al suicido es uno de los motivos por el que se incrementa "el dolor y los sentimientos de culpa" en las familias.
P.: A fin de cuentas, la salud mental ha sido la huérfana del sistema sanitario. ¿Ha cambiado algo con la pandemia?
R.: La impresión en general vuelve a ser un poco la misma. La pandemia nos ha impedido tapar esta realidad. No sé si tanto se está abriendo voluntariamente la puerta para atender la salud mental o si están tirando la puerta abajo porque la situación es muy dramática. Afortunadamente, está cambiando, se está visibilizando y estamos dando pasos de gigantes, pero insisto, a base de base que esta inatención histórica nos ha llevado a la situación en la que estamos.
La salud mental, recuerda Villar, tiene sus particularidades y "no es exactamente como la salud orgánica". Por eso, asegura, esa angustia que genera a la población también se traduce en los sistemas sanitarios. "Es mucho más fácil la traumatología que la salud mental, por ejemplo, y si la visita a un pediatra nos parece una barbaridad que dure ocho minutos… en salud mental directamente no puedes ni saludar en ese tiempo".
"Los problemas de salud mental que más han aumentado son los relacionados con elementos sociales"
P.: El psicoanalista británico James Davies asegura que la salud mental tiene mucho más que ver con el entorno, con el contexto socioeconómico en el que vivimos, que con el individuo en sí.
R.: Estoy plenamente de acuerdo. La pandemia ha puesto en evidencia o ha acelerado procesos que ya estábamos haciendo. El deterioro social es la causa del deterioro de la salud mental, y la pandemia ha caído en una pérdida de rituales, de orientación, de saber qué es lo que está bien, lo que está mal… precisamente en ese momento en que necesitamos esa orientación social. O sea, todos los valores que se han transmitido, esa especie de lucha por la excelencia, este miedo al futuro… ¡incluso como se transmitía la pandemia!
P.: ¿La pandemia lo ha exhacerbado todo?
R.: Desde las unidades de conducta y prevención del suicidio, estábamos ya alarmadísimos con esta problemática, no necesitábamos la pandemia. Pero puso en evidencia toda esta falta de valores y de estructura social, de conexión… y el individualismo. Los problemas de salud mental que más han aumentado son los trastornos de conducta alimentaria y conducta suicida, es decir, los relacionados con elementos sociales. No la esquizofrenia o el trastorno bipolar tampoco.
Villar cita al neurólogo y psiquiatra Boris Cyrulnik, de quien dice se echaría las manos a la cabeza con la manera en que, al menos en nuestro país, se habló de la pandemia. Porque, como dice Cyrulnik, el duelo puede darse dos veces: cuando lo que sufres y con la manera en que lo relatas.
"Los relatos que se han hecho de 'les hemos robado los mejores años de su vida', que dices, no sé los de quién, porque la adolescencia no son los mejores años de la vida de nadie o no deberían serlo", reclama Villar. Y añade: "Si ya están con ese malestar, encima tienen esa sensación de haber sido robados, ultrajados… Y en lugar de decirles 'oye chavales, muy bien, lo habéis hecho fantástico, continuamos con la vida' o 'habéis hecho lo que se espera de vosotros', les damos ese relato negativo".
El problema para este psicólogo clínico está en "la idiotez de la aspiración a la felicidad". "El que todavía tenga como objetivo propio el ser feliz, tiene lo que se merece, asegura. Porque "hemos pasado de aquello de que queremos que los chavales sean buenas personas a que sean felices" y eso, asegura, es dar un paso atrás.
Pregunta: Entonces, ¿hasta qué punto perjudica la denominada psicología Mr. Wonderful?
R.: Vuelve a culpabilizar a la persona. Hay una parte que es importantísima en psicología: la validación del sufrimiento. En consulta con chicos de 15 años, por ejemplo, que acaban de tener un intento de suicidio, muchas veces hablo con ellos y les digo que la adolescencia es una mierda. Y sienten alivio. Y te preguntan si es en serio, porque les están diciendo que son los mejores momentos de su vida. Es una invalidación del sufrimiento, del malestar, de una época en la que a veces la tormenta viene y te complica un poco la vida y lo que necesitas es aguantarte fuerte al remo, porque la tormenta pasa, pero la vida sigue. Pero si en la tormenta esa me siento un desdichado, un desgraciado, y yo el único en la especie…
"Cuando les digo a los chavales que la adolescencia es una mierda, sienten alivio"
Por eso, reivindica Villar, "las emociones nunca pueden ir precedidas de un imperativo: tú no tienes que nada, y obviamente que no tienes que ser feliz". Y estos mensajes, alerta, se les están dando a adolescentes que tienen "mayor credibilidad, se los toman más en serio y de verdad que les afecta la vida".
Su experiencia es clara: estos mensajes de positivismo absoltudo y de invalidación de los sentiminetos negativos "hace más daño que otra cosa". Y recuerda que él ve las consecuencias finales. "A mí me ayuda más la validación del malestar y de los procesos de la vida y un poco trabajar la esperanza, que la inmediatez".
Y concluye con una advertencia: "Hoy no es un buen día para ser feliz. No. Hoy es un buen día para lo que venga y ya veremos. Y si hoy no es bueno, pues mañana será mejor". Un mensaje sin fisuras que transmitirles especialmente a los niños y adolescentes,