Miguel Bastos Araújo (Bruselas, 1969) es un experto mundial en el estudio de los efectos del cambio climático en la biodiversidad y uno de los diez científicos más citados de la última década en el campo de la ecología y el medioambiente.
No puedo exponer aquí sus contribuciones. Me limitaré a enumerar algunos de los prestigiosos premios que ha obtenido: Ernst Haeckel Prize (2019), Fernando Pereira (2019), Pessoa (2018), Rey Jaime I (2016), Royal Society Wolfson Research Merit Award (2014), IBS MacArthur & Wilson Award (2013)…
Este políglota portugués se doctoró en Inglaterra y ha realizado labores de investigación en Portugal, Francia, Dinamarca y España, donde forma parte de la brillante plantilla de investigadores del Museo Nacional de Ciencias Naturales del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).
Hablo con Bastos Araújo por Zoom. Es un gran comunicador. Destacan su solidez y rigor científico, y una cierta ironía británica. Lean con atención porque nos está avisando: hay que cambiar de mentalidad e incluir la gestión de la biodiversidad en las políticas públicas.
Además, los gobiernos tienen que empezar a hacer una política activa para afrontar los enormes retos que trae consigo el cambio climático y la pérdida de biodiversidad. Esta última, explica, es "la totalidad de la variedad de la vida".
Bastos Araújo recuerda, antes de comenzar la conversación, que "se mide como número de información genética y diferencia. Por ejemplo, si tienes un hábitat con cien especies y son todas muy parecidas a nivel genético, tienes menos biodiversidad que si tuvieras otro con cien especies diferentes".
¿Por qué es tan importante la biodiversidad?
Cada una de esas especies interacciona con el medio ambiente y genera lo que se denomina servicios de los ecosistemas, que están en la base de toda la vida en el planeta. Hace una década, la OCDE calculó que la biodiversidadrepresenta el 50% del PIB mundial.
Pero además de proporcionar una serie de materias primas –bosques, agricultura, pesca–, genera a través de sus interacciones con el medio ambiente servicios de regulación de los ecosistemas. Por ejemplo, la formación de suelo, el ciclo de carbono, la regulación climática, la regulación del ciclo hidrológico, la polinización…
La economía dependería de ellos, ¿verdad?
Básicamente, no habría economía sin esos servicios. Pero es que después están los servicios de soporte. Sin ellos no sólo no habría economía, tampoco habría vida tal y como la conocemos en el planeta. Un ejemplo es la producción de oxígeno. Si pusiéramos una jerarquía de valor y de riesgo, tendríamos abajo la crisis de la covid, después la crisis climática, y, por encima, la crisis de la biodiversidad. Es una crisis existencial.
La presión del ser humano sobre el plantea es enorme, ¿se puede cuantificar su consumo?
Se ha estimado que el consumo de una persona sería el equivalente a un organismo con un peso de 13.000 kg. Pero, como no hay ningún organismo terrestre que tenga ese peso, yo suelo usar la metáfora de King Kong. Es como si fuéramos 8.000 millones de King Kongs. Ese es nuestro impacto en el planeta.
En la práctica, si queremos ser realistas, no sólo vamos a tener que bajar el consumo, sino también aumentar mucho la eficiencia con que producimos recursos naturales. Son soluciones distintas.
Se ha especializado en cómo afecta el cambio climático a la biodiversidad.
Cada organismo tiene sus grados de tolerancia térmicos al medio ambiente. El ser humano a partir de 43 grados colapsa. En la mayor parte de los mamíferos y aves, entre 40 y 43. Si se prolonga en el tiempo esa temperatura, el organismo colapsa y tiene que adaptarse cambiando de sitio, o su comportamiento.
¿Nos pone un ejemplo?
Por ejemplo, se ha observado que las lagartijas, con mucho calor, pasan menos tiempo activas, por lo cual tienen menos tiempo para la alimentación y la reproducción. Eso conlleva una bajada de población. Hay un efecto fisiológico sobre el organismo, seguido de un efecto de adaptación en su comportamiento. A la larga, la interacción entre estos factores, puede llevar a su extinción.
¿Y cómo afecta la biodiversidad al cambio climático?
En la biosfera terrestre hay casi tanto carbono como en la atmósfera, unas 750 gigatoneladas, pero en los océanos hay 28.100 gigatoneladas. La gestión de los flujos de carbono entre lo que está vivo y lo que está muerto y los stocks de carbono se hacen con los ciclos biológicos. Un cambio, una alteración de esos ciclos puede movilizar cantidades ingentes de carbono a la atmósfera y eso podría desequilibrar por completo el clima mundial mucho más de lo que los modelos prevén.
¿Hay solución?
Es muy importante que en el marco de las Naciones Unidas se haga una gestión profesional de los flujos de los stocks de carbono. Es la única forma que tenemos de garantizar que no haya una situación de colapso.
¿Y qué son los hot spots o puntos calientes?
Hay 17 países en el mundo que se llaman megadiversos, casi todos en vías de desarrollo. Son los hot spots. Representan el 70% de la biodiversidad del planeta: México, Colombia, Ecuador, Perú, Brasil, Sudáfrica, Madagascar, Australia, India, Indonesia, Filipinas… Si esos 17 países acordaran preservar la biodiversidad, tendría un impacto brutal.
¿Son zonas amenazadas?
No todas. Pero son zonas donde el impacto de las amenazas es enorme. Algunas se están destruyendo ahora, principalmente por deforestación para conversión de terreno en agricultura, aunque también en plantaciones forestales.
No es sólo nuestra emisión de carbono, sino también lo que los ecosistemas dejan de absorber porque se han talado los bosques o el mar se está acidificando y bajando su capacidad de absorción de carbono.
Tenemos que trabajar en la conservación de la naturaleza, porque es la que gestiona los flujos planetarios de carbono. A la vez, tenemos que intentar reducir nuestras emisiones.
¿Cómo afectó el cambio climático a la biodiversidad en el pasado?
Siempre ha afectado. Siempre hubo cambios climáticos. Lo que pasa ahora mismo es que el mundo ha cambiado mucho respecto al pasado y hay mucha fragmentación de hábitats: hay carreteras, campos agrícolas, bosques de producción, ciudades...
La biodiversidad ya no puede adaptarse como se adaptaba antes, moviéndose libremente por el territorio. Eso reduce mucho su capacidad de adaptación a los cambios climáticos, de ahí la importancia de que en políticas de conservación se trabaje muy atentamente el tema del cambio climático.
¿Ha habido épocas anteriores en las que se haya producido una carga de carbono en la atmósfera superior a la actual?
Hay que ir muy atrás para encontrar una concentración de carbono equivalente a la que tenemos hoy. Por ejemplo, en 2019, las concentraciones de CO2 en la atmosfera eran comparables a las de hace 2 millones de años. En 2025, lo serán a las de hace 3,3 millones de años, cuando las temperaturas eran 2 o 3 ºC superiores a las actuales y el nivel del mar era de 15 a 25 metros más alto que hoy.
¿Cómo va a afectar el cambio climático?
Eso depende de la zona del planeta. Habrá un momento de transición problemático a finales de este siglo. Por ejemplo, en el norte de Siberia con el deshielo del permafrost habrá cambios en la geomorfología del terreno. Casas, carreteras, infraestructuras, pueden desaparecer por completo. Será un desastre humano.
Al mismo tiempo, el deshielo del mar Ártico permitirá nuevas rutas comerciales. Preveo nuevos conflictos militares por el control de esas rutas y por los recursos naturales que se van a liberar. Incluso yo diría que ha sido un error estratégico de Putin esta guerra, porque ha comprometido su potencial militar, financiero y su capital político en el mar Negro, cuando realmente el futuro de Rusia está en el mar Ártico.
¿Y en los trópicos?
Si en los polos hay retos y oportunidades, en los trópicos sólo retos. En las regiones mediterráneas, como la península ibérica, con una tendencia a la aridez, tampoco habrá muchas oportunidades. En algunos casos los retos son mayúsculos. Con la subida del nivel del mar, ciudades como Nueva York, Londres, París, Barcelona, Lisboa, tendrán que plantearse a lo largo del siglo algunos cambios.
¿Pensar que estamos al borde de la sexta extinción es demasiado catastrofista?
No. No me gusta nada ser catastrofista y me gusta pensar que soy optimista, aunque a veces me cuesta. Pero la trayectoria es nefasta. Los ecosistemas acuáticos están desapareciendo. Los océanos están completamente alterados con enormes concentraciones de plásticos. Más del 30% de anfibios están en riesgo de extinción. Los grandes mamíferos que no se han extinguido, están camino de extinguirse. Realmente estamos avanzando hacia un mundo que será mucho más pobre biológicamente.
¿Es evitable?
Es tristemente inevitable, salvo que existan cambios como los que se defienden en las Conferencia de las Partes de la ONU (COP). Son acuerdos, pero no hay mecanismos que obliguen a los estados a cumplir lo acordado y se genera el problema free rider. Los países saben que, si los demás cumplen, ellos se van a beneficiar. Pero si no, se ahorran el coste de implementar estas medidas. Y están todos mirando a ver si el otro lo hace antes. Es lo que Europa intenta cambiar con su estrategia de biodiversidad. Predicar con el ejemplo.
No se están adoptando medidas para mitigar y afrontar estos cambios.
En 1992 se celebró la Convención de la Diversidad Biológica. Hubo otra para el clima. Desde entonces, ha habido 15 reuniones. Este año, con retraso, se terminará la COP15 de la biodiversidad 2021. Se puede hablar de un fracaso objetivo, aunque hay matices que es importante referir. Desde 1970, todos los indicadores de biodiversidad están bajando.
¿Y a nivel europeo?
La UE preparó un documento muy importante que está en el marco del Green Deal, que se llama Estrategia Europea de Biodiversidad 2030. El Green Deal defiende que los objetivos de medio ambiente son de primer orden, porque son los ecosistemas de soporte para la vida y para la actividad económica. Pero si queremos conservar la biodiversidad, tenemos que hacerlo mucho mejor a nivel de sostenibilidad.
Además, debemos tener una gestión mucho más profesional de los espacios naturales protegidos y restaurar ecosistemas. No basta con proteger los que hay. Según mis análisis, en territorios como los nuestros la prioridad tendría que ser ríos y zonas costeras.
¿Por contaminación?
Por todo. Contaminación, utilización excesiva del agua para agricultura, los embalses que alteran por completo el ciclo hidrológico del río, el funcionamiento ecológico…Realmente, quedan muy pocos ríos en su estado natural. La costa y las zonas marinas son muy importantes porque son sumideros de carbono.
Pero la presión demográfica se concentra en la costa.
Es una cuestión de gestión territorial. Hay sitios donde están las personas y otros donde tienes que preservar el funcionamiento de los ecosistemas. No es solamente por el bien de las especies y de los ecosistemas. Es por el de las personas. Es una cuestión de gestión del bien público.
Ha realizado un estudio sobre biodiversidad y cambio climático en la península ibérica. ¿A qué conclusiones ha llegado?
Una de las conclusiones es que el 70% de los vertebrados terrestres –mamíferos, aves, reptiles y anfibios– van a verse negativamente afectados por el cambio climático en España. Esto implicará una política de conservación para la adaptación que es algo que todavía no existe en la mayor parte de los países, pero es uno de los objetivos de la estrategia europea de biodiversidad.
¿Qué habría que hacer?
Ampliar el sistema de reservas, mejorar la gestión, y considerar los impactos climáticos sobre las especies. Hay mucho que hacer.
Colaboración entre países
Es miembro del Consejo Nacional de Medio Ambiente y Desarrollo Sostenible, un órgano asesor del Gobierno de Portugal. ¿Qué tipo de trabajos hace?
Por ejemplo, he hecho un trabajo que da pautas para enfrentarse a los retos de 2030 a nivel de biodiversidad. Obviamente, Portugal no podrá hacerlo sin España, porque la biodiversidad no tiene fronteras.
Usted es un eje de colaboración científica entre Portugal, Inglaterra, Dinamarca y España. ¿Qué diferencia hay entre ellos?
En Dinamarca y Reino Unido la economía del conocimiento es muy importante. Reino Unido es el noveno país de economías que dependen de la industria del conocimiento, mientras que España ocupa el número 30. Lo que veo de España en comparación con Portugal, que son de la misma liga, es que aquí nos resistimos mucho a las reformas.
¿En qué sentido?
No se adoptan las políticas de manera consistente. Ha habido mucho vaivén, poca inversión y sobre todo poca coherencia en las políticas. El sistema científico español es muy burocrático y va in crescendo, con aumento de barreras a la movilidad investigadora. No veo una política agresiva para transformar España en una economía del conocimiento.
Más importante que la cantidad de dinero es hacer las reformas. Me decepcionó mucho la crisis económica de 2008. La drástica caída de inversión en ciencia podría haber ido acompañada de reformas que permitiesen un aumento de eficiencia en el uso de los recursos. No se hizo nada. Fue un parón no sólo en financiación, sino en capacidad de razonamiento.
¿Se destina poco dinero para investigación en biodiversidad?
Lo que es la gestión del planeta a nivel biológico todavía no tiene mucha financiación. Por ejemplo, para implementar la estrategia europea de biodiversidad hacen falta unos 20.000 millones de euros al año en Europa. Joe Biden acaba de firmar un envío de 40.000 millones de euros a Ucrania en armas.