Hay quien dice que sin Primavera silenciosa (1962), la organización ecologista por antonomasia, Greenpeace, nunca hubiese existido. No por nada, la obra que editó en castellano la Editorial Crítica en 2001 le valió a su autora el calificativo de “madre del ecologismo”. Y es que fue Rachel Carson (1907-1964) quien abrió los ojos al mundo con su obra cumbre: los años 60 aún no habían comenzado a florecer y ya teníamos claro que nuestro sistema productivo estaba contaminando la tierra y los océanos.
Hoy, 27 de mayo, cumpliría 115 años; sólo un fragmento de la edad que tiene el planeta en el que vivimos, y que ella amaba. Pero un cáncer de mama se la llevó antes de que pudiese ver recogidos los frutos que sembró con su trabajo. Las inquietudes de esta bióloga marina estadounidense marcaron el camino que seguiría el movimiento ecologista las décadas que siguieron a su muerte.
Gracias a esa Primavera silenciosa suya, se consolidó el ecologismo tal y como lo conocemos ahora, e incluso comenzó a celebrarse el Día de la Tierra. Sin embargo, poco ha mejorado la situación de nuestro planeta y sus ecosistemas desde que escribiese aquello de que “el ser humano es parte de la naturaleza y su guerra contra ella es, inevitablemente, una guerra contra sí mismo”.
Durante su vida, y a través de sus cinco obras literarias –entre las que también destacan Bajo el viento oceánico (Errata Naturae, 2019) o El sentido del asombro (Encuentro 2012)–, Carson nos dejó diferentes enseñanzas, que también podrían entenderse como advertencias o lecciones. Estas son algunas de ellas.
1. 'Stop' pesticidas
Con su Primavera silenciosa, Carson documentó con todo lujo de detalles el empobrecimiento de los suelos en aquellos lugares de Estados Unidos donde se utilizaban pesticidas de manera masiva. Sus efectos quedaron reflejados en sus palabras:
“Polvos y aerosoles ahora se aplican casi universalmente a granjas, jardines, bosques y hogares. Productos químicos no selectivos que tienen el poder de matar a todos los insectos, a los buenos y a los malos, de calmar el canto de los pájaros y el salto de los peces en los arroyos, de cubrir las hojas con una película mortal para luego permanecer en el suelo. Todo esto, aunque el objetivo deseado pueda ser solo unas pocas hierbas o insectos”.
Han pasado casi seis décadas, y los peligros de los pesticidas químicos –aunque hoy sean más seguros– siguen siendo similares para los ecosistemas y su frágil equilibrio. Y eso lo descubrió a base de recopilar datos sobre su impacto en la biodiversidad, especialmente el del dicloro difenil tricloroetano (DDT).
La versión oficial del Gobierno estadounidense y de las grandes empresas del momento era otra; decían que los pesticidas químicos eran inocuos e, incluso, los denominaba “agentes con precisión quirúrgica”. Carson demostró que mentían y advirtió: “Si rociamos la naturaleza con químicos a mansalva, llegará un día en que la primavera será, sin el cantar de las aves, silenciosa”.
2. Al servicio de la naturaleza
Uno de los biógrafos de Carson, Mark Hamilton Lytle, dijo en 2012 al diario británico The Guardian que, con Primavera silenciosa, la bióloga se propuso cuestionar abiertamente el paradigma de “progreso científico” que se impuso tras la Segunda Guerra Mundial en Estados Unidos. Y ello, en un momento en que cualquier crítica a las políticas de la Casa Blanca eran impensables.
Según otra de sus biógrafas, Linda Lear, por aquel entonces, todos los que trabajan en el campo de la ciencia y la tecnología eran “venerados como salvadores del mundo libre y los responsables de la prosperidad”.
Sin embargo, Carson rompió con ese mito: les expuso al escrutinio público con su libro y demostró que, cuando menos, “no hicieron los deberes” a la hora de dar luz verde a determinadas prácticas agrícolas. Así, la estadounidense demostró que la ciencia, para cuidar de todos, tiene que ponerse al servicio de la naturaleza y no de la economía.
3. La huella humana
Porque si algo recoge toda la obra de Carson es el impacto del ser humano en el planeta y sus ecosistemas. El deshielo y la subida del nivel del mar. La –por aquel entonces– discreta reducción de las poblaciones de aves y otros animales, como los insectos. El colapso de los océanos o incluso el cambio climático. Como una prosa privilegiada, la estadounidense se planteó todo aquello que aún hoy nos preocupa en la primera mitad del siglo XX.
Pero frente a todas sus reflexiones ecológicas había siempre un interrogante que le perseguía. "¿Cómo puede la sociedad informarse y entender todas esas cuestiones que atañen directamente a su vida?", llegó a verbalizar en alguna ocasión. "¿Hasta dónde llega el derecho a saber de la gente?, se preguntó.
4. ¿Superioridad humana?
Rachel Carson también abrió un debate que en su época pocos verbalizaban. Así, cuestionó públicamente la idea que las empresas relacionadas con la ciencia y el Gobierno estadounidense –y de cualquier país, en realidad– de la época asumían como cierta: que el ser humano tenía derecho a controlar la naturaleza.
La madre del ecologismo moderno no tomó esa afirmación como cierta y cuestionó por qué, como especie, nos creemos con el derecho de decidir quién y qué vive o muere. De esta manera, Carson rompió con esa supuesta dominación humana sobre la naturaleza como única solución para construir el futuro.
Además, en sus textos, Carson animó al público a cuestionar la autoridad, a preguntarse por qué se hacían determinadas cosas y quién estaba detrás de ella. Sin duda, se convirtió en un elemento revolucionario de su época.
5. Somos uno
De esta manera, Primavera silenciosa acabó convirtiéndose en una hoja de ruta para un mañana más saludables para todos. Y es que con esa obra culminó algo que llevaba años haciendo: demostró que todo en la naturaleza está conectado, y que los humanos no estamos fuera de ecuación.
Porque lo que le ocurre a las mariposas, las abejas, las aves, los bosques o los océanos, repercutirá en el bienestar del ser humano, en su alimentación y en su vida. Y es que todo fluye en la naturaleza. Como escribió, “hay algo infinitamente reparador en el reiterado ritmo de la naturaleza, la garantía de que el amanecer llega tras la noche, y la primavera tras el invierno”.