“Lo que hago es reconstruir las relaciones entre las especies o, mejor dicho, construir el árbol genealógico de la vida”, explica Thomas Halliday (Edimburgo, 1989) con una sonrisa que demuestra que ha explicado mil y una veces a qué se dedica un paleobiólogo. “También investigo los sesgos que existen en los registros de fósiles, es decir, las razones por las que no podemos saberlo todo sobre la historia de la vida en la Tierra”, añade.
Este investigador escocés lleva todo el día respondiendo preguntas de periodistas. Pero eso no quita para que le dé la réplica a ENCLAVE ODS con un tono jocoso que le quita hierro al asunto que vamos a tratar: cómo usar el pasado para construir un futuro en el que el ser humano tenga cabida.
Y es que, recuerda, “el pasado es un laboratorio en el que evaluar diferentes futuros”. De ahí la importancia de Otros mundos (Debate, 2022), la obra que le ha traído a Madrid, ciudad que visita por primera vez, en un viaje exprés. “Al menos he podido visitar El Retiro”, confirma risueño.
Está exhausto, pero hablar de su gran pasión, la paleontología, le recarga las pilas: “El trabajo diario de un paleontólogo puede estar relacionado con la colección de museo, con un acelerador de partículas, o con la radiación para investigar fósiles, o también puede ser trabajo de campo para recolectar nuevos materiales. No hay una sola manera de ser paleontólogo”.
Aunque estudió Biología, su necesidad de entender la complejidad de nuestro planeta –y especialmente su historia–, le hizo centrarse en esta otra rama científica con su máster y doctorado. Ahora, reconoce que “el pasado que observas como paleontólogo es bastante diferente de lo que la gente en general suele pensar”.
Y lo explica: “Tenemos una imagen del pasado como un lugar monstruoso. Y esto lleva siendo así desde principios del siglo XIX, cuando interesaba presentarlo como un lugar lleno de monstruos antediluvianos. Y así era el mundo antes de que entendiésemos cómo funcionaba la selección natural, cuando intentamos por primera vez entender, como sociedad, que había seres que ya no existían”.
A medio camino entre el entusiasmo y la sorpresa, Halliday hace un apunte: “Ese tipo de actitud ha perseverado a lo largo del tiempo en el imaginario colectivo a través de cosas como la película de Disney Fantasía, donde hay un T-Rex y un estegosaurio luchando a muerte, o Jurassic Park”. Su tono de voz denota fascinación tras comprobar que la gente sigue imaginando el Cenozoico o el Paleozoico como un lugar lleno de monstruos.
Pregunta: ¿Eso es lo que lleva a que un paleontólogo escriba un libro como Otros mundos?
Respuesta: Quería mostrar cómo fue realmente el pasado de la Tierra y de sus habitantes. Mi intención es mostrar estos organismos como animales y plantas de verdad, que viven en un contexto específico. No son sólo esqueletos en un museo. Todos ellos tenían una mente, dormían, se alimentaban, procreaban, jugaban… eran organismos vivos que merecen una representación realista.
Precisamente, el libro de Halliday hace un viaje por todos esos ecosistemas que ya no existen, pero que ayudaron a que el mundo sea tal y como lo ha conocido el ser humano. “Hay un amplio periodo de nuestra historia geológica sobre el que la gente no ha escuchado hablar”, recuerda este investigador. Y bromea diciendo que “entre ‘la época de los dinosaurios’ hasta hoy han pasado 66 millones de años”.
Pero de ese tiempo, “la mayoría de las personas sólo tienen datos sobre los últimos 20.000 años más o menos, es decir, la edad de hielo, con sus mamuts o sus dientes de sable”. Su intención, por tanto, al poner en marcha Otros mundos era “acercar una variedad más amplia de la vida tan maravillosa que ha habido en este planeta al imaginario colectivo, de una manera realista, alejándome del mundo de los monstruos”.
P.: Así surgió Otros mundos…
R.: El título original de este libro, cuando empezamos a discutirlo, era El mundo de ayer, pero acabamos llamándolo Otherlands [el título en inglés].
P.: ¿Cómo definiría esos "otros mundos" u "otherlands"?
R.: En inglés es un juego de palabras que funciona muy bien: nos recuerda a la palabra motherland, es decir, nuestro hogar, el lugar del que venimos. Un sitio que nos debería resultar familiar, aunque no lo sea. Porque a pesar de que tengamos los mismos patrones ecológicos que han persistido en los últimos 500 millones de años, los organismos de esos ecosistemas han cambiado. Y ese término busca ese equilibrio entre lo familiar y algo que es completamente distinto a todo lo que conocemos.
A ese “equilibrio” del que habla Halliday, llega con su libro a través de una prosa que vive a medio camino entre el nature writing, los viajes en el tiempo y la literatura científica. “La gente responde mejor a las emociones y a las sensaciones que trasmite un lugar que si hubiese hecho una descripción de la anatomía que conocemos sobre una criatura. Responde mejor a cosas que pueden sentir e identificar”.
Así, este investigador resucita 16 ecosistemas que ya no existen para, como él mismo dice, contar una historia global: “Cada capítulo corresponde a un ecosistema, y todos los continentes modernos están representados”. Pero no sólo eso: “Cada uno de los capítulos está organizado alrededor de una temática relevante para entender nuestra crisis climática actual”.
Por ejemplo, “el capítulo del Cretáceo es mi reconocimiento a que la época de los dinosaurios existió”, bromea. Y aclara que, en realidad, más allá de retratar estos animales extintos que fascinan, “nos habla de comunicación, de cómo los organismos se hacen señales entre ellos, ya sea a través de patrones en sus plumas o sus alas, o los rituales de apareamiento, o la manera en que unos organismos llaman a otros”.
Y zanja:“El capítulo no habla tanto de cómo de alucinantes eran los dinosaurios, sino de cómo se comunicaban entre ellos hace 125 millones de años”.
Algo clave en Otros mundos es que cada uno de los 16 ecosistemas que recrea tiene vida propia y los muestra en toda su complejidad. “Nos enseñan la verdadera diversidad de la vida terrestre a lo largo del tiempo”, explica el autor.
P.: ¿Por qué es tan importan que entendamos cómo era el planeta en el pasado?
R.: Si queremos saber lo que va a pasar en el futuro, necesitamos saber qué ocurrió en el pasado. A diferencia de la mayoría de los científicos experimentales, los paleontólogos no tenemos un control, no hay un segundo planeta en el que podemos probar diferentes ideas. La única manera de entender cómo responderá el complejo sistema de la Tierra a lo que podamos hacerle es mirar al pasado.
Halliday recuerda que, por ejemplo, “podemos ver qué pasó la última vez que las concentraciones de dióxido de carbono fueron de 600 partes por millón”. O las consecuencias de “un colapso ecológico por la pérdida de oxígeno del fondo de los océanos como vemos ahora”. Así, repite, “el pasado se convierte en un laboratorio en el que podemos evaluar diferentes futuros”.
P.: ¿Cómo son esos mañanas que descubrimos al mirar al ayer?
R.: Lo que vemos es aleccionador y preocupante a partes iguales: muchos de los problemas a los que se enfrenta la Tierra hoy existieron durante los periodos de extinciones masivas del pasado. Sabiendo esto podemos seguir adelante y decir: si continuamos como hasta ahora y seguimos quemando combustibles fósiles y liberando dióxido de carbono a los niveles actuales, nos llevará a concentraciones atmosféricas como las que había hace 50 millones de años, cuando no había hielo permanente en la Antártida.
Esa situación que describe, alerta, “destruiría una cantidad enorme de ecosistemas, y eso sin mencionar cómo las subidas del nivel del mar afectarían a las poblaciones costeras, como ya está pasando en Bangladés o las islas del Pacífico”. Y recuerda: “No es sólo una teoría; es lo que le va a ocurrir al planeta, porque somos parte de ecosistemas interconectados que se verán afectados al igual que nuestras sociedades”.
P: ¿Es frustrante saber que estamos provocando que los patrones del pasado se repitan?
R.: Es frustrante en muchos sentidos. Porque cuando estaba en el colegio, por ejemplo, me decían que este sería un problema que tendría que resolver mi generación. Recuerdo pensar "si sabes que es un problema, ¿no podemos empezar a resolverlo ya?". La ciencia lleva siendo muy clara desde hace 50 años sobre el cambio climático.
Halliday hace un inciso en su explicación para remarcar –y recordar– que el primer experimento que demostró que el dióxido de carbono es un gas de efecto invernadero se realizó en 1877. Y fue la climatóloga Eunice Foot quien lo hizo. Pero “dos años después se inició el primer proyecto extractivo de petróleo comercialmente viable en Estados Unidos.¡Sabíamos los peligros del CO2 antes de empezar a usar petróleo como combustible!”.
Y remata: “El primer presidente de los Estados Unidos al que informaron de que estábamos provocando un cambio en la Tierra fue Lyndon Johnson; poca gente que esté viva ahora votó a aquel presidente”.
P.: ¿El problema estaría, entonces, en que los políticos han venido haciendo caso omiso a las advertencias de los científicos?
R.: Los políticos saben que esto estaba ocurriendo desde hace mucho tiempo. Pero el problema está en que hemos separado la ciencia de las ciencias sociales. La comunicación científica suele ser muy extrema: siempre hay un problema gravísimo y vamos a morir todos. Los discursos apocalípticos no conducen a la acción. Lo que necesita la gente para actuar es que se reconozca que hay un problema y que se ponga sobre la mesa la solución. Y por fin se ha empezado a hacer.
P.: ¿Quién debe darnos la solución, los científicos?
R.: No deberíamos esperar a que los científicos tengan la solución, la comuniquen y creen las políticas necesarias para ponerla en marcha. Como grupo, no somos legisladores, aunque debemos asegurarnos de que a la gente se le trate bien en esta transición hacia un futuro más limpio. Necesitamos una ciencia climática socialmente responsable.
P.: "La indiferencia es letal", escribe al final de su libro.
R.: En la mayoría del planeta, la gente está lista para tomar las medidas necesarias para evitar el colapso climático. Y llevan mucho tiempo presionando a los países ricos. En la mayoría de las conferencias del clima hay delegados de Togo, Bangladés o cualquier otro país que ya está sufriendo las consecuencias del cambio climático pidiendo que los países ricos actúen. Pero no se ha hecho aún por culpa de las economías más fuertes, que se benefician del comercio de combustibles fósiles.
P.: ¿Pero el resto de países está listo, entonces?
R.: La gente en todo el mundo está lista. Hay un deseo de actuar a nivel global, pero los intereses de las compañías y los lobbies van en la dirección opuesta. Ya veremos qué ocurre.
P.: ¿Hay esperanza?
R.: La hay, pero es una esperanza activista y activa. No te puedes sentar a esperar que todo vaya bien; asegúrate de que ocurra.