Los oficios desaparecidos de las mujeres "indómitas" que construyeron Madrid: "No queda rastro de su lucha"
Victoria Gallardo, con su libro 'Fuimos indómitas', cuenta la historia de numerosas mujeres que, con su trabajo, forjaron la historia de la capital.
26 julio, 2022 02:33Madrid es una ciudad vibrante, que está en continuo cambio. Pero con tantas transformaciones se han perdido muchas cosas que quizás no deberían olvidarse nunca. Como los antiguos oficios –ya desaparecidos– de las mujeres madrileñas, que ni son recordadas en los libros de historia ni cuentan con placas ni nombres en las calles de la ciudad.
Sin embargo, sin su trabajo la capital se hubiera paralizado y Madrid no habría sido la misma. Ni sería la que conocemos hoy.
El nuevo libro de Victoria Gallardo Romera, periodista de profesión y gran apasionada de las grandes historias íntimas, viene a paliar este déficit histórico. Fuimos indómitas: los oficios desaparecidos de las mujeres de Madrid (La Librería, 2021) reconstruye la historia de numerosas mujeres que fueron lavanderas, cigarreras, verduleras, castañeras o aguadoras a través de entrevistas realizadas a sus hijas, nietas y bisnietas, pero también a través de una exhaustiva investigación en bibliotecas y hemerotecas.
El trabajo de estas mujeres era fundamental para el funcionamiento de la ciudad, pero hasta que Gallardo realizó las entrevistas, muchas de ellas ni siquiera se habían dado cuenta del papel que jugaron en la historia madrileña. Como cuenta, “sus voces suenan lejanas, pero su relato, valiente y combativo, sigue latiendo dentro y fuera de los márgenes de Madrid”.
Su libro viene a recordar que la historia de la capital española no sólo se contruyó en base a la vida y obra de los reyes y los grandes personajes, sino que también sus gentes cimentaron la leyenda de la villa. Por eso, no hay que dejar en el olvido la lucha de tantas y tantas mujeres madrileñas que allanaron el camino para los derechos que disfrutamos hoy.
Pregunta: Normalmente se ensalza a las mujeres intelectuales de principios del siglo XX como las sinsombrero, pero ¿qué importancia tiene contar la historia de las desconocidas?
Respuesta: Las protagonistas de Fuimos indómitas no tienen calles ni placas que las recuerden. Pese a que sin ellas y sin sus oficios una ciudad como Madrid se habría paralizado por completo. La historia a menudo reduce a estas mujeres a notas al margen y, cuando repara en ellas, lo hace desde una postura que oscila entre el paternalismo y la caricatura, cubriendo su relato con un montón de tópicos.
Para mí era importante contar sus historias precisamente por el anonimato en el que siempre han permanecido. Y hacerlo con la mayor honestidad posible, antes de que sus voces y sus recuerdos, como sus oficios, se acabasen extinguiendo.
Lavanderas en el Manzanares
El río Manzanares, por su paso por Madrid, es hoy un espacio verde donde sus ciudadanos pasean, hacen deporte o picnics. Sin embargo, esto no siempre ha sido así. "El Manzanares, hace más de un siglo, representaba la estampa de Madrid en toda su crudeza", señala Gallardo.
Hasta 7.000 lavanderas llegaron a faenar en sus orillas de lunes a sábado, "trabajando a destajo, contrayendo enfermedades reumáticas y teniendo que lamentar, en más de una ocasión, el fallecimiento de alguna compañera por culpa del frío en los inviernos más duros".
La imagen del río en aquel entonces estaba totalmente dominada por los tendederos. "Una rutina que, en más de una ocasión, llegó a traducirse en un gesto de rebeldía, como cuando, bajo la amenaza de de ser sancionadas con una multa de 20 ducados si tendían en la Pradera del Corregidor, las lavanderas continuaron poniendo a secar la colada en aquellos terrenos, ignorando la advertencia", cuenta la autora del libro.
Para Gallardo, esta anécdota dice mucho del carácter de estas mujeres y de su resistencia. No en vano, en el libro relata que la asociación de lavanderas y planchadoras fue la primera agrupación femenina de estas características en nacer en Madrid.
"Sin duda, y aunque hoy apenas se recuerde, sentaron un precedente peleando por cuestiones como establecer una jornada laboral de ocho horas o a tener derecho a un descanso anual de 15 días", reivindica la autora.
Otro de sus grandes logros fueron los derechos de maternidad. Entre otras medidas, consiguieron "eximir a las que hubieran sido madres de trabajar en las semanas posteriores al momento del parto o disponer de una hora al día para, en caso de tener hijos en edad de lactancia, poder alimentarles sin que ese intervalo de tiempo se les descontara del jornal".
Sin embargo, a pesar de su papel en el logro de los derechos de las mujeres en España, "la imagen recurrente que hoy conservamos de las lavanderas las coloca en una postal bucólica en el Manzanares", lamenta Gallardo. Y añade que nunca se las recuerda "participando en mítines del Teatro Barbieri o en las manifestaciones que ya entonces se celebraban con motivo del Día Internacional de los Trabajadores. Ni rastro de su coraje ni de su lucha".
P.: Hoy hablamos muy de la lucha feminista, pero ¿nos olvidamos a veces del pasado?
R.: La igualdad entre hombres y mujeres es algo por lo que ya peleaban nuestras abuelas. Aunque, a veces, parece que sólo existe aquello que se nombra. En la actitud de todas estas mujeres ya latía el feminismo, como también latía la sororidad, palabra que, pese a haber sido acuñada recientemente, lleva siglos funcionando.
Ese hermanamiento entre mujeres es posible encontrarlo en las cigarreras que, entre todas, pagaban el entierro de la compañera que fallecía o los medicamentos de la que enfermaba. También en las modistas, que arrimaban el hombro para evitar que una compañera se pasara toda la noche en vela por un encargo de última hora. O en las taquilleras y las telefonistas, que aunaron sus fuerzas para protestar cuando la compañía las despedía por el hecho de casarse… Todo lo que consiguieron, lo consiguieron juntas, siempre juntas.
[El manuscrito medieval que provocó la primera revolución feminista]
Aguadoras, cigarreras, taquilleras…
Madrid ha visto pasar muchas épocas y también muchos oficios. Con el paso del tiempo, y sobre todo de los avances tecnológicos, muchas profesiones que antaño eran imprescidibles, casi de la noche a la mañana, pasaron a ser sustituibles. Ese fue el caso de las aguadoras, las cigarreras, las telefonistas o las taquilleras del Metro de Madrid. Todas ellas, representadas dentro del libro.
P.: Habla del agua de Madrid, que hoy los madrileños defienden como la mejor de España, aunque esto no siempre ha sido así.
R.: Antes de que el Canal de Isabel II pusiera en marcha la instalación de la red de agua corriente, hacia 1850, la figura de la aguadora estaba totalmente integrada en el paisaje madrileño. Las más humildes, las que cargaban con el botijo, los vasos y la vasera a cuestas, voceaban su género y solían llevar también limones, azucarillos, anises o algo de canela para hacer más agradable su sabor.
Sin emplazamiento fijo, su posición era mucho menos privilegiada que la de aquellas aguadoras que sí contaban con su propio puesto. En Recoletos, por ejemplo, llegaron a proliferar muchas de ellos, convirtiéndose en epicentro de la crónica social madrileña.
P.: La Tabacalera es ahora un espacio de promoción de arte. ¿Cómo se pudieron reinventar las mujeres que trabajaban ahí?
R.: Cuando la Fábrica de Tabacos de Madrid cerró sus puertas, hace ya dos décadas, muchas trabajadoras fueron destinadas a fábricas que aún estaban en funcionamiento en distintas provincias. Otras, en cambio, optaron por adelantar su jubilación. Herederas de un oficio transmitido de generación en generación, muchas cigarreras eran cabeza de familia: madres solteras o viudas de cuyo sueldo dependía toda la familia.
Pese a las duras condiciones en las que trabajaron las mujeres que desfilaron por la fábrica durante sus dos siglos de historia y a lo mucho que tuvieron que pelear por sus derechos —algunos tan básicos como disponer de guantes y mascarillas—, me llamó la atención el cariño a la fábrica que mostraban las antiguas cigarreras a las que entrevisté.
No olvidan los años en los que tenían que parar las máquinas para hacerse escuchar. Tampoco cuando tenían que pedir permiso hasta para poder ir al baño. Pero entre muchas de ellas se tejieron unos lazos tan fuertes que hoy las siguen manteniendo unidas.
P.: Habla en el libro de las mujeres que trabajaban como telefonistas en las centralitas, ¿se parecían al retrato hecho en la serie de televisión Las chicas del cable?
R.: Así lo aseguran las antiguas telefonistas con las que hablé, aunque yo no quise que la serie me influyera en el capítulo que les dedico. En todos los oficios que recopilo en el libro, quise que fueran las propias mujeres que los ejercieron o, en su defecto, sus hijas o sus nietas, quienes contaran su historia. Por eso recurrí a ellas y también a los archivos y a las hemerotecas.
Uno de los testimonios que recoge el libro es el de Josefina Carabias, que llegó a decir del empleo de telefonista que había sido el más duro de todos los que había desempeñado. "Al sentir la llamada había que descolgar el auricular, ponérsele al oído con una mano y, mientras, con la otra, apuntar dos números: el del abonado que llamaba y el del otro con quien quería comunicar", señaló Carabias a la revista Crónica.
"Inmediatamente había que volverse para atrás y meter dos clavijas en sus agujeros. Estos agujeros estaban colocados con tanto talento que uno quedaba sobre nuestras cabezas y el otro muy cerca de los pies. Ahora, eso sí, con eso de estar todo el día de pie y haciendo flexiones, llegamos a adquirir una esbeltez y una agilidad de titiriteras", contó en la entrevista.
P.: En Metro de Madrid, a las mujeres se les dificultaba su ascenso cuando se casaban. ¿Cuánto ha cambiado la situación hoy en día?
R.: Aunque nos pueda resultar muy lejano, no ha pasado tanto tiempo desde que las taquilleras de Metro se veían obligadas a dejar su trabajo cuando se casaban. El motivo para aplicar esta norma era, en términos de la propia compañía, presuponer que "en casos de embarazo, de necesidad de atender a los deberes de maternidad, etc., no sólo se originarían en el seno de los hogares graves conflictos morales, entre el exacto cumplimiento de su cargo y los múltiples deberes que la maternidad impone, sino que se daría lugar a constantes reclamaciones del público, al no encontrarse debidamente atendido". Hasta 1983, Metro no tuvo a su primera mujer maquinista. Hoy, de sus 7000 empleados, casi el 30% son mujeres.
El legado de estas mujeres
La mayor parte de los oficios que recoge el libro de Gallardo Romero han desaparecido o están a punto de desaparecer. Sin embargo, para la escritora, estas mujeres han dejado una huella imborrable y su legado aún es visible en la ciudad. "Más que sus oficios, creo que el mayor legado que nos dejaron estas mujeres fue su relato, tan valiente y combativo", señala.
"Las mismas manos que frotaban sábanas en el Manzanares, liaban cigarros en la Fábrica de Tabacos, asaban castañas en portales o cosían prendas en cualquier taller hasta la madrugada eran las que cuidaban y amamantaban", añade.
Eran mujeres guerreras, que lucharon por lo suyo y que, por consecuencia, acabaron luchando por los derechos de todas las mujeres. "Doblemente silenciadas por ser mujeres y por ser obreras, no duraron en llevar su discurso al espacio público, en un momento en el que la sociedad les habría vuelto la espalda", cuenta.
"Me gusta pensar que ese carácter hoy sigue vivo. Las mujeres de este libro son nuestras madres y nuestras abuelas. Y Madrid se ha construido gracias a ellas", concluye la escritora.