Balón amarillo, bandera arcoiris (Libros Cúpula, 2022). El título del primer libro de Víctor Gutiérrez refleja perfectamente su doble identidad: el waterpolo y el activismo LGTBI. Sin embargo, hasta 2016, sólo había abrazado su identidad como deportista de élite. Ese año, tomó la valiente decisión de salir del armario en una entrevista para la revista Shangay.
El camino había sido largo y duro. Había transitado por extensos desiertos. Cuando era pequeño, veía a Aquilino Polaino por la televisión, un psicólogo que defendía que podía curar la homosexualidad. Y así, decidió esconder su condición sexual, encerrarse en sí mismo, crearse una coraza para que nadie pudiera percatarse.
Escribir este libro, cuenta, ha sido sanador. Ha abierto viejas heridas, pero le ha servido para entender por qué se sentía así cuando era niño o adolescente. “Que un niño de diez años se tenga rechazo a sí mismo por ser quien es, que no tenga información, que no tenga herramientas para gestionar, es algo tremendo”, señala.
No obstante, se siente una persona privilegiada porque ha tenido el apoyo de su familia y de sus amigos cuando lo ha necesitado, aunque reconoce que “no es la realidad que otras muchas personas viven”.
Por tanto, para Gutiérrez, es fundamental que la sociedad preste su apoyo a estas personas desde su niñez y evitar que a una edad tan temprana piensen que son unos “monstruos”. Entre otras cosas, por ello decidió pasar a la acción y ahora es secretario de políticas LGTBI del PSOE.
Desde pequeño, trató de esconder esa parte monstruosa suya, la homosexualidad. ¿Algo así deja cicatrices?
Claro. Desde que naces, la sociedad, la educación que recibimos, toda la información que tenemos en medios de comunicación, en películas… todo nos indica un camino a seguir, que es el camino de la heteronormalidad. El camino es ser heterosexual. Entonces, cuando empiezas a darte cuenta de que la identidad que tú tienes no tiene que ver con lo que te han enseñado, entras en un conflicto muy importante, y más aún cuando ya no solamente que te salgas de la norma, sino que además es algo malo.
Yo la primera vez que recibí el insulto maricón ya comprendí que, sin ni siquiera saber lo que significaba, eso era algo de lo que yo me tenía que alejar si quería sobrevivir. Se junta que entras en conflicto con todo lo que te han enseñado que tienes que ser y que ser homosexual es algo de lo que estar avergonzado.
Maricón, por tanto, es una palabra que le ha marcado mucho. ¿Se la siguen diciendo?
Desgraciadamente, la palabra maricón forma parte de mi vida y es una palabra que está muy arraigada en la cultura española. Sí que es cierto que la persona que la pronuncia no necesariamente tiene el objetivo de hacer daño, pero al final, la persona que la escucha no tiene por qué dar por hecho cómo está hablando la otra persona.
A día de hoy, afortunadamente se escucha cada vez menos, pero sigo escuchando esa palabra en algunos ámbitos. Yo intento seguir la corriente del colectivo de apropiarse de esa palabra para desprenderse de esa connotación negativa y empoderarnos con ella. Pero por mucho que intentes apropiarte de ello, si esa persona está buscando hacerte daño, es algo que te sigue molestando.
Han pasado ya seis años desde que decidió salir del armario públicamente. En aquel momento, pensó que iba a cambiar completamente su vida. ¿Ha sido positivo el camino?
La vida me ha cambiado positivamente. Sí que es verdad que cuando tomé la decisión de dar ese paso y visibilizarme, no sé a lo que me voy a enfrentar. Me tiro a la piscina sin saber si hay agua o no. No sé si voy a recibir más apoyo que odio. No sé si eso me va a traer problemas a nivel competición. No sé si se me van a marchar los patrocinadores.
Me tiro a la piscina porque creo que es importante transmitir un mensaje positivo en un ámbito en el que hace mucha falta y en el que, desgraciadamente, siempre que escuchamos hablar del colectivo LGTBI en el deporte es por algo malo, por una denuncia de un insulto, de una agresión o alguien que ha tenido que dejar el deporte por ese motivo.
La experiencia ha sido positiva, entonces.
Echando la vista atrás, las cosas que me han pasado estos seis años han sido muy positivas y quiero compartir mi experiencia positiva para empoderar sobre todo a la gente joven para que se sienta bien consigo misma. En lo personal, he conseguido abrazar definitivamente y llevar por bandera eso que tantos años he llevado con vergüenza.
Y sobre todo con lo que me quedo a día de hoy, seis años después, es que hay personas que todavía me escriben mensajes en Instagram, en Twitter y que me dan las gracias porque gracias a mi testimonio, a conocer mi historia, les ha dado fuerzas para dar pasos en su vida, hablar con sus padres y decirles que es un chico homosexual, con sus compañeras de equipo. Ese es el mejor premio: saber que con lo que estás haciendo puedes ayudar a otras personas. Vale más que cualquier medalla o cualquier reconocimiento.
El deporte: terreno vedado
El deporte de élite no es un espacio amable para ser homosexual y abrirse camino puede no resultar sencillo. Tampoco hay referentes para ello, o al menos no los suficientes. El caso de Gutiérrez se convirtió en pionero de la visibilización de la diversidad sexual en el deporte de élite español. Otro logro suyo, tras sufrir una agresión en 2021, es que se impusiera la primera sanción por homofobia en el ámbito del deporte en España.
Según cuenta el waterpolista, cuando uno tiene 13 o 14 años y no hay ningún referente en el deporte fuera del armario, eso funciona como un tope, como algo que te impide soñar en grande. “Yo el primer referente que tuve fue cuando con 15 años busqué en internet ‘deportista gay’ y me salió la historia de Justin Fashanu, el primer futbolista que salió del armario en 1990 y que acabó suicidándose en 1998”, relata.
Y añade: “Entonces dije ‘esto es lo que me espera’ y a mi lo que me hizo fue que si ya tenía miedo, me generó todavía más miedo”. Por eso, tuvo que construirse un caparazón para que nadie pudiera hacerle daño.
¿Por qué cuesta tanto salir del armario en el deporte de élite?
Es un cúmulo de circunstancias. Es como la pescadilla que se muerde la cola. No hay muchos referentes y eso dificulta que te sientas identificado y puedas perder ese miedo. A mí se me antoja complicado que un futbolista, por ejemplo, tome esa decisión cuando se tiene que enfrentar a 40.000 personas llamándole ‘maricón’ y, además, sabiendo que no se van a perseguir esos comportamientos.
No podemos poner el foco en los deportistas, sino en el deporte. Todos los actores y toda la dinámica que rodea al deporte es la que tiene que cambiar. Tiene que haber una ley desde la política del deporte, que no solamente sancione, sino que también prevenga la LGTBIfobia en los recintos deportivos. Tiene que haber muchísima más educación y formación desde la base, campañas de sensibilización, más referentes fuera del armario.
¿Esas medidas ayudarían?
Cuando todo eso se ponga a funcionar, veremos que los deportistas pierden ese miedo a mostrarse tal y como son. Mientras tanto, vamos a depender de la valentía de algunos pocos para cambiar.
Usted es uno de esos pocos. ¿Se considera un referente para las nuevas generaciones?
A mí me consta que me he convertido en un referente para muchas personas simplemente por contar mi testimonio. Tampoco he hecho nada extraordinario. Simplemente, he contado quién soy en un ámbito en el que es difícil hacerlo y eso, al final, te coloca en una situación en la que hay gente que se fija en ti y tú le ayudas para dar pasos en su vida.
Soy consciente de que, estando en esa posición, cada vez que yo tengo la posibilidad de hablar o tengo un altavoz mediático, lo utilizo en la manera más coherente posible para que mi mensaje pueda ayudar a otras personas.
Alerta Europa
En los últimos años, los partidos de ultraderecha se han expandido por todo el continente europeo y otras democracias. Recientemente, Giorgia Meloni ha sido la última que ha accedido al poder, pero antes que ella, Viktor Orban en Hungría o Andrzej Duda en Polonia. En estos últimos, ya se ha podido ver un retroceso de los derechos y las libertades de las personas del colectivo LGTBI.
¿Existe un riesgo real de poder perder unos derechos que tanto trabajo ha costado conseguir?
Claro, no es un riesgo ficticio, es un riesgo real. Ahora se abre una etapa de absoluta incertidumbre. No sabemos lo que va a pasar, pero yo soy optimista por naturaleza. La sociedad va avanzando cada vez más y es un avance imparable. La gente está cada vez más concienciada y sensibilizada con la diversidad, pero no podemos negar que hay una corriente reaccionaria que busca volver hacia atrás con unos discursos populistas que, por la situación en la que vivimos, están calando mucho.
Que tengamos una serie de derechos y libertades reconocidos no significa que estén protegidos. Tenemos que estar constantemente alerta para protegerlos, porque, de repente, en una legislatura se puede perder el avance que ha costado 50 años conseguir.