Gregorio Marañón (Madrid, 1942) destaca por su voluntad de tender puentes, crear acuerdos y por su habilidad para lograrlos. Es presidente del Teatro Real, de la Fundación Ortega-Marañón, de la empresa cotizada Logista y vocal del consejo de EL ESPAÑOL, entre otros cargos.
Para cumplir con la Agenda 2030, es fundamental la implicación de todos los sectores de la sociedad. El decimoséptimo Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) abandera el fomento y la constitución de alianzas eficaces entre las esferas pública y privada. Sobre ello preguntamos a Marañón, que recibe a ENCLAVE ODS en su despacho.
Llega con prisas y se va de la misma manera. Es hábil y cauteloso en sus respuestas. Como liberal, está “convencido de que la verdad es compartida”. Destacan su voluntad, su entusiasmo y su capacidad de trabajo.
[Gregorio Marañón, memorias de una vida dedicada a la cultura y al consenso]
¿Es negociar llegar a un acuerdo o crear una alianza?
Negociar es el medio necesario para alcanzar un fin, como un acuerdo o una alianza.
Tiene un talento innato para negociar.
Creo más en los talentos aprendidos que en los heredados. En mi caso, negociar forma parte de esa cultura liberal que entiende que la verdad suele estar compartida.
¿Cómo lo ha desarrollado?
Practicándolo.
Como abogado, su gran habilidad consistía en que las partes llegaran a acuerdos, evitando ir a juicio. ¿Qué estrategia seguía?
Con la lentitud de la justicia española, casi siempre es preferible un acuerdo entre las partes que un pleito. Pero, ciertamente, a veces este acuerdo resulta imposible.
Al margen de esta consideración general, cada negociación requiere su propia estrategia.
Cuando dirigió la conmemoración del IV Centenario de la muerte de El Greco, la fundación vio reducido considerablemente su presupuesto debido a la crisis económica. Aun así, fue un éxito. ¿Cómo afrontó la situación?
Estableciendo sobre la marcha un modelo de patrocinio de la sociedad civil que fue un éxito. Utilizamos el marco legal de los acontecimientos de excepcional interés público que, hasta entonces, parecía reservado a los eventos deportivos.
También, desde el patronato del Teatro Real, ha propiciado la alianza entre los sectores públicos y privados. ¿Siempre tuvo claro esta alianza?
En el 2009 –en plena crisis económica– las subvenciones públicas se redujeron a la mitad en el mundo de la cultura. Tuvimos que inventar un modelo de participación de la sociedad civil en una institución pública. Ha funcionado excelentemente y el Teatro Real es hoy un referente internacional, no sólo por su calidad artística.
¿Qué importancia tienen las alianzas para lograr objetivos?
Las alianzas refuerzan siempre. Me parece incuestionable.
Desde las instituciones que ha dirigido ha llegado a acuerdos con políticos y empresarios, independientemente de sus preferencias políticas.
Creo firmemente que las instituciones públicas relevantes deben gestionarse con un modelo de excelencia, con los adecuados equipos profesionales y con la estabilidad que requieren los buenos proyectos para consolidarse. Todo ello debe quedar al margen de cuales sean nuestras preferencias políticas personales.
¿Quiénes son más complicados, políticos o empresarios?
La naturaleza humana es la misma en ambos colectivos y, por tanto, las facilidades o dificultades son similares. Depende siempre de las personas que intervengan.
¿Cuáles son las principales dificultades a la hora de lograr la alianza entre los sectores público y privado?
La falta de una cultura que lo propicie.
¿Qué puede aportar la sociedad civil?
No solo patrocinio, sino un buen modelo de gestión, y una experiencia plural que enriquece.
¿Es la sociedad civil española activa o pasiva?
En lo suyo, ejemplarmente activa. En el ámbito de la cultura, mucho menos.
¿Cómo podría la sociedad civil española involucrarse más?
Sin duda, esa inexistente Ley de Mecenazgo de la que se habla desde hace tanto tiempo contribuiría a propiciarlo.
Fomentar la constitución de alianzas eficaces entre las esferas pública y privada constituye el ODS17. ¿Cree que es posible lograrlo?
Por supuesto que sí. Pero estamos aún lejos de lograrlo con carácter general.
¿Es usted optimista?
Por naturaleza, soy tan optimista como entusiasta.
¿Cómo concilia el pragmatismo con el idealismo?
Son dos mundos que se complementan y se necesitan mutuamente. Raíces que vuelen y alas que arraiguen, como diría Juan Ramón Jiménez.
¿Qué es el entusiasmo para usted?
Etimológicamente, estar poseído por los dioses. El entusiasmo enriquece y alumbra cuanto hacemos.
¿Consejos a la hora de negociar?
Cada negociación es un mundo… En general, saber lo que se pretende y, si es posible, lo que pretende la otra parte. Nunca actuar con prepotencia, sino empatizando y valorar siempre más lo que supone el acuerdo que ese último objetivo al que hemos renunciado.
Usted ha escrito sobre su compromiso político y social. ¿Cómo lo siente?
En el caso de mi generación, los valores democráticos fueron parte esencial de nuestra cultura. La democracia, más allá de un sistema político, constituye una forma de entender la vida.
¿Cómo ejerce su compromiso social?
De distintas maneras, unas más públicas que otras. Por ejemplo, mi presencia desinteresada al frente del Teatro Real responde a ese compromiso social, que en este caso viene además unido a mi vocación cultural.
¿Es la cultura la hermana pobre o el comodín del gobierno de turno?
Nunca debe serlo. La cultura, por su valor identitario, constituye un elemento estratégico de primer orden en todas las sociedades.
¿Se valora el legado cultural del país?
Los legados son referencias enriquecedoras, aunque haya legados a los que conviene renunciar.
¿Cómo ve la política nacional en la que cuesta tanto llegar a acuerdos?
En general, nuestras democracias padecen el grave fenómeno de la polarización. Si no lo superan pronto, veremos resquebrajarse todo el sistema.
¿Qué sería necesario para superar esas diferencias?
Asumir que la democracia, más allá de ser un sistema político, comporta una filosofía de vida.
¿Se puede negociar todo?
Casi todo.