Cuando abres por primera vez el libro de Beatriz Cepeda (Zamora, 1986) y Enrique Aparicio (Alpera, Albacete, 1989) podría parecer que están haciendo un guiño a La historia interminable. Las páginas se dividen por colores (azul y negro) y recuerda a archiconocida fábula de Michael Ende que tiene como protagonistas a Atreyu y Bastian, el ávido guerrero adolescente y el niño gordo que se refugia en los libros para huir del bullying.
Sin embargo, aunque la referencia le viene 'ni que pintada' a ¿Puedo hablar de mi salud mental! (Aguilar, 2023), es, según sus autoras –tanto Cepeda como Aparicio se refieren a sí mismas en femenino–, "pura casualidad". Ella es más conocida en redes como 'Perra de Satán'. Él, como 'Esnórquel'. Juntas llevan más de 151 pódcast emitidos y ahora su '¿Puedo hablar!' se ha convertido en libro.
En él hablan de salud mental, de trastornos de la conducta alimentaria (TCA), de gordofobia, de homofobia y, sobre todo, de su primer contacto con la terapia. Ese primer paso, el de coger el teléfono y llamar al psicólogo, dicen, es el más difícil.
Pero, recuerda Cepeda, “si a ti se te rompe la caldera de tu casa, no dudas ni un segundo en llamar al seguro, o si se te estropea el coche, llamas a la grúa, o si te caes por la calle, llamas a una ambulancia si te has roto una pierna”. Y remata: “Por qué cuando tú notas un crack en la cabeza dudas no solo un segundo, sino durante años, en hacer esa llamada”.
El libro, reconoce Cepeda, nace precisamente para eso: para animar a todas esas personas “que saben que algo no va bien, pero no se atreven a dar el paso”.
Pregunta: Decís que para mucha gente hacer esa primera llamada al psicólogo es terrorífico. ¿Cuál es el motivo?
Beatriz Cepeda: Porque la psicología en nuestro país todavía carga con el peso del estigma, el miedo a que nos tomen por locos, el miedo a que nos discriminen por ir al psicólogo. Ese es el que realmente nos está frenando. Pero nuestra salud es muchísimo más importante que el estigma o el miedo al que dirán, no podemos permitir que nos frene.
Enrique Aparicio: Te pongo un ejemplo concreto, tengo una persona en mi entorno, un amigo que lleva instalado en ese impasse años. Cuando nosotros le decimos ‘eso que tú sientes te vendría muy bien tratarlo con un psicólogo’, primero le quita importancia, te dice que no es para tanto. Luego pasa tiempo y es como 'oye, eso que me dijiste del psicólogo, cómo va', ya con curiosidad. Cuando hace otro catacroc y tienes que volver a consolarle, le dices 'cariño, es que esto te iría mucho mejor si vas con el psicólogo'.Y ya te da la razón, lo reconoce. Pasa el tiempo, le vuelve a pasar algo. Y te pide el teléfono. Ese es el paso en el que estamos ahora. Cuando vuelves a hablar con él, te dice que está muy liado.
P.: Enrique, tú conoces bien esa situación.
E.A.: Miedo, excusas… he estado ahí tantos años. Yo he vivido ahí. Toda mi vida adulta yo intuía que funcionaba de una manera que no podía ser. Cuando me fui dando cuenta, fui siendo consciente, fui entendiendo que iba a necesitar ayuda y desde que lo fui entendiendo hasta que la pedí, pasaron años, unos años horribles.
Mucha gente está en esos años horribles y evidentemente muchas veces las condiciones materiales ya son la barrera que te impide pedir ayuda profesional, porque en este país la ayuda suele ser privada. Aun así, hay asociaciones, hay ciertos recursos, hay profesionales de salud mental que echan muchas horas sin cobrar para para que la gente pueda acceder a un mínimo de atención. Pero muchísima gente también, muchísima, no va por miedo.
Aparicio reconoce que si él hubiera sabido que se podía vivir con “la tranquilidad” con la que vive ahora, no se lo hubiera pensado tanto. “Por un solo día de la tranquilidad con la que yo ahora mismo habito mi cuerpo, habito este mundo, me habito a mí mismo y me relaciono con los demás… ¿Quién no querría estar bien, quien no querría estar tranquilo?”, confiesa. Y alerta: “Y si tú crees que no estás así de tranquilo, spoiler, no lo estás”.
P.: Empezáis el libro con una frase reveladora: 'Pero… ¿este libro qué es?'. Yo, personalmente, lo veo como dos relatos íntimos que sirven de guía, porque cualquier puede identificarse con ellos. Pero ¿qué es para vosotras?
B.C.: Este libro es el relato verdadero y, para mí más importante, honesto de dos personas a las que nunca les ha pasado nada grave. Ni Enrique ni yo hemos tenido ningún trauma de estos que emocionarían a Spielberg. Pero aun habiendo tenido unas vidas bastante corrientes, sin haber tenido que sufrir una gran pérdida o un hecho muy traumático, o haber sufrido un daño proveniente de otra persona muy fuerte, hemos necesitado ayuda psicológica para transitar ciertos aspectos de nuestra vida, muy relacionados con factores externos.
P.: ¿Por qué enfermáis vosotras?
B.C.: Uno de los hechos por los que nosotras enfermamos es por la sociedad en la que vivimos, porque desde muy pequeñas sufrimos, en el caso de Enrique, homofobia, y en el caso de las dos, gordofobia. El hecho de que existan esos ideales, esos valores sociales tan asentados en nuestra cultura y que no se pueda luchar contra ellos de una manera muy fácil, porque la gente no se para a pensar ni siquiera que las cosas funcionan así… esas cosas enferman a las personas normales.
Es muy necesario hablar de que muchas de las causas de los problemas de salud mental son estructurales y que aunque los parcheemos individualmente yendo al psicólogo, realmente lo que tú dices es cierto, cualquiera se puede identificar porque cualquier persona que no sea un hombre heterosexual o que no sea una persona delgada ha sufrido exactamente lo mismo que Enrique y yo.
E.A.: Son relatos íntimos, lo que pasa es que nosotras hemos entendido que nuestra intimidad estaba intervenida por fuerzas sociales, por jerarquías, por estándares, por modelos de los que hemos sido conscientes, por lo que dice Bea, porque no encajábamos.
P.: ¿Nos pones un ejemplo?
E.A.: Quiero decir, si fuésemos Elsa Pataky y su marido, probablemente –no quiero decir que estas personas no puedan sentir ansiedad o caer en una depresión, nadie se libra, por desgracia– , creo que no nos hubiéramos dado cuenta tan pronto, al menos, de que el mundo no es como nos habían contado. Para mí, el ser marica, sobre todo, que quizá es más evidente porque la heterosexualidad te la inculcan, desde que tienes tres añitos ya te preguntan quién es la niña de clase que te gusta o cuál es tu novia. Es muy vistoso, muy evidente cuando no encajas. Eso lo que a mí me ha dado es una distancia para contemplar, para ver el hilo de las marionetas. Y probablemente, desde dentro del guiñol los hilos son muchos menos evidentes; tienes que hacer un esfuerzo mucho más grande.
P.: Todo este camino del que habláis empezó hace varios años, y eso es lo que contáis en el libro: cómo llegasteis a terapia y cuál fue vuestro primer contacto con ella. Echando la vista atrás, ¿os reconocéis en la Beatriz y el Enrique que erais entonces?
B.C.: Sí, no ha sido un entró una persona y de repente es otra completamente diferente. Además, los cambios que se producen en terapia son muy lentos. Yo he hecho un total de cinco años de terapia, con lo cual no hay un día que de repente te levantes y digas 'uy, pero si ya he cambiado'. No.
E.A.: No es como 'Lluvia de estrellas'.
B.C.: Claro, el cambio es un proceso que es tan lento y tampoco es lineal, es decir, hay veces que caes –en el libro también hablamos de recaídas–, que crees que vas para atrás… Es complejo. Y a ver, reconocerme me reconozco, sobre todo porque, por suerte, somos 'jóvenas' y tenemos la memoria fresca y esto nos ha pasado no hace tanto. Es decir, nos acordamos de quiénes éramos en ese momento y qué nos estaba pasando por la cabeza en algunos de los momentos de los que hablamos en el libro.
Pero yo es algo que he dicho siempre y que no me cansaré de decir, y es la típica frase que le digo a toda persona que se acerca a mí preguntándome si creo que debería pedir ayuda psicológica; mi respuesta siempre es la misma: la persona que yo era antes de ir a terapia y la persona que soy ahora son muy diferentes. La diferencia está en la terapia, pero también en todo lo que aprendes sobre ti y sobre la sociedad. La terapia me permitió entender quién soy, qué quiero y cómo conseguir las cosas que quiero. Algo que siempre había estado reprimiendo.
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P.: ¿Qué reprimías antes de empezar la terapia?
B.C.: En mi caso, por el hecho de ser gorda, lo que siempre me habían repetido es 'tú no puedes ser así', 'no se puede ser gorda'. Entonces, claro, siendo gorda me sentía una persona equivocada, una persona que no podía ser así, con lo cual siempre luchaba por ser otra cosa y me gastaba mucho tiempo en intentar parecer otra persona. En el momento en que te relajas dices 'no, la persona que yo soy es válida y no pasa nada', entonces ahí es donde está el cambio real.
E.A.: Y no solo es que yo reconozca al Enrique preterapia por llamarlo así, sino que me reconozco a veces funcionando como el Enrique preterapia. Ojalá esto fuera un reset tan absoluto como para ya no volver a equivocarte, no volver a sentir según qué cosas. Pero la diferencia es que ahora sé gestionarlas. El estrés, la ansiedad, la tristeza, cosas básicas de estar vivo, yo las sigo sintiendo, solo que ya no me quedo atrapado en ellas.
P.: ¿Era lo que te pasaba antes de la terapia?
E.A.: Era lo que más o menos ocurría antes, porque también la mano de cartas que me había tocado era muy jodida: autoodio, desprecio, falta de autoestima y tal. Tienes un abanico mucho más amplio, en la mano de repente tienes casi todas las opciones; muchas que ni te habías planteado que podían servirte para este juego, pero a veces te enfrentas a los mismos retos. Lo que pasa es que ahora, joder, tienes muchas más cartas con las que jugar. Y sí, claro que me reconozco. Y te diría más, no es solo que me reconozca yo, es que ahora lo reconozco mucho más fácil en los demás y veo gente que claramente está funcionando de la manera en la que yo funcionaba antes.
P.: Los dos hacéis mucho hincapié tanto en el libro como en vuestro pódcast en la gordofobia. Con vuestra experiencia y el feedback que recibís, ¿creéis que se siguen asociando los kilos al origen de todos los males o el body positive está surtiendo efecto?
B.C.: Es una pregunta con trampa, porque evidentemente nosotros no conocemos todos y cada uno de los casos para poder analizar. Pero si bien ha habido pequeños cambios sociales que son importantes –que sean pequeños no quiere decir que no sean llamativos–, también las redes sociales han influido muchísimo porque antes solo veíamos los cuerpos, por así decirlo, elegidos, los que eran elegidos para salir en las revistas, en la tele o en el cine. Ahora no, cualquier persona en las redes sociales puede enseñar su cuerpo y puede hacer lo que le dé la gana.
También hay más referentes de personas gordas de éxito. Por ejemplo, yo estoy completamente enganchada a la cantante Lizzo, que me encanta, y ella, pues está con su cuerpo completamente 'living' y así lo transmite. Sí hay cambios. Ahora, permíteme la comparación, porque no es lo mismo, pero está relacionado, el movimiento contra la gordofobia y el feminismo no triunfarán hasta que no cambie la estructura social, porque nuestra estructura social está asentada.
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P.: ¿En qué sentido?
B.C.: Los pilares del valor social están asentados sobre el patriarcado, con lo cual, la mujer, por mucho que luche, siempre va a ser percibida como algo diferente, a lo mejor no peor, pero sí diferente o algo que hay que apoyar o algo que hay que ayudar porque no se vale sola. Y con las gordas pasa exactamente lo mismo. En nuestra cultura, el físico es un valor. Por ejemplo, aunque al principio de los 2000 se veían unos cuerpos casi extremadamente delgados, en los 2010 hemos visto curvas, pero es que no eran curvas rollo la Venus de Willendorf , sino trabajadísimas e incluso operadísimas, había gente que se operaba el culo y las tetas, porque sí, las curvas están bien, pero solo cuando están en su sitio.
P.: Cambian las cosas, pero no tanto.
B.C.: Aunque cambien ciertas cosas y aunque avancemos en otras, hasta que no haya un cambio estructural, la gordofobia va a seguir existiendo. Porque además es algo, igual que el machismo, igual que la homofobia, igual que el racismo, que ni siquiera te tienen que enseñar. Evidentemente, a nosotros, a nadie –quiero pensar–, lo han sentado en un aula y le han dicho 'los gordos dan asco', 'los maricones son unos enfermos', 'los chinos se tendrían que ir a su país'.
Pero recibimos tantos mensajes a lo largo del día que te acaban diciendo que 'lo gordo da asco', 'lo gordo es desagradable' y 'lo gordo es un fracaso' o 'lo gordo es tu culpa', 'lo gordo es cambiable'…, recibimos tantas veces esos mensajes que simplemente te los crees y los das por buenos. Uno de los argumentos más manidos en el mundo de la gordofobia es 'tienes que adelgazar por tu salud'. Da igual que demuestres con artículos y con estudios académicos que la gordura no es sinónimo de insalubridad, ni la delgadez es sinónimo de salud. Da igual. Tenemos eso tan incrustado dentro que no se va a desmontar
E.A.: Con la gordofobia, yo en mis intersecciones, que tengo un par o tres para elegir, lo comparo y digo joder, es que en mis conocimientos, en mi seguridad en mí mismo, en mi capacidad de celebración como maricón, yo estoy ya en el doctorado, puedo dar clases. Sin embargo, como gordo me siento en ‘parvulitos’. Me parece que todavía no soy consciente ni del 1% de las cosas que me pasan, me han pasado y me pasarán porque estoy gordo o alrededor de que estoy gordo.
Llevo siendo gordo toda la vida: no he estado delgado más que ciertas ocasiones en las que mi TCA y mi obsesión me han llevado a ello y yo jamás me vi delgado. Estoy por estrenar como delgado, y creo que el 99% de los gordos estamos en un punto en el que nos explican desde una mirada un poco deconstruida las cosas más básicas y nos caemos del caballo, como San Pablo. Y yo creo que ahora mismo me estoy cayendo del caballo.
P.: ¿A qué te refieres?
E.A.: Ahora mismo mi identidad gorda es con lo que yo estoy en negociación constante, y constante es diaria porque, cariños, comer hay que comer todos los días y es una negociación diaria, una evaluación diaria o incluso cada hora de lo que tú quieras ser. Si lo que tú quieres ser quieres serlo de verdad o te has convencido de que quieres serlo, de quién va a ser el beneficiado o no… son preguntas muy básicas, pero creo que los cuerpos gordos vivimos constantemente sumergidos en ellas. Y como dice Bea, si lo hacemos alguien te enseña: un niño de tres años regordete no se está planteando estas cosas. Aprende a hacerlo.
P.: Es que es complicado decir 'soy gorda y no pasa nada, no hay nada malo en ello'. Nos han educado en lo contrario, en el tenemos que ser de una manera a la que tu cuerpo no se amolda.
B.C.: Sí, totalmente. La gordofobia es una trampa porque te hace dudar de ti misma. Yo durante muchos años de mi vida creía que estaba enferma solo porque estaba gorda y ya pensaba que eso era una enfermedad, porque todo el mundo me decía que no estaba sana. Y la conclusión que tú sacas es que si no estás sana estás enferma. Una de las cosas que más me ha costado es entender que estoy bien, que si hoy no me duele nada, no tengo fiebre, no tengo inflamaciones de ningún tipo, estoy bien, aunque esté gorda es posible. A mí me convencieron demasiado joven, como con 14 años, de que estaba enferma y no tenía ninguna enfermedad. Pero cuando te dicen que estás enferma te empiezas a comportar como una, y eso es muy jodido.
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E.A.: Y va más allá de la salud, que es la excusa que ha encontrado el sistema para que no te puedas enfrentar a él. Porque quién querría no estar sano. A pesar de que cuando pesaba 30 kilos menos que ahora, estaba mucho peor de salud, pero muchísimo peor y a punto de tirarme por la ventana. Si uno lo piensa, el estrés es un factor de riesgo igual o más peligroso que la obesidad o el sobrepeso para la salud y el estrés no se persigue como se persigue el sobrepeso. Es más, hasta se premia.
P.: ¿Cómo va la gordofobia más allá de la salud?
E.A.: Independientemente de la salud, la propia normatividad de la delgadez… no quiero comparar opresiones, pero hay un ejemplo ilustrativo de por qué es muy difícil salirte del sistema gordofóbico. Si tú a las personas racializadas les pudieras dar un proceso en lo que ellos se esforzase y pudieran ser blancas, por un lado, quién no querría serlo y tenerlo fácil en la vida, quién no querría no llamar la atención para mal.
Pero, por otro, ¡qué cosa más terrible! Por qué para validar a una persona tienes que hacerle entrar en un tono de piel. Pues por qué para validar a una persona tienes que hacerla entrar en un tamaño y una forma concretos, cuando hay miles de factores que hacen que esa persona, por su propia naturaleza, no entre. Porque, de verdad, yo como bien, hago deporte, simplemente, pues chico, mi cuerpo, si no le someto a una cosa muy extrema, es así.