"Libre, como el sol cuando amanece / Yo soy libre como el mar", cantaba Nino Bravo. Libertad, esa palabra mágica, que todo el mundo anhela, que todo el mundo ansía, pero que no siempre consigue. Y, sin embargo, cada vez nos cuesta más conseguir una pizca de ella.
“Pocas palabras llenan más los discursos públicos, las promesas políticas y las pintadas de las paredes”, señala Luis Gutiérrez Rojas, psiquiatra en el Hospital Universitario Clínico San Cecilio de Granada. “Cada vez más gente se queja de que tiene un gran problema para poder ser libres”, indica el también doctor cum laude en Psiquiatría. Todo ello puede generar (o más bien degenerar en) problemas de salud mental.
Desde hace algún tiempo, Gutiérrez se ha dado cuenta de que, a lo mejor, algunas enfermedades mentales que ha tratado son en realidad patologías de la libertad. Algunas como no tener voluntad o no ser capaces de levantarse temprano para estudiar o trabajar.
Para el psiquiatra, la pérdida de la libertad supone la privación del autocontrol o autodominio. Esto es, no ser capaces de dejarse llevar por un mal día o por la furia. Y todo ello termina por crear “cuadros de adicción, de depresión o de ansiedad”.
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Por eso, presenta ahora su nuevo libro, Vivir más libre: Elige una vida feliz (Vergara, 2023), donde recopila las causas y los peligros que puede suponer la pérdida de libertad. Este “manual divulgativo sobre el concepto”, como él mismo lo denomina, también ofrece un kit para evitar caer en la inestabilidad emocional, la impulsividad, las adicciones o la dependencia emocional.
La palabra libertad ha sonado mucho durante los últimos tiempos, pero ¿cómo la definiría?
Tenemos un concepto de libertad en el que hablamos de la capacidad de hacer lo que me da la gana, lo que me place, lo que me apetece. De vivir sin ningún tipo de ataduras, ni control externo. Sin nadie que me diga cómo debo vivir, como decían en el Rey León. Pero ese es un concepto de libertad bastante inmaduro y adolescente. Es bastante simplista porque uno no puede vivir haciendo lo que le da la gana.
En cambio, las personas más libres no son aquellas que hacen lo que les apetece, sino los que hacen lo correcto en un contexto de libertad mucho más maduro, sano y adecuado. Es la capacidad de elegir el bien, la verdad, la belleza. Es decir, aquello que me hace mejor a mí y a los que me rodean. Es un concepto bastante más complejo.
En la política se ha utilizado mucho últimamente…
Sí. A veces sólo se habla de libertades, de derechos. Como si todas las personas pudiéramos hacer lo que queramos. Pero se habla poco de deberes y responsabilidades. Tampoco se habla de cómo se hace un uso adecuado de la libertad.
¿Cuáles son esos deberes?
Hay una frase que nos suelen decir de pequeños: máxima libertad, máxima responsabilidad. Y quizás educar a los hijos en la libertad no significa educar a los hijos para que puedan tener opciones infinitas, para que puedan hacer lo que les plazca, sino para que sean consecuentes de sus acciones. Eso es una educación sana en la libertad.
Hay que enseñar a la gente a tomar la decisión más correcta y explicarle qué puede pasar si se hacen determinadas cosas. Porque si una educación es muy represiva, si se señalan todo el rato los peligros, las equivocaciones, esos sujetos se pueden convertir en temerosos.
Y si se les educa en el otro extremo. Si se les dice ‘tú tomas tus propias decisiones’, ‘tú eres el dueño de todos tus actos’ y ‘tu libertad es infinita’, entonces puede aparecer una persona caprichosa, inestable, tirana. Una persona que vive completamente asilvestrada, muy propio de este mundo.
Educar en libertad significa darte todas las posibilidades, pero también exigir que se haga un buen uso de ella. Así es como surge una personalidad más madura.
Precisamente, en un mundo como el de hoy, en el que nos importa tanto lo que piensan los demás; un mundo dominado por las redes sociales, los algoritmos… ¿Podemos ser realmente libres?
Podemos hablar de los condicionantes externos, pero es un poco absurdo plantearse que la solución va a venir de fuera. La libertad no te la dan tus padres, tu pareja, tu mujer, tu marido, tus hijos. Tampoco el Estado ni un determinado partido político. La libertad me la tengo que buscar yo. Soy yo el que tengo que ver qué hago para ser más o menos libre.
En el mundo actual, efectivamente vivimos esclavizados por ese concepto de redes en el cual parece que somos esclavos del like y de que los demás nos aprueben o nos desaprueban lo que decimos, hacemos, estamos…
Somos esclavos de la opinión ajena y también somos esclavos de nuestro propio físico, y hay personas que no tienen un físico adecuado. Y aunque tengas un físico muy bueno, con la edad, vas a perderlo porque todo el mundo se deteriora.
Entonces una persona libre…
Es aquella que cuida mucho más su interior, su conocimiento, sus virtudes, sus valores, sus talentos. Es capaz de señalar sus fallos, sus defectos y sabe cuál es su talón de Aquiles. Tiene la personalidad más estable, más sana y no se bambolea tanto con la opinión ajena. Esto es, no es tan dependiente de lo que digan otros.
Y, quitándonos todas esas ataduras, ¿uno consigue ser feliz?
La libertad no es un fin, es un medio. Si una persona es muy libre para hacer lo que le da la gana, pero no sabe qué hacer con ella, difícilmente va a ser feliz. Hay personas que tienen todas las posibilidades del mundo —económicas, sociales, de poder…— y no por eso son más felices. Todo lo contrario, incluso lo pueden ser menos. A veces, no tener cortapisas te puede hacer infeliz.
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No se trata de buscar la libertad por encima de todo como destino de la felicidad, sino que se trata de ver qué uso hago de la libertad. ¿Para qué tengo que ser libre? Si la respuesta es ser libre para ayudar a los demás, para hacer el bien, para poner mis talentos al servicio de los demás… Entonces, sí que es una libertad que claramente me va a hacer alcanzar la felicidad.
Úlimamente se habla mucho de que nuestra libertad está en riesgo. ¿Podría repetirse la historia y volver a perderla?
En todos los momentos de la historia hay enemigos de la libertad. No es un término absoluto, sino que más bien es un término cualitativo. No podríamos decir que somos o no somos libres, sino que somos más o menos libres.
Por tanto, no creo que el enemigo esté fuera. No se trata tanto de qué va a pasar con determinados partidos políticos o determinados sistemas. Se trata más bien de qué hago yo con mi libertad. Me da la impresión de que tenemos un tic neurótico que es quejarse: de los políticos, del gobierno, de las empresas, de las redes sociales… Pero tienes la posibilidad de apagar el móvil, de decidir qué consumes o lo que no consumes.
Quizás uno de los grandes problemas de hoy en día es la falta de espacios de reflexión. De preguntarnos: ¿Quién soy? ¿Qué me gusta? ¿En qué soy más o menos libre? Porque a partir de ahí es donde vamos a encontrar las respuestas.