Desde que era niña, Olga Nidia conoce lo que es el esfuerzo y el sacrificio. Esta mujer colombiana nació en un hogar campesino donde, para ayudar a sus padres y a sus hermanos, comenzó a labrar el campo. Pronto aprendió a cultivar la tierra de la que brotaban los frutos, el único sustento económico de su familia.
No había cumplido ni 10 años y tenía que cuidar de sus otros 4 hermanos y ayudar a su madre en las labores del hogar. "Mi mamá no podía hacerse cargo de todos nosotros y no me quedó otra que ayudar en casa", cuenta en una entrevista con EL ESPAÑOL.
Sin embargo, cuando cumplió 14 años, Nidia emprendió su camino en solitario alejado de su familia. Se marchó a Medellín, donde tuvo la oportunidad de trabajar en una casa como limpiadora. Poco tiempo después conocería a su futuro esposo, con quien decidió mudarse al municipio de Dabeiba para formar juntos una familia.
Tuvieron dos hijas. Pero la felicidad de ser madre se truncó por el conflicto armado que ha castigado Colombia durante más de 50 años. Una guerra entre los diferentes grupos paramilitares y el Gobierno que le ha costado la vida a 450.664 personas, según un informe de 2022 de la Comisión de la Verdad en Colombia.
El mismo informe señala que al menos 121.768 personas fueron desaparecidas, unas 55.770 fueron secuestradas y hasta 7,7 millones fueron víctimas de desplazamiento forzoso. Dabeiba, la localidad de Nidia, fue uno de los municipios duramente golpeados por la violencia de los paramilitares y la guerrilla de las FARC.
"Las personas que trabajábamos en el campo, que no teníamos nada que ver con lo que estaba pasando y que no éramos culpables de nada, teníamos que ver cómo nos arrebataban a nuestros seres queridos. Los niños se quedaban huérfanos de sus madres, las madres se quedaban sin sus hijos, y allá dónde dirigías la mirada tan sólo veías violencia", relata.
Nidia comenzó una lucha contra el miedo y la incertidumbre de que le pudieran quitar a sus dos hijas. Fue testigo directo de cómo muchos de sus vecinos que salían para buscar sustento para su familia nunca regresaron a sus casas.
“Cuando los coches de los paramilitares entraban al pueblo, sabíamos que a alguien se iban a llevar y que nunca más volveríamos a ver. Podía tocarle a cualquiera”, explica Nidia, a quien por suerte no le tocó, aunque supuso “un trauma muy grande” para ella. “Nos afectó mucho psicológicamente, los sueños se nos iban, el miedo era terrible", expresa.
Hilo, aguja y tijeras
Con el sonido de las balas como banda sonora —nunca podrá olvidar los disparos impactando el techo donde se refugiaba junto a su familia—, esta mujer tuvo que reinventarse para poder sacar a sus hijas adelante. No podían cultivar sus tierras debido al miedo de que los asesinaran. No tenían recursos. Así que, un día, decidió coger del ropero un vestido de su hija y descoserlo para aprender cómo estaba hecho. "Me fijé muy bien en cómo estaba cortado, cómo estaba bordado y así, fijándome, aprendí y comencé a hacer otros vestidos", cuenta.
Un hilo, una aguja y una tijera le fueron suficientes para emprender lo que, poco tiempo después, sería un negocio de textil con el que poder hacer frente a la pobreza que sufría ella y su familia. En un principio, comenzó a combinar telas de colores con las que hacer vestidos para sus hijas. Al cabo de cinco meses ya tenía un ropero entero para ellas.
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"Me angustiaba no tener ropa para vestirlas y así lo conseguí", dice. Así que, lo que empezó siendo una actividad con la que poder vestir a sus pequeñas, acabó convirtiéndose en el negocio con el que se ganaría la vida.
Ahora, en Dabeiba, es dueña de un local al que acuden a diario muchas víctimas que han llegado a su localidad castigadas por la violencia. “Para mí ayudar a esa gente es un privilegio”, dice.
Entre las distintas personas que buscan su auxilio, se encuentra un grupo de adolescentes a las que Nidia ayuda a celebrar su fiesta de quinceañera, una celebración tradicional de ciertos países latinoamericanos en la que se rinde homenaje a las niñas que llegan a la adolescencia. “Es un rito de paso hacia la edad adulta. Una fiesta que marcará un antes y un después en ellas”, cuenta a este periódico.
Esas chicas proceden de diferentes familias. Algunas son hijas de paramilitares, otras de guerrilleros, otras de víctimas. Muchas de ellas son huérfanas. Nidia no sólo diseña sus vestidos, sino que decora el salón de actos con todo lujo de detalles.
Y, durante un rato, les hace olvidarse de su dura situación. "Estoy orgullosa de poder llevar un poco de alegría a esas familias y hacer que se olviden de lo que han sufrido celebrando esa fecha tan importante para ellas", afirma. De esta forma, Nidia teje la paz, y también la esperanza a través de historias de vida destrozadas que ella se encarga de zurcir.
“Nunca resignarse a cumplir los sueños”
La lucha y esfuerzo de Nidia ha sido protagonista de una de las piezas de Después de la lluvia, un documental dirigido y realizado por Ofelia de Pablo y Javier Zurita para la Fundación Microfinanzas BBVA, una iniciativa que ayuda a personas de bajos recursos a emprender sus negocios. Ese mismo programa ha otorgado una beca a Kelly, una de las hijas de Nidia, para que pudiera estudiar Diseño, Gestión de Moda y Textil, y así ayudar a su madre en su emprendimiento.
Ella es su principal asesora y compañera de trabajo. “Hacemos un gran equipo entre las dos”, expresa Nidia con el orgullo propio de una madre que ha visto cómo su hija ha podido ir a la universidad, algo que parecía imposible en el lugar y en las circunstancias en las que se encontraba.
Ahora, madre e hija ven cómo su proyecto no para de crecer. “Tengo la agenda llena de compromisos”, dice Nidia, cuya experiencia le sirve también para ayudar, dando charlas y consejos, a otras mujeres para que puedan salir adelante y emprender sus negocios.
“Algunas han montado sus negocios y son muy felices. Otras las he acogido en mi taller para que vendan mi producto y así trabajar en varios municipios”, añade. Su idea es montar algunas sedes y ampliar su negocio a otras localidades.
Sus más de 20 años de lucha para salir adelante le sirven de experiencia y de legado. Por eso, concluye emocionada: “Kelly ha aprendido los valores que mi madre me enseñó a mí. A luchar, a trabajar, a perseverar a pesar de las adversidades. Y lo que yo no tuve quiero que mis hijas lo tengan. Lo que quiero que nunca olviden es que, por difícil que sea la situación, nunca hay que resignarse a cumplir los sueños”.