El economista coreano Ha-Joon Chang.

El economista coreano Ha-Joon Chang. Cortesía de Penguin

Referentes Reducción de las desigualdades

Ha-Joon Chang, economista: “La derecha ignora las capacidades y la izquierda las necesidades; son simplistas”

El profesor de la Universidad SOAS de Londres presenta su nuevo libro, en el que utiliza la gastronomía para explicar la economía. 

24 junio, 2023 03:01

Ha-Joon Chang (Seúl, 1963) es uno de esos economistas que no piensan igual que la mayoría. Y eso le ha convertido en una auténtica estrella. Autor de más de una docena de libros —entre ellos, 23 cosas que no te cuentan del capitalismo (Debate, 2012) o Economía para el 99% de la población (Debate, 2015)—, ha conseguido vender más de 2,5 millones de copias en todo el mundo. En 2013, la revista Prospect le incluyó entre los 20 pensadores más influyentes del mundo

Fue profesor especialista en economía del desarrollo durante tres décadas en la prestigiosa Universidad de Cambridge (Reino Unido), donde estuvo hasta el verano pasado, cuando aceptó una cátedra en la Universidad SOAS de Londres. También ha sido consultor de instituciones tan prestigiosas como el Banco Mundial, el Banco Europeo de Inversiones y varios organismos de las Naciones Unidas. 

Su pensamiento, por resumir, no acepta ninguna verdad absoluta porque, como señala, "no hay forma de que una sola teoría económica pueda explicar todo". Es especialmente crítico con el sistema económico actual, aunque su pensamiento dista mucho de ser anticapitalista.

Tampoco guarda buenas palabras para el espectro opuesto del pensamiento económico y político. Y a pesar de que reconoce fallos importantes en el capitalismo, lo considera “el peor sistema económico excepto por todos los demás”. 

Por eso, considera que hay que explicar los fallos y los problemas del sistema, y dotar de herramientas a la gente en una sociedad que justifica toda existencia sobre la base de su valor o impacto económico. “En el Reino Unido, he conocido a gente que trata de justificar la existencia de la monarquía en términos de los ingresos turísticos que genera. Es algo bastante absurdo”, afirma. 

“En este tipo de sociedad, los ciudadanos deben saber al menos algo de economía, porque si no, las democracias no tendrían sentido”, cuenta a EL ESPAÑOL en una entrevista por Zoom desde su despacho en Londres. 

Precisamente eso es lo que pretende hacer con su nuevo libro Economía comestible: un economista hambriento explica el mundo (Debate, 2023), donde trata de utilizar diferentes alimentos del mundo para explicar la economía mundial. Entre ellos, la bellota —dice del jamón ibérico que “es una de las mejores cosas que ha inventado la humanidad”—, la fresa, el pollo o el chocolate. 

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Y es que para el profesor, no hay mejor forma de introducir en la economía a los poco interesados que con la comida. “Ofrezco la comida como la madre que ofrece helado a sus hijos para que se coman las verduras”, bromea.

De esta manera, busca atajar los diferentes mitos que existen en ambos espectros del pensamiento. Es, en cierta manera, una deconstrucción —como dirían los chefs de los platos clásicos— del sistema y una justificación de la importancia que juegan las teorías económicas en nuestras vidas. 

“Que Estados Unidos o el Reino Unido se han hecho ricos sobre la base del libre comercio es un mito”, ejemplifica el economista. Y añade: “La idea de que los países pobres lo son porque son vagos también es un mito. De hecho, trabajan mucho más tiempo que sus contrapartes en los países ricos”. 

Señala que la cultura no influye necesariamente en el comportamiento económico. Entonces, ¿qué determina el desarrollo de una economía?

Te pongo un ejemplo. Mucha gente piensa que la cultura confuciana va a tener éxito porque es una cultura que enfatiza en el trabajo duro y la educación. Pero en realidad hay otros aspectos que no son demasiado compatibles con el desarrollo económico, especialmente, la jerarquía social.

De hecho, entre las décadas de 1930 y 1950, muchos economistas argumentaban que los países de Asia Oriental no se desarrollaban por su cultura de menosprecio al comercio y a la industria, lo que sofocaba la creatividad. Entonces, ¿cuál es la verdadera cara del confucianismo? 

Por lo que dice, ¿la cultura no importa?

La cultura por supuesto que importa, pero está sujeta a los cambios de las políticas económicas. Mucha gente trata de explicar el éxito o fracaso de algunos países en términos de cultura, pero están malinterpretando cómo funcionan las sociedades humanas.

Existe una interacción constante entre cultura, políticas, instituciones y condiciones materiales. Se influyen entre ellas. No es que la cultura esté en la base y esta determine las políticas e instituciones, y luego se producen los resultados económicos.

Si a pesar del confucianismo y sus restricciones, Corea ha conseguido desarrollarse, ¿no podrían hacer lo mismo otros países en desarrollo? 

No podemos generalizar, pero el problema de estos países es que no han puesto en marcha políticas que les ayuden a industrializarse y desarrollarse como lo hicieron Corea, Taiwán o, más recientemente, China. Casi todos los países ricos protegieron inicialmente sus industrias nacientes. Al principio las subsidiaron hasta que desarrollaran capacidades y se volvieran competitivas en el mercado. 

Esta teoría de la industria naciente fue inventada por el primer ministro de Economía de Estados Unidos, Alexander Hamilton, que argumentó que si EEUU quería alcanzar la economía del Reino Unido u otros países europeos, era necesario que el país protegiera y nutriera la naciente industria hasta que creciera y se convirtiera en internacionalmente competitiva. De la misma manera que protegemos y alimentamos a nuestros hijos. 

Corea empezó con industrias de poca productividad. Hasta los 80, las exportaciones se basaban en la manufactura. Por ejemplo, Corea producía el 90% de las zapatillas de Nike. Después utilizaron ese dinero para crear industrias de nueva generación e invirtieron en automóviles, astilleros, semiconductores, teléfonos móviles, etc. 

¿Cuál ha sido entonces el error de los países en desarrollo? 

No es ningún secreto lo que ha ocurrido en estos países. El problema es que en muchos países dependen del sector primario, que puede generar un cierto nivel de ingresos, pero nunca te va a llevar muy lejos porque en estos sectores no se utiliza alta tecnología. 

Hay otros países que trataron de promover industrias nacientes, pero el gran error fue ser demasiados protectores. Necesitas decirles a las empresas que tienen 10 o 15 años para crecer y que después vas a reducir la protección. 

En muchos países de América Latina y África, las industrias nacientes siguen siendo nacientes porque no existe una presión para que crezcan. No hay suficiente inversión en infraestructura, capacitación de los trabajadores o en la investigación y el desarrollo. 

La desigualdad, un debate erróneo 

El pollo, señala el profesor Chang, es uno de los alimentos más versátiles del mundo. El pollo frito, por ejemplo, es un clásico en casi todas las cocinas del mundo.

En el sur de Estados Unidos se cocina marinado con diferentes especias y con buttermilk (suero de la leche). Después se reboza con harina y se fríe. En Corea, el pollo yangnyeom se prepara frito y con una salsa dulce y picante elaborada con gochujang (pasta de guindillas), ajo, azúcar y otras especias. 

Al ser tan universal, señala que la carne de pollo es la escogida por todas las aerolíneas para servirla en su menú a bordo. ¿Qué tiene que ver esto con la igualdad? 

Te pongo un ejemplo. Cuando era estudiante de posgrado en Cambridge, a finales de los 80, un amigo indio solía regresar a casa con la compañía rusa Aeroflot. Tenía fama de ser incómodo, tenía problemas con la puntualidad y el servicio era de baja calidad, pero era mucho más barato que cualquier otra aerolínea. 

Según me contaba, la única opción de comida a bordo disponible era un pollo con aspecto desagradable y con poco sabor. Pero tenía que comérselo porque no había otra opción. En uno de sus vuelos, mi amigo escuchó a un pasajero indio que tuvo la osadía de pedirle algo diferente a la azafata porque era vegetariano y esta le acabó regañando: ‘Mira, no puedes tener nada más porque esta es una aerolínea socialista y todos somos iguales’. 

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Una idea bastante extrema de la igualdad...

El concepto de la igualdad que practicaban en la Unión Soviética y otros países es realmente problemático porque no acepta que diferentes personas puedan tener diferentes necesidades. Como todos somos iguales, recibimos la misma cantidad de pan, la misma cantidad de salchichas o los mismos pares de zapatos al año. Pero, ¿es realmente justo? Hay gente que es vegetariana, así que no podrán comer salchichas. Hay gente que es celíaca y podrían ser intolerantes al pan. 

El socialismo tiene muchos otros problemas, pero este es uno de los más grandes porque en nombre de la igualdad tratan de imponer el mismo patrón de consumo a todo el mundo. Aunque en la práctica nunca era tan igualitario, porque las élites tenían acceso a tiendas especiales y podían viajar a capitales occidentales. 

Pero esta unidimensionalidad también se aplica al otro lado del espectro político: la economía de libre mercado. Debes aceptar el resultado, por desigual que sea, ya que existe una ‘igualdad de oportunidades’. Pero no creo que ningún país haya alcanzado realmente la igualdad de oportunidades.

Considera, por tanto, que el espectro opuesto tampoco acierta en el debate de la desigualdad. 

Exacto. En EEUU, por ejemplo, existe lo que se conoce como estudiante heredado (legacy student), en el que los descendientes de exalumnos reciben puntos extras por serlo, lo que hace que sea ocho veces más probable que entren. En algunas universidades, estos estudiantes pueden llegar a representar hasta el 25%. 

En este sentido, me gusta usar la analogía de una carrera en la que todos empezamos en la misma línea de salida. Pero quizás algunos de los participantes tengan alguna discapacidad, otros pueden ser personas mayores o niños. Si tienes ese tipo de mezcla, no puedes decir que la carrera sea justa. 

Un niño puede nacer en una familia pobre, en un país en desarrollo y no haber podido alimentarse correctamente, por lo que el desarrollo de su cerebro se podría haber visto afectado y se podría encontrar muy débil físicamente. No puedes decir que este niño podrá postularse a cualquier trabajo que le guste. Está en una competición fallida porque no se le dio ni siquiera las capacidades básicas para competir en el mercado laboral. 

Entonces, ¿cómo deberíamos entender el debate de la desigualdad? 

La gente de derechas ignora las capacidades y los socialistas las necesidades. Son dos soluciones igualmente simplistas. Necesitamos una mejor comprensión y más sofisticada de lo que supone el problema de la desigualdad. 

'Cocinar' un futuro mejor

Cuando Chang llegó al Reino Unido en 1986, explica que no fue ni el tiempo, ni la barrera del idioma, ni las diferencias raciales lo que le haría sentir fuera de casa. "El verdadero trauma fue la comida", señala. En Cambridge, se encontró con ciertos platos que le gustaron como los famosos fish and chips o las empanadas de Cornualles, pero, por lo general, la mayor parte de la comida era "espantosa", recuerda. 

Por suerte, todo cambió. Hubo una auténtica "revolución culinaria británica", tal y como lo denomina Chang. Los británicos se despertaron y, desde entonces, "son libres de abrazar todas las cocinas del mundo". No en vano, Londres, por ejemplo, es una de las mecas de la gastronomía internacional. Y, eso, explica el economista, permitió "desarrollar quizás una de las culturas gastronómicas más sofisticadas del mundo". 

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¿Cómo puede relacionar el despertar gastronómico británico con lo que se podría hacer en la economía? 

La gente tiene ahora una mente mucho más abierta a la hora de hablar de la comida que cuando llegué al Reino Unido en los 80. Esa actitud puede y debe trasladarse hacia las diversas teorías económicas. Mi razonamiento es que el mundo es demasiado complejo para explicarlo con una sola teoría económica, ya sea la escuela neoclásica dominante, la escuela keynesiana, la escuela austriaca o la escuela marxista. 

Mi ejemplo favorito es el de Singapur, que es conocido por su política de libre comercio y su actitud de bienvenida hacia los inversores extranjeros, pero la mayoría no sabe que el 90% de la tierra en Singapur es propiedad del gobierno. El 85% de la vivienda es suministrada por una empresa pública de vivienda y más del 20% del PIB es producido por empresas estatales. 

Así que a menudo desafío a mis estudiantes de posgrado: ‘Dadme una teoría económica que pueda explicar Singapur por sí sola’. No existe tal teoría porque Singapur es el resultado de una serie de elecciones muy pragmáticas, que no han sido influidas por ninguna ideología o teoría económica. 

Para finalizar, y teniendo en cuenta los grandes desafíos a los que se enfrenta la Humanidad como la inteligencia artificial o el cambio climático, ¿cómo cree que podríamos utilizar la comida para crear un mundo mejor?

En este sentido, me gusta utilizar la frase de Deng Xiaoping, que decía: 'No importa que el gato sea blanco o negro; mientras pueda cazar ratones, es un buen gato'. Al igual que elegimos cuidadosamente los ingredientes para elaborar un plato, tenemos que hacer lo mismo en la economía. 

En la cocina, alabamos la creatividad. Los chefs reversionan las recetas clásicas, crean cocina fusión: brasileña con japonesa, peruana con china... Tenemos que valorar este tipo de creatividad en la economía porque es la única forma de encontrar nuevas soluciones a los problemas antiguos.

Si nos apegamos siempre a la misma forma de cocinar [como la cocina conservadora británica antes de la 'revolución gastronómica'], nos volvemos rígidos y no podremos enfrentar nuevos desafíos. Hay muchas cosas que podemos aprender del mundo de la comida para mejorar la economía y servir mejor a los intereses humanos más amplios.