Dice María Galán (Madrid, 1996) que en su casa no hay quien pare quieto. Es difícil dudar de su palabra, y es que tiene más niños a su cargo que días marca junio en el calendario. A sus 26 años, la joven criada en Boadilla del Monte carga una mochila de experiencias que muchos solo veremos en la ficción. Su zona de confort desde hace cuatro años no la encuentra rodeada de tiendas, ni tampoco frente a los estanques del Retiro, sino en una aldea de Uganda aislada a 30 kilómetros de la civilización.

Es la única española que conoce las calles de Kikaya como la palma de su propia mano. Los lugareños la ven siempre de un lado a otro: cosiendo, grabando vídeos sobre el día a día en el país que después divulgará a través de Instagram, o tal vez llevando a algunos de sus 32 pequeños a la visita de rigor al médico. Todos viven con la auntie —como la apodan, 'tita' en castellano— en el orfanato instalado por Babies Uganda en 2017 para garantizar que todos estos menores tengan una infancia digna. 

Aunque estudió Economía y Negocios en la gran ciudad, lo más cerca que ha estado nunca de esos grandes sillones donde se toman las decisiones ha sido a través de un burofax. En diciembre del año pasado, Babies Uganda envió un crismas a las compañías del IBEX 35 para invitarlas a apoyar los proyectos que desarrollan en Uganda. Con un mensaje a medio camino entre la advertencia y el llamamiento, la oenegé se propuso terminar las navidades consiguiendo nuevas "empresas amigas", como llaman a aquellas que colaboran con el equipo asentado en el país africano.

La coordinadora del orfanato de Babies Uganda y sus niños en Kikaya. Babies Uganda

Este mes, ENCLAVE ODS se cita con ella en uno de los pocos viajes a España que hará en 2024. Junto a Gioseppo y la Fundación Esperanza Pertusa, Galán ha inspirado una colección de sandalias cuyos diseños se nutren de sus vivencias con los niños. Atiende a este periódico sonriente, y admite que no suele leer sus entrevistas cuando se publican. "Soy incapaz de verme, igual cuando subo algo a las redes", confiesa. Pese a que su historia no ha dejado de copar titulares en los últimos meses, deja algo claro: "Soy una persona normal que simplemente ha elegido que su vida sea así". 

La vocación viene de casa

En 2012, mientras España pasaba por uno de los momentos más dramáticos de su crisis, Montserrat Martínez, madre de la joven, y una amiga, Maribel García, impidieron que se cerrase un orfanato en la zona, en el que ahora residen 38 niños. Cinco años después, por iniciativa de Tony, uno de los miembros de Babies Uganda sobre el terreno —allí "todo el equipo es local" excepto ella— nació Kikaya House. La primera en llegar al hogar fue Mirembe, y hoy ya superan la treintena los pequeños de todas las edades que crecen "con todo el amor del mundo, la mejor educación posible y un entorno seguro", rezan las redes de la oenegé.

Galán, economista reconvertida en influencer humanitaria coordina la casa desde 2020. Antes ya lo había visitado en múltiples ocasiones, hasta tal punto que "cuando cumplí 18 me fui sola un verano y empecé a engancharme". Al siguiente año, "tuve mucha suerte porque me convalidaron las prácticas de la universidad allí; se suponía que estaría tres meses, pero fueron seis porque apareció la pandemia y cerraron el aeropuerto". Su pareja y ella tuvieron que pasar la cuarentena con los niños y nada la ha despegado de ellos desde entonces: "En ese momento me di cuenta de que no volvería".

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Una de las pocas barreras que, afortunadamente para ella, no hubo que romper fue la del idioma: siempre se ha comunicado con sus niños en inglés, que es el oficial a pesar de los múltiples dialectos que hay en el país. El choque cultural vino después. Por momentos, cuenta, "para ellos también fue un proceso con sus baches, porque al fin y al cabo tienen una figura de referencia española, pero cuando van al cole, los niños son negros y sus valores son diferentes", cuenta. "Ante eso, tú que vienes de fuera tienes que aprender a regularte, porque no puedes imponerles tu educación ni tu manera de pensar; si lo haces, ellos dejan de cuadrar en el país en el que viven". 

La vida en Uganda no se parece a la de España. La madrileña lo sabe bien: "Hay quien tiene una idea romantizada de lo que son estos países, pero nosotros os mostramos lo bonito. Estar con los peques es gratificante porque sonríen y se te olvida todo, pero estar siempre rodeado de necesidad es muy complicado". Galán entiende, aunque no comparte, la etiqueta de niña bien que en alguna ocasión se le ha colocado para hablar de su historia. "Es que, en general, esta vida es muy cómoda; cuando renuncias y te separas de todo haces muchos sacrificios", reflexiona.

Todos, en cualquier caso, le han compensado desde que decidió quedarse para ser la voz de Babies Uganda en Kikaya. Allí, explica en conversación con este periódico, ha aprendido a coser, a cocinar posho —un plato típico hecho con la mezcla de harina, agua, arroz y guisantese incluso ha publicado su primera obra, La vida de Sami (2023)un libro infantil de 100 páginas que pretende acercar a los más pequeños de la casa a la realidad de la infancia ugandesa.

Se le ocurrió escribir esta historia en las clases de costura, para compaginar su tiempo entre ejercicio y ejercicio. "Eran muchas horas a un ritmo muy lento", explica, comparando los ajetreados ritmos de vida de la capital madrileña con los de su actual hogar, donde "todo va con más calma". Así, sin mucha planificación, empezó a escribir. Después tuvo que encontrar a alguien que, de forma altruista, se encargase de los dibujos y la maquetación. El resto vino solo, y hoy su obra se vende en las redes de Babies Uganda para recaudar fondos destinados a promover nuevas actividades.

Cuando no está en el orfanato, a María Galán se la puede encontrar en la escuela para niños con discapacidad visual de la organización. "Tenemos 63 alumnos y es un cole boarding, por lo que allí todos se quedan a dormir", explica. Confiesa que es un proyecto que le apasiona por cómo contribuye a desmitificar la discapacidad. Este, dice, "es un asunto aún tabú" en Uganda. "Si las oportunidades que hay en el país ya son pocas, las que tienen estos niños son superlimitadas". 

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La joven, madre de una pequeña con síndrome de Down, lamenta que "a los menores que nacen con alguna condición así se les esconde mucho". Según sus palabras, "los padres suelen desentenderse de ellos, o, si no es el caso, no tienen suficientes recursos para poder ayudar a sus hijos; los colegios especializados se cuentan con los dedos de la mano, y la situación se vuelve muy difícil". Además, recuerda, "hay casi 3 millones de huérfanos", lo que complica aún más la supervivencia.

Uganda cuenta con 21 millones de niños que representan un más que generoso 46% de su población total —en España, la tasa es del 13,21%—. En lo que respecta a la hambruna, los conflictos continuados, la pobreza y la falta de asistencia médica en algunas regiones, Uganda se ha enfrentado a diversos desafíos que influyen de manera considerable en la infancia. Los derechos de los más pequeños continúan siendo objeto de agresiones y las condiciones de su existencia resultan, a menudo, precarias.

Los niños son los grandes damnificados de la paradoja del agua. Las familias les designan como encargados de ir a recogerla, todo a pesar de que ellos, al igual que la población ugandesa en general, también le tienen miedo. "Nuestra casa está cerca de una ciudad bastante grande, de hecho, estamos al lado del aeropuerto, pero para llegar a nuestra zona hay que cruzar el lago". Eso les ha incomunicado durante mucho tiempo, pero Babies Uganda está enseñando a los menores a nadar para que no tengan más limitaciones en sus vidas.

Babies Uganda

La entrevista con María Galán llega a su fin, y ella sonríe al preguntarle por el futuro. La joven, que ha vivido tantas alegrías como sustos, que ha pasado dos veces la malaria y diez fiebres tiroideas, asegura: "No me veo en ningún otro sitio". También invita a otros aventureros con vocación como ella a abrirse paso en la vida humanitaria. A vivir el presente. "Nunca hay un momento perfecto para nada, se trata de hacerlo y ya habrá tiempo de ir viendo. Si de verdad hay un interés por ayudar a los demás, no encontrarán nada que pueda llenarles tanto como esto", concluye.