Si algo es insostenible es una guerra. Cuesta trabajo hablar de otros temas, mirar a otro lado, poner el foco en diferentes lugares que no sean la ignominia, la locura infecta, la maldad abyecta de la invasión rusa de Ucrania. Porque me horroriza la guerra. Porque nunca un país debería invadir a otro, y menos en pleno siglo XXI. Porque no es más que ejercer el terror.
Y no sólo sobre Ucrania, sino sobre un mundo no dispuesto ya a más bombas, más tiros, más muertos, más huidos. Porque no puede haber niños sufriendo otro conflicto bélico, escapando. Porque son ya demasiados desplazados en la Tierra. Porque no imaginábamos ya las colas de personas huyendo o intentando huir del horror, imágenes que pertenecen a otro siglo, a otro mundo, a otra vida.
Por todo esto me produce algo de inquietud y una cierta vergüenza ajena escribir sobre otros temas. Pero así de dura es la vida. Como la muerte y su frase hecha anexa: la vida sigue.
Y así seguimos, avanzando en sostenibilidad en la medida en que avanza la concienciación y la tecnología que la facilita. Y seguimos concienciándonos, especialmente los consumidores. Así lo escuché hace unos días a Marta Sánchez, directora de Retail y Distribución de Vodafone, con base en Londres, en el Innovation Fashion Day, celebrado en ISEM-Universidad de Navarra.
Según informes que maneja, el 88% de la población quiere ser sostenible. “Tenemos que ayudar a nuestros clientes a serlo”. Aquella frase suya me retrotrajo a un artículo que publicó hace unas semanas la revista del IESE. Como alumni que soy, sentí orgullo leyéndolo; siempre proclamo mi agradecimiento a esta escuela de negocios en la que, tal y como me prometieron el primer día de clase, salí de manera muy diferente a la que entré.
Explicaba algo tan crucial como la necesidad de servir productos sostenibles a los consumidores asegurándose de exigir compromiso sostenible a los proveedores. ¿A las marcas? Sí. Pero estas también a sus fabricantes y especialmente a quienes les surten cuando la producción exige ser completada con pequeños o grandes abastecedores. Eso significa que las empresas han de subcontratar a otras no sólo autorizadas, sino que trabajen bajo los parámetros de la sostenibilidad, para no romper su cadena.
El artículo, escrito por Anna Sáez de Tejada Cuenca, Felipe Caro y Leonard Lane, explica claramente los pasos a seguir en el caso de subcontratación. Pasos que no se dan por teléfono o Zoom, y que pueden implicar incluso viajar a las instalaciones de la posible empresa subcontratada para comprobar in situ su modelo de producción y las condiciones laborales de sus trabajadores.
Ofrece también otras pistas para mejorar los procesos, como serían el cálculo y la planificación de las entregas, con una antelación de entre tres y cinco años, lo que no sé, la verdad, si en un organismo tan vivo como el de la moda es siempre factible.
Si hoy en día todas las marcas hablan del consumer journey, la experiencia de cliente, centrándonos en la sostenibilidad de la cadena de producción, podemos hablar del production journey para conocer exactamente todas las escalas del viaje de una prenda desde su planificación hasta el acabado, pasando por el momento en que es concebida y alimentada.
O lo que es lo mismo, el diseño, la confección y sus diferentes etapas en su desarrollo, entre las que se cuenta por supuesto la subcontratación de otras empresas, algo normal o normalizado, especialmente en momentos de picos de trabajo.
La investigación publicada por IESE pone de manifiesto que desde la catástrofe de Rana Place, en 2013, en Bangladés, en la que murieron 1.135 trabajadores cuyas condiciones laborales desconocían las grandes marcas que tenían subcontratados a aquellos talleres, se ha puesto las pilas toda la cadena de valor de la moda.
Pero las pilas no son suficientes. Lo que no se mide no existe y además no se puede corregir. Y en este viaje de la producción de la moda es fundamental contar con la información necesaria de quién hace qué.
Lo más crucial de esta nueva comunicación y, desde luego, de esta nueva exigencia, es que vamos más allá de los tejidos o de la huella de carbono a la hora de valorar la sostenibilidad de la producción. Siendo esto tan fundamental, las nuevas leyes del mercado dejan bien claro que los factores sociales son tan importantes como los medioambientales para poner el sello verde a una prenda.
También queda claro que son precisamente las grandes las que detentan mayor capacidad de control, así como mayores posibilidades económicas y de aplicación de la innovación o de actuar como ejemplo para el resto.
La otra buena noticia es que para las marcas más pequeñas o de menor producción la sostenibilidad viene casi dada por su sistema productivo. Siempre puse de manifiesto esta característica sostenible cuando dirigí la pasarela MBFWMadrid, que por cierto se celebra la próxima semana.
Les comunicaba a nuestros creadores que podían presumir de sostenibles en la medida en que trabajaban la cercanía de la producción y la venta bajo demanda. Y vuelvo al principio, o casi. Vuelvo a Marta Sánchez, a quien también escuché que un 45% de los consumidores busca proveedores locales. Y no solo en moda. Así sea.