Muchas empresas entran por primera vez en el mercado voluntario de carbono –o de compensación de huella de CO₂– sin saber por quién apostar y cómo comprar este activo invisible que se ha convertido en la piedra angular de cualquier empresa que quiera ser sostenible.
Algunas están obligadas por ley a ello. Otras quieren, de forma comprometida, lograr ser net zero de aquí al 2030. Es decir, conseguir las cero emisiones de gases de efecto invernadero en menos de una década. Por eso, el nuevo ecosistema sostenible sitúa al alza los proyectos que compensan la huella de carbono. Pero, ¿cómo saber en cuáles confiar?
Si se va a compensar fuera de España, es importante apostar por estándares reconocidos de forma internacional. Traders certificados como Allcot Group o Global Factor trabajan para crear programas que ayuden a empresas en la compensación de su huella de CO₂.
Esto, como explica Natalia Rodrigo Vega, directora de Desarrollo de Negocio de Allcot Group, se realiza a través de acciones como "la reforestación y preservación del Amazonas en Colombia, reforestación de manglares en México, o creación de parques eólicos en Chile".
Y añade: "Todos los proyectos están certificados con los estándares más altos para otorgar la integridad del crédito, con rigurosos sistemas de auditorías internas, externas y de evaluación del propio registro".
Precisamente, el concepto de integridad en el crédito ha sido el ingrediente predominante de la última cumbre del clima de Naciones Unidas, o la COP26. El mercado de la compensación de huella a veces ha incurrido –y sigue haciéndolo– en una doble contabilidad. Es decir, si el país donde se realiza el proyecto de compensación de emisiones ya reduce ese CO₂, esos créditos no se pueden vender.
Por eso, como reivindica Kepa Solaun, socio y CEO de Global Factor, “es importante apostar por estándares reconocidos de forma internacional que aseguren que el proyecto cuenta con una verificación independiente, trazando las reducciones de emisiones a través de un registro y asegurándose de que no existe doble contabilidad“.
Dos precios diferentes
Y es que hay dos formas de acceder a estos mercados de carbono y dos precios a los que comprar los créditos –un crédito equivaldría a una tonelada de CO₂– para compensar las emisiones. Uno fluctúa como una bolsa de valores. El otro es libre.
Las empresas obligadas por ley a su descarbonización –principalmente las intensivas en carbono como la siderurgia, el cemento o la cerámica– compran créditos de CO₂ en un mercado intervenido por la Comisión Europea a unos precios marcados para que la oferta y la demanda del precio sea razonable. Actualmente, el precio medio por una tonelada de CO₂, es decir, un crédito, es de 80 euros.
"El resto de las empresas compramos en un mercado voluntario donde no hay un único precio porque no estamos obligadas, y el precio del crédito varía dependiendo del tipo de huella y del impacto del proyecto", explica Valentín Alfaya, director de Sostenibilidad de Ferrovial y presidente del Grupo Español de Crecimiento Verde (GECV).
Los valores de venta de una tonelada de CO₂ del mercado libre oscila entre los 3 dólares y los 15 dólares –o entre 2,85 euros y 14,24 euros–.
Eso sí, los proyectos mejor valorados en ambos casos serían los dedicados a la conservación de zonas degradadas con gran impacto en las comunidades vulnerables o empoderamiento de la mujer, los mejor valorados.
¿Qué tipo de proyecto elegir?
Alfaya pone en valor “priorizar en proyectos por estrategia climática orientados a valores que retiren CO₂ de la atmósfera y no sólo que hagan un impacto positivo”. Y desde Ferrovial predica con el ejemplo, apostando por la reforestación y la conservación de ecosistemas naturales de proximidad.
Desde esta empresa apuestan por proyectos propios como el de Torremocha del Jarama, una zona muy deprimida que, además de servir como sumidero de CO₂, genera empleo.
Los proyectos llevados a cabo en España quedan registrados por el Ministerio para la Transición Ecológica y Reto Demográfico, y se certifican por la Oficina Española de Cambio Climático. Pero ya hay comunidades autónomas que también están desarrollando los suyos propios.
En ocasiones nos topamos con ecopostureo que entiende la sostenibilidad como un mensaje de nuevos materiales o pequeñas acciones departamentales que no abordan en conjunto y profundidad.
Por eso, la huella ecológica debe tratarse de forma global en toda la cadena de valor de la empresa y el primer paso para compensarla es calcularla. Tanto en la organización como de los productos que se comercializan.
"Si hablamos de los productos, hace falta analizar su ciclo de vida. Si nos referimos a la organización, tenemos que analizar la suma de la huella de carbono de toda su actividad, ya sean productos o servicios", aclara Albert Hereu, director de la Fundación Instituto Catalán del Corcho y portavoz de la iniciativa InterCork.
Una vez conocido el impacto medioambiental de la actividad empresarial, toca reducirlo. Y el siguiente paso es compensarlo. Y aquí, el orden es importante: compensar no es un fin en sí mismo, sino el instrumento para que las empresas avancen en la descarbonización.