De niño leía a Isaac Asimov porque Julio Verne se me quedaba antiguo. En mi Jovellanos perdido de aquella isla metafórica llamada Cuba, devoraba las predicciones del ruso devenido norteamericano que formuló las tres leyes de la robótica. Te admito que soñaba con protagonizar alguno de esos hitos marcados en sus cuentos y novelas, sin saber muy bien cómo ni cuándo, aunque si dónde: lejos.

El tiempo y varias águilas sobrevolaron el mar hasta que me convertí en un siempre pichón de científico por aquello del síndrome del impostor y porque simplemente soy así. En el camino han ido quedando proyectos más o menos exitosos, ideas que nunca llegaron a ningún puerto, puertos inhóspitos de los que tuve que zarpar, tres tumbas sin visitar y amores convertidos en amistad. Mas, siempre ha permanecido la ciencia como un todo, esa Castalia en la que me refugio cuando los demás gritan, cuando la humanidad se estremece.

Hoy quiero seguir mirando al futuro, vestir el difícil traje de Asimov y predecir la ciencia que viene. Estos nuevos años veinte con pandemia, guerras, cambios sin cambios y algún que otro volcán, están generando un cultivo científico en plena expansión.

Pero no lo quiero hacer solo. En cambio, buscaré el acompañamiento de aquellas personas que alguna vez estuvieron físicamente a mi lado y se quedaron, de alguna manera, para siempre. Te hablo de mis amigos científicos.

¿Cuáles son los tres avances que esperas en tu campo?, pregunté usando el canal de comunicación más popular. Algunos me respondieron inmediatamente, otros quisieron pensárselo, un físico cubano amigo con residencia en Chile lo hizo con un audio, otro buscó el momento propicio —sin tecnología por medio— durante una ruta por su montaña favorita para responderme mientras yo casi agonizaba debido a la caminata, una de las mejores neurocientíficas de España me dijo “espera guapo, tengo a los auditores encima, te respondo esta noche” y en la madrugada me contestó.

José Castillo, siempre Pepe, es un neurólogo gallego que lo ha sido todo. Nuestra primera interacción se tornó discusión durante una reunión tensa, nuestra segunda vez fue en su Santiago de Compostela donde, en clara e inteligente respuesta a mi bravuconería juvenil, hizo de magnífico anfitrión. Desde entonces, no pasan siete días sin que hablemos, discutamos y lleguemos a un punto medio. Aficionado a la pintura, ya van por dos los cuadros suyos que crean una ventana en mi piso.

Pepe fue conciso. No hay que dar muchas vueltas: mapeo cerebral completo, implantes usando la robótica y vacuna para el alzhéimer.

En una línea parecida, la neurocientífica Ángeles Almeida, para la que siempre seré “mi niño”, espera un palmario “auge de la neurociencia computacional y su aplicación en el diagnóstico precoz de enfermedades neurológicas, como la enfermedad de Alzhéimer”. Ángeles confía que esto “permitirá desarrollar terapias encaminadas a curar o ralentizar el progreso del deterioro cognitivo”.

Es una realidad que, hasta ahora, el efecto limitado de las terapias monoclonales en el Alzhéimer se debe a que los pacientes se tratan cuando ya el deterioro cognitivo es una realidad. En ese momento el cerebro está irreversiblemente dañado. “Necesitamos modelos predictivos de diagnóstico temprano de enfermedades neurodegenerativas para que el abordaje terapéutico sea eficaz y hacía allí nos dirigimos”, añade Ángeles.

¿Y qué más?

“La regeneración del sistema nervioso, mediante la integración de la robótica y la terapia celular”. Lo primero es un sueño que va dando pasos hacia la realidad, lo segundo tiene sus detractores éticos que, la mayoría de las veces, son más desconocedores que éticos. Y esta última oración es de mi cosecha.



Ángeles también coincide con Pepe en que “el establecimiento de la conexión entre el mapeo estructural y mapeo funcional del cerebro llegará”. Es decir, podremos saber —mediante técnicas de imagen 3D in vivo— cómo funciona una estructura concreta del cerebro, su respuesta al daño y la interacción con agentes externos. “Será de gran utilidad en patologías como el autismo y los trastornos psiquiátricos. Ya se ha hecho en ratones y se conseguirá en humanos en los próximos años”, escribió antes de irse a dormir.

Eric Suarez Morell estudió conmigo Física Nuclear en La Habana. Es otro cubano por el mundo que nunca ha abandonado la curiosidad por los secretos que esconde la naturaleza. Desde Chile me envía un audio.

Para Eric el futuro inmediato está en “poder manipular a nivel de capas monoatómicas la fabricación de materiales”. Es cierto que ya se diseñan dispositivos compuestos por una, dos o tres capas monoatómicas, lo cual hace posible la miniaturización del aparataje.

Sin embargo, en este campo estamos volviendo a la artesanía científica, “en el laboratorio pescamos las capas monoatómicas para apilarlas en la forma que deseamos y poder cambiar —a la carta— las propiedades de un material”. El gran salto será cuando podamos hacerlo de manera automática, cuando hagamos la revolución industrial del nano-universo.



Eric es profesor de la Universidad Técnica Federico Santa María en Chile y también investigador María Zambrano en la Universidad de Sevilla. Esto último posibilitó volvernos a encontrar luego de 30 años sin vernos.

Siguiendo con la Física, Pedro David García, investigador titular del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) que pasó casi una década en el Instituto Niels Bohr de Copenhague, me dice que espera ver resuelto el acoplamiento eficiente del campo lejano de la luz con los fonones, todo ello en una escala nano.

En medio de un paraje montañoso —yo medio ahogado por la caminata— añade: “Seguro estoy que veremos una fuente de fonones sintonizable, podremos medir un fermión de Majorana y lograremos más potencia del cálculo en una red neuronal”.

¿Y esto qué quiere decir? En una frase corta: entender la naturaleza de la luz y poder manipularla a nuestro antojo.

A Elisa Martí la conocí cuando quise aprender a manipular embriones dentro de un huevo de gallina. Esta tinerfeña me enamoró en el más tierno sentido de la palabra desde el minuto primero. Al escucharla en aquel laboratorio del Instituto Cajal pensé “¿cubana?”. No lo es de nacimiento, pero sí de corazón.

Elisa se formó en Harvard y ahora dirige el Instituto de Biología Molecular de Barcelona, nuestras conversaciones aburren hasta el más pinto… ciencia, ciencia y ciencia. Da igual que estemos frente al mar en su Sitges o en un restaurante en mi Malasaña.

Para Elisa el futuro está en la ingeniería de tejidos. Veremos órganos y tejidos plenamente funcionales generados en el laboratorio. Pero, “esto se tiene que basar en el conocimiento aportado por la Biología del Desarrollo usando modelos animales. El objetivo es reproducir en un cultivo el microambiente que existe en el estado embrionario, allí donde empieza todo". Es decir, donde se desarrollan —de forma natural— los órganos.

“Es el momento de aprender y aplicar las lecciones de biología del desarrollo a la ingeniería de órganos y tejidos”, añade. Para mi amiga, el camino se dirige hacia la generación de órganos en el laboratorio que reproduzcan con gran exactitud la arquitectura y función de los órganos humanos. Competir con la madre naturaleza, diría alguien alejado de la ciencia a quien bien conozco.

De Elisa saltamos a Miguel Camacho, un matemático especializado en ciberseguridad con acento granadino.

Para él, el salto vendrá de la mano de la inteligencia artificial aplicada a la salud. “El diagnóstico médico preciso y personalizado, detección temprana de enfermedades para lograr tratamientos más efectivos”. En esto coincide con Alejandro Martín-Quirós, investigador del IdiPAZ, quien me responde casi exactamente lo mismo mientras viaja hacia Cádiz.

Miguel añade que espera ver la aplicación de la inteligencia artificial en “la optimización de recursos energéticos, gestión inteligente de residuos y predicción de desastres naturales”.

Tanto Camacho como Federico Liberatore, profesor e investigador italiano afincado en la Universidad de Cardiff, coinciden en que tendremos asistentes virtuales más “inteligentes” y conversacionales, capaces de comprender el contexto y tener interacciones naturales con los usuarios. Ambos me responden desde Gales.

Marta Dueñas es una biotecnóloga que cada día se siente más cerca de la tumor-inmunología. Formada entre Cuba y Suecia, esta habanera que hace el mejor arroz congrí de Madrid, apuesta por nuevas vacunas basadas en la medicina de precisión.

Su visión, sin dejar atrás el pragmatismo inherente de toda biotecnóloga, se focaliza en encontrar una diana hacia donde lanzar las balas, un blanco seguro para abatir el cáncer.

A David Barrado-Navascués me une una amistad que ya supera las dos décadas. Este astrofísico e historiador, insaciable buscador del conocimiento, espera que se tenga “una respuesta clara sobre qué es la materia oscura”. Estamos hablando del 95% de todo el contenido del universo”. Para ello será crucial el satélite Euclid.

David, además, confía en “una ampliación significativa sobre potenciales ambientes habitables extraterrestres usando el satélite Plato, el telescopio espacial James Webb y, en un futuro cercano, la estación Ariel”. Todo por buscar una opción B al planeta azul, diría en su lugar.

Otra gran amiga a la que acudí fue Rosa del Campo, microbióloga jefa de grupo en el Instituto de Investigaciones Sanitarias del Hospital Ramón y Cajal y una de las científicas más productivas a la par de entrañable que tiene España. Rosa lo tiene claro, el futuro de muchas patologías pasa por las heces. Sí, no me he equivocado.

Mientras esperábamos el comienzo de una defensa doctoral a la que ambos asistimos, Rosa me aseguró que el trasplante de microbiota devendrá una terapia habitual en el futuro. Yo te prometo que en breve dedicaré una columna a este tema.

¿Y yo, qué pienso?

A la vuelta de la esquina está la generalización de una tecnología flexible para la generación rápida y segura de vacunas contra todo tipo de agente patógeno e incluso contra algunos tipos de tumores. La desgracia de una pandemia aceleró la aplicación de los conocimientos acumulados durante años de investigación básica, y te estoy hablando del mRNA.

Por otra parte, dos grandes preguntas habrá que responder: ¿cómo ocurre la metástasis? y ¿cómo rescatar de la inmunosupresión al paciente con sepsis? Estas son cuestiones en las que las ciencias básicas y la aplicación clínica irán de la mano, sin olvidar —jamás— que la respuesta se dará desde la primera.

En el caso de la metástasis, esa última fase de muchos tumores en la que el mal se ha expandido por muchos órganos, es evidente que aún no entendemos cómo ocurre. Ergo, no podemos atacarla. En la ciencia, como en la vida, cuando la aplicación de una hipótesis o teoría no funciona, hay que viajar a la semilla y rectificar la base.

Lo de la sepsis es algo que duele. Una enfermedad tan antigua como la propia humanidad que aún, en este mundo tan aséptico, se cobra millones de vida cada año.

Los pacientes con sepsis grave pueden encontrarse en dos fases: una tormenta defensiva o un cansancio insalvable de sus salvaguardias. Durante la primera, necesitan ser tratados para reducir la inflamación, mientras que en la segunda es preciso hacer que remonte la actividad defensiva. Esto nos lleva a uno de los mayores problemas por resolver de la medicina moderna: ¿en qué estado se encuentra el paciente? Y, por consecuencia, ¿qué hacer?

Necesitamos encontrar algo que nos marque el camino y, de paso, nos indique una terapia concisa —hasta ahora inexistente— para batallar contra la sepsis. Marcadores, marcadores y marcadores.

Otros posibles avances me vienen a la mente, mucho se ha hablado y se seguirá hablando de las aplicaciones del sistema CRISPR, mas prefiero terminar este monólogo con otra reflexión: recordemos que la Inteligencia Artificial debe ser una herramienta, nunca el propósito.

En este sentido, Ray G. Butler, CEO y director de Ciencia de Datos en Butler Scientifics, apuesta por la generación “de herramientas que permitirán interaccionar con la complejidad subyacente en lenguaje natural a unos niveles de asistencia automatizada asombrosos”. También, cree que veremos datos sintéticos de alta calidad y de interoperabilidad a bajo coste. Además, que la hiper-personalización de los sistemas inteligentes serán una realidad.

“La sorpresa es y será permanente —me dice—, el nivel de incertidumbre en este espacio es tan elevado que cualquier predicción se destrozará al cabo de semanas”.

Como ves, muchos de mis amigos científicos centran sus esperanzas en una IA que “pueda” con casi todo, yo sigo pensando que el experimento seguirá, por un tiempo largo, siendo humano. Los datos aparecen con la experimentación, analizarlos es un reto, pero generarlos es el comienzo.