En el contexto actual, el desarrollo científico se ha visto profundamente influenciado por los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), una agenda global impulsada por la Organización de las Naciones Unidas con el fin de lograr un futuro más sostenible y equitativo para 2030.
Estos 17 objetivos, que abarcan desde la erradicación de la pobreza hasta la acción climática, representan una especie de hoja de ruta para orientar tanto la investigación científica como su aplicación en políticas públicas.
No cabe duda alguna sobre su profundo impacto en la ciencia moderna y su intervención en cómo entendemos los desafíos globales desde la interdisciplinariedad, la innovación y la responsabilidad ética en la investigación.
Mas, ¿es este un nuevo paradigma? Me inclino por una respuesta afirmativa.
La adopción de los ODS ha generado una redefinición del propósito de la ciencia. Tradicionalmente, la investigación científica ha sido impulsada por la curiosidad y la búsqueda de conocimiento por el conocimiento mismo. Sin embargo, en la era de los ODS, el papel de la ciencia se ha expandido hacia la resolución de problemas globales concretos.
Es una realidad palmaria que hoy las universidades, centros de investigación y entidades gubernamentales apuestan por proyectos que abordan problemas sistémicos, como el cambio climático, la salud pública o la desigualdad.
Un ejemplo claro de este enfoque es el ODS 13 —acción por el clima—, que ha dado lugar a una explosión de estudios científicos dedicados a mitigar el impacto del calentamiento global. Las investigaciones sobre energías renovables, la captura de carbono, la reforestación y la modelización climática no solo buscan avanzar en la ciencia, sino que se alinean con los objetivos de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y frenar el avance del cambio climático.
De igual forma, el ODS 3 —salud y bienestar—, ha impulsado numerosos estudios en biomedicina, virología y epidemiología, especialmente en el contexto de la pandemia de COVID-19. La ciencia, en este caso, se ha enfocado en proporcionar respuestas inmediatas a crisis de salud mundial, desarrollando desde vacunas hasta estrategias de atención en enfermedades mentales, todo con el fin de mejorar el bienestar colectivo.
Probablemente, el núcleo y éxito está en la interdisciplinariedad como respuesta a problemas complejos. Un aspecto clave es que los ODS han traído a la ciencia el llamado enfoque múltiple, ahí dónde la polimatía tiene su nicho y valor.
Los problemas globales, como el hambre, la pobreza o la desigualdad, no pueden abordarse desde una sola disciplina. Los ODS exigen una visión integrada, donde científicos con mirada global, en coordinación con especialistas de áreas tan diversas como la ingeniería, las ciencias sociales, la economía y la biología, colaboran para generar soluciones que sean efectivas y sostenibles.
El ODS 2 –hambre cero— es un claro ejemplo de esta convergencia de las más variopintas disciplinas. Las investigaciones sobre seguridad alimentaria han dejado de ser un tema exclusivo de las ciencias agrícolas. De hecho, los proyectos que buscan erradicar el hambre combinan la genética vegetal con la economía política, la inteligencia artificial con los estudios socioculturales. De esta forma, no solo se busca aumentar la producción de alimentos, sino también garantizar que los recursos lleguen a las poblaciones más vulnerables de manera equitativa.
En un mundo donde los bienes naturales son cada vez más limitados, el ODS 12 –Producción y consumo responsables— ha dado lugar a investigaciones sobre economía circular y desarrollo de materiales sostenibles. La colaboración entre científicos de materiales, ingenieros y economistas ha permitido el avance en soluciones que minimizan el desperdicio, mejoran la eficiencia en el uso de los recursos y fomentan modelos económicos más justos.
¿Cómo se refleja la innovación en el avance hacia la sostenibilidad y qué papel desempeña en su implementación efectiva?
La ciencia, en su esencia, debería ser un motor de innovación, y los ODS han amplificado este rol. Los retos globales requieren la implementación de soluciones transversales, nuevas tecnologías y puntos de vista disruptivos. Es una realidad que la innovación, impulsada por los ODS, está ayudando a re-imaginar cómo abordamos los problemas más enmarañados de nuestra época.
Uno de los campos donde esto es más evidente es en el ODS 7 –energía asequible y no contaminante—. El desarrollo de tecnologías de energía solar, eólica, y el avance en baterías de larga duración y sistemas de almacenamiento son fruto de la implementación de los ODS en la programación de la ciencia.
Cada uno de estos avances se encamina a satisfacer la demanda energética mundial, garantizando que ese bien sea asequible y accesible para todas las poblaciones, incluidos los países en desarrollo.
Otro ejemplo de innovación está relacionado con el ODS 6 –agua limpia y saneamiento—; aquí las investigaciones en tecnologías de purificación de agua, desalinización y tratamiento de residuos han sido cruciales para proporcionar acceso a agua potable en comunidades que antes carecían de este recurso esencial.
¿Se fomenta la ética en la investigación?
Sin duda alguna, sí. El impacto de los ODS en la ciencia ha fomentado un compromiso ético por parte de la comunidad científica. Hoy se promueve una ciencia útil, inclusiva, justa y sostenible. Esto se traduce en investigaciones que buscan mejorar la calidad de vida de toda la humanidad, especialmente de los sectores más vulnerables.
Por otra parte, la ciencia abierta y el acceso equitativo al conocimiento son principios que se han fortalecido con los ODS. En lugar de tratar la investigación como un recurso exclusivo, se promueve la colaboración global y el intercambio de información, especialmente en temas cruciales como la salud, el medio ambiente y la igualdad.
¿Qué ocurre con la poco atendida Ciencia Básica?
La Ciencia Básica se entiende como una forma de investigación científica cuyo objetivo principal es generar conocimiento fundamental sobre los principios y leyes que rigen los fenómenos naturales, sin buscar aplicaciones o beneficios prácticos inmediatos. Sin embargo, los ODS ya han influido y seguirán influyendo en su desarrollo, marcando nuevas prioridades y enfoques. Esto plantea una cuestión importante para el futuro: ¿cómo equilibrar la generación de conocimiento fundamental con las demandas urgentes de sostenibilidad?
Al no estar orientada a resolver problemas prácticos se corre el mayúsculo riesgo de su merma. No podemos olvidar que la mayoría de las decisiones sobre qué tipo de ciencia se financia y cuál quedará relegada se toman en despachos sin la presencia ejecutiva de científicos, y mucho menos científicos básicos.
Con esta última reflexión quiero llamar la atención sobre la importancia de dar cabida a la búsqueda del conocimiento por el conocimiento. Existe una infinita lista de aplicaciones que han tenido como origen la mirada curiosa de una persona intrigada, es decir, alguien que hace ciencia básica.
Así, aunque la Ciencia Básica no siempre tiene un fin práctico inmediato, sus descubrimientos alimentan las innovaciones necesarias para cumplir los objetivos de sostenibilidad a largo plazo. No lo olvidemos.
Con muchas luces, pocas sombras y más allá de ser una agenda política, los ODS han establecido un marco que orienta a la comunidad científica hacia la acción concreta y la innovación responsable.
El impacto es claro: la ciencia ya no se percibe solo como una búsqueda aislada del conocimiento, sino también como un instrumento poderoso para abordar los retos globales más urgentes. La investigación científica, alineada con los ODS, está jugando un papel crucial en la creación de un mañana sostenible, equitativo y saludable para todos.