El período doctoral, por su naturaleza, es una etapa exigente en la vida académica que asociamos con el desarrollo profesional e intelectual, pero también trae consigo una enorme presión.

Muchas han sido las veces que leemos titulares alarmantes sobre suicidios en universidades de élites y centros de investigación de excelencia debido a la insoportable presión que sufren aquellos que han decido entregar su vida a la búsqueda del conocimiento.

Un análisis realizado en Suecia –del cual se ha hecho eco la revista Nature—ha demostrado que los doctorandos se enfrentan a niveles de ansiedad y de presión mucho mayores que la población general, una tendencia que también se ha observado en España.

El estudio sueco, realizado entre 2006 y 2017, involucró a más de 20000 doctorados y proporcionó datos esclarecedores sobre cómo las exigencias de este período vital en la vida de cualquier científico afectan a la salud mental.

Parece palmariamente claro que cuando los doctorandos avanzan en sus proyectos de tesis aumenta, considerablemente, la necesidad de acceder a servicios de salud mental. Para los últimos años del período doctoral, entre 40 y el 50 porciento de ellos y ellas necesitaban medicamentos psiquiátricos, como antidepresivos y sedantes; algo que no ocurría el año anterior a comenzar el doctorado.

Llama la atención que el aumento progresivo en el uso de medicamentos coincide con el periodo de mayor presión académica. Para quienes hemos padecido el calvario que menciono sabemos de lo que hablo: ¡es el momento de publicar, obtener financiación y, finalmente, asegurar un puesto en el competitivo mundo académico!

Es evidente que las elevadas expectativas, la dependencia de los supervisores y, en muchas ocasiones, la soledad que se experimenta durante la investigación que implica la realización de un doctorado son factores determinantes que contribuyen al desgaste mental.

Por otra parte, según algunas estadísticas a nivel global, el 58% de los doctorados tienen más de 30 años, lo que indica que muchos enfrentan también las presiones de la vida adulta. Te hablo de responsabilidades familiares y ese largo etcétera que significa vivir. Todo esto añade otra capa de estrés a la ya exigente carga académica.

Si aterrizamos en España, la situación refleja un panorama similar o quizá ligeramente peor. Se ha puesto de manifiesto que los doctorandos españoles también sufren altos niveles de ansiedad y depresión. En el curso 2022-2023, había 92,382 personas matriculadas en programas de doctorados en el país, un 5,5% menos que en el curso anterior. Sin embargo, a pesar de la disminución en la matrícula, los problemas de salud mental siguen siendo muy preocupantes.

Un dato interesante es que, en nuestro país, solo el 0,7% de la población entre 25 y 64 años cuenta con un título de doctorado, una cifra inferior a la media de la Unión Europea, que supera el 1,1%.

Esta diferencia puede estar relacionada, en parte, con el elevado nivel de exigencia y las dificultades que nos enfrentamos aquí para completar este período en un entorno que, lejos de ser propicio para el desarrollo personal, está marcado por una competencia feroz y un sistema de financiación insuficiente que clasificaría como frustrante.

Las encuestas, pocas, sugieren que los niveles de ansiedad y depresión entre los doctorandos son más altos que en la población general. No obstante, se desconoce si estos problemas de salud mental son más frecuentes en quienes deciden la vía del doctorado que en aquellos con ocupaciones igualmente demandantes, pero en la empresa privada.

Lo que sí está medianamente claro es que los entornos académicos, en la mayoría de los casos, fomentan una cultura de sobrecarga y sacrificio que, a la larga, resulta perjudicial para el bienestar de quienes la viven.

¿Tomamos carta en el asunto?

A nivel internacional se han promovido programas de apoyo que incluyen la intervención temprana, la creación de redes de apoyo entre afectados, y un cambio en la cultura académica para garantizar que los doctorandos puedan alcanzar el éxito académico sin sacrificar su salud mental en el proceso.

Instituciones como Dragonfly Mental Health ya están trabajando para fomentar una salud mental excelente en la academia, mas es necesario que estas iniciativas se amplíen y se implementen de manera sistemática en universidades y centros de investigaciones de todo el mundo.

Quizá viene siendo hora de que la academia deje de ignorar la creciente crisis de salud mental entre quienes intentan arrancar secretos a la naturaleza. Reconocer la importancia de un ambiente de trabajo saludable, en el que el desarrollo intelectual vaya de la mano con el cuidado emocional, es sencillamente crucial.

Al final, un doctorado no debería ser sólo una prueba de resistencia, sino una experiencia que permita crecer como personas y profesionales, sin destruir la salud mental en el camino.