El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, se estrenaba este miércoles como comentarista deportivo con la retransmisión en directo del partido entre el Real Madrid y el Shakhtar Donetsk. Eligió para ello el programa Tiempo de Juego, que presenta Paco González.
Rajoy decidió llevarse a su hijo Juan, de 10 años, a los estudios de radio. Tras el partido, el pequeño se unió a la mesa y González le preguntó:"¿Qué te parecen los comentarios del FIFA que hace nuestro compañero Manolo Lama?". El niño se acercó al micrófono y soltó con total naturalidad lo que pensaba: “A ver, me parecen bastante mejorables... por no decir que son una basura” dijo, arrancando las carcajadas de todos los presentes en el estudio.
Pero su padre intentó entonces contenerlo dándole dos collejas para reprimir su actitud. El niño reaccionó callándose y se quedó en silencio sin perder la sonrisa pilla, de alguien que sabe que ha hecho algo políticamente incorrecto. EL ESPAÑOL ha consultado a varios expertos sobre si fue correcta la actuación del presidente Rajoy.
"Lo que yo veo, indistintamente de quién sea el padre o el menor, es una corrección, no un acto violento ni de maltrato. Es el uso de la comunicación no verbal para corregir una comunicación, en un contexto donde no había tiempo para hablar. El niño se sintió importante y se iba creciendo ante las risas del público presente. Con esa actitud le reforzaron que una comunicación que no estaba siendo adecuada, le pareciera que lo era", explica la psicóloga Miriam González.
Miguel Ángel Santos, catedrático emérito de Didáctica y Organización Escolar en la Universidad de Málaga, es más tajante: "Precisamente Rajoy, que es lento y prudente y suele retrasarse en todas sus respuestas, actúa de manera espontánea y se equivoca. Que se den cachetes o collejas a los niños es absolutamente inadmisible por el respeto que se merecen. Menos aún en un acto que pretende ser educativo y corrector, en presencia de público y ante la audiencia, es un ejemplo pernicioso. El ruido de lo que somos llega a los oídos de nuestros hijos con tanta fuerza que les impide oír lo que decimos. Educamos como somos", reflexiona.