El edificio que se parece a España
El país retratado a través de los problemas de siete vecinos del número 2 de la madrileña Ronda de Segovia que votarán a partidos distintos en las elecciones generales del 20D.
12 diciembre, 2015 02:44Noticias relacionadas
El despertador suena a las seis y media. Sabina y Juan Ramón se levantan, preparan el desayuno, encienden la tele para ver las noticias y aprovechan el tiempo en el que están con sus niños en casa antes de salir para ir a la oficina y al colegio.
Un cuarto de hora después y en el piso de arriba, empieza la jornada de Jesús, que debe estar a las ocho en el instituto en el que da clases de lengua y literatura. A estas horas es cuando Justo sale para ir a correr a la Casa de Campo antes de abrir la peluquería que regenta en el bajo del edificio.
En la otra escalera, Juan se levanta, desayuna y se pone a estudiar. Dos pisos más arriba, Santiago lleva un rato en pie aunque desde que se ha jubilado se queda más tiempo en la cama. Mientras él y sus hijos aún duermen, su mujer Pepa se encarga del gato Sultán antes de irse a trabajar.
Las vidas de Sabina, Juan Ramón, Pepa, Santiago, Jesús, Justo y Juan transcurren paralelas y se cruzan de vez en cuando en los pasillos o en el portal con un "buenos días" o un "hola, qué tal". Son momentos en los que además de ser empresarios, profesores o estudiantes son vecinos de una misma comunidad.
Todos viven en el número 2 de la Ronda de Segovia en un distrito de clase media: el de Arganzuela en la ciudad de Madrid. Un microcosmos de cuatro escaleras y 85 viviendas, surgido a principio de los años 90 sobre las antiguas líneas del ferrocarril. En sus conversaciones y en sus expectativas, está la España que cabe en un edificio.
Trabajar a los 16 años
Santiago Losada y María Josefa Ferrero viven en la comunidad desde que se construyó. En este edificio de pequeños ladrillos rojos han pasado gran parte de las tres décadas que llevan juntos. Santiago se jubiló en febrero a los 56 años después de 40 años trabajando en la Casa de la Moneda. Entró siendo un chaval de 16 años y mientras trabajaba se sacó la licenciatura de Filología en el turno de tarde.
"Empecé a trabajar como aprendiz en 1975. Fui el último de mi grupo en encontrar trabajo. Uno entró en la agencia Efe y ahora es un notable periodista allí, otro entró en el banco como botones, otro también como botones en una agencia de viajes… A los 14 años se trabajaba, a los 16 incluso tenías un trabajo estable. Ahora parece que nunca pasó pero sí pasó. Todo ha cambiado. No sé si para mejor o para peor pero ha cambiado”, explica Santiago sentado en un salón desde el que asomado a la terraza se ve la catedral de la Almudena.
Lo que sí cree Santiago es que donde las cosas han ido a peor es en el mercado laboral. “Está roto”, dice. Desde hace un tiempo, mientras se acostumbra poco a poco a su nueva vida de jubilado, se dedica a buscar trabajo para su hijo Antonio, que tiene 21 años y sigue sin terminar el bachillerato.
"Con los estudios ha sido un poco desastre", reconoce su padre. Pero ahora cuesta encontrar trabajo de lo que sea. "Me piden que envíe un currículum y yo capciosamente le digo a Antonio 'me tienes que hacer un currículum'. Y me dice que sí y pasa una semana y no está hecho. Porque no tiene qué poner… ¿Esto de los currículum para trabajar de qué?".
Su hija Claudia sí tiene formación y tampoco encuentra trabajo. En el mueble del salón, aparece con el pelo moreno y largo en las fotos del día de la graduación. Tiene 25 años y es licenciada en Administración y Dirección de Empresas. Hasta ahora ha acumulado prácticas en grandes compañías. “Salía a las ocho de la mañana y volvía a las nueve de la noche”, dice Pepa, profesora de inglés.
Pepa no esconde el desánimo. En su casa la crisis ha entrado por aquí. No han pasado apuros económicos en estos años, pero sí han visto cómo se esfumaban las certezas sobre el futuro de sus hijos. "Mi hija nació en los 90 y yo pensaba que esta generación no iba a tener problemas para encontrar trabajo, pero no es así", lamenta.
La última vez que a Santiago le pidieron un CV fue cuando se interesó por una oferta de trabajo como acomodador en el Auditorio Nacional. Pensó que podía ir bien para su hijo. "Y entonces allí me lo inventé todo pero sin falsear nada. En el sentido de que puse allí los estudios que tiene, que ha hecho voluntariado. Pero si no has trabajado, si no eres un profesional, ¿qué curriculum vas a tener?", se queja.
En precario
A un amigo de Juan Hernández que vive en la misma escalera de Santiago y Pepa pero dos pisos más abajo, le pasa lo mismo que a la hija de los vecinos. Se ha metido de prácticas en una empresa para hacer curriculum porque con su carrera de informático no le salía ningún trabajo serio.
Juan ve claro cuál es el mayor problema de España en este momento.
"El empleo que se crea es una mierda, muy precario y muy inestable. ¿Y por qué? Porque no hay industria. Porque con el ladrillo se desmanteló la industria. Los trabajos que salen son de servicios. Trabajos de un par de horas a cuatro euros y sin seguridad ninguna", dice. Así están todos sus amigos, que alternan periodos de paro con contratos temporales.
“Tengo otro amigo que trabaja en un hospital de mantenimiento tres horas por tres días a la semana", añade. "También otra chica que trabaja de camarera sólo los fines de semana y además en el turno de noche. Ahora con las fiestas de por medio les salen cosas, pero luego en enero a hacer puñetas".
Juan también pasó por lo mismo durante muchos años. En su caso era aún peor porque era él quien se hacía cargo de su familia.
Al igual que Santiago, empezó a trabajar con 16 años. Su padre, que era arquitecto, murió de un infarto. Su madre, bióloga, le hacía de secretaria y cuando su marido falleció sufrió una depresión durante una época.
Volver a empezar
Juan dejó el bachillerato y empezó a trabajar. Primero como peón de electricista y luego en un McDonalds. También de socorrista y peón de jardinero. “De muchas cosas y no muy bien pagadas”, reconoce. Su sueldo medio estaba entre los 800 y los 1.000 euros.
Hubo un momento en que se metió en otro trabajo: se hizo cuidador de ancianos. Eran tres y eran también sus tíos abuelos. “Pero como si fueran mis abuelos, ya que los abuelos de verdad murieron antes de que yo naciera”, explica. “No querían ir a una residencia ni tener a extraños en sus casas. Entonces me lie la manta a la cabeza y me fui al pueblo, Molina de Aragón”.
Allí se quedó viviendo en casa de los tres ancianos. Los aseaba, les daba de comer y limpiaba la casa. Ellos le daban unos 700 euros al mes. Era una “contraprestación” en la que no había ningún contrato de por medio.
"Sólo me cogía libres como mucho dos días al mes”, explica. “Podía haber hecho otra cosa pero no me arrepiento. No me martirizo por lo que podía haber sido”. Pero añade que si su familia hubiera tenido ayudas u otra salida cuando su padre se murió, entonces no hubiera renunciado a seguir estudiando. “Además sacaba buenas notas”, añade.
Diez años después y tras la muerte de dos de sus tíos abuelos, le ha llegado la oportunidad de volver a empezar. La casa de Ronda de Segovia en la que vive es suya, parte de la herencia que los ancianos les dejaron a él, a su madre y a su hermano. Esto y los ahorros acumulados durante los años que vivió en el pueblo les han permitido a todos reanudar los estudios.
Ahora cursa el último año de bachillerato: "Luego no sé. No sé qué voy a hacer. Si hacer algún módulo o una carrera. Pero para esto debería coger más rutina de estudiar".
El profesor de la Reina
Jesús Vega escucha a menudo las dudas que tiene Juan. En los últimos años, en el instituto público en el que da clases de lengua y literatura ha visto cómo la falta de perspectivas se colaba en los discursos de sus alumnos y rebajaba sus expectativas. "Te dicen: ¿Por qué voy a estudiar si luego no voy a encontrar trabajo?", dice el profesor. "La cifra de paro juvenil es inasumible".
"En nuestro instituto la orientadora y la trabajadora social a veces tienen que prestarles los libros a los chicos porque las familias no los pueden comprar", explica. "Aparentemente no se nota. Pero cuando empiezas a rascar un poco, cuando miras las estadísticas en los papeles que les mandamos rellenar, muchas veces hay familias en las que están en paro la madre y el padre".
La crisis ha hecho empeorar las condiciones de trabajo en el día a día de este profesor que viste vaqueros, una camisa de algodón fino y unas deportivas. "Yo estoy dando clases en 2º de bachillerato con 37-38 alumnos por aula. Hay profesores que te dicen: 'Esto ya nos ha pasado a nosotros'. Hace mucho tiempo teníamos 40 en clase. Y sí, yo en Albacete tuve 40 alumnos. Pero la España de ahora no es la España de hace 40 años".
A Jesús le duele el olvido de los políticos: "Es curioso comprobar cómo a los partidos políticos lo de la educación no les interesa mucho. Y me duele decirlo porque aparentemente a la izquierda sí que le debería interesar, pero creo que hace como que le interesa pero no es así".
En el Instituto Ramiro de Maeztu de Madrid, Jesús tuvo una alumna que años más tarde daría mucho que hablar: Letizia Ortiz. "Era buena estudiante y leía mucho", recuerda. "Siempre pedía libros para leer”.
Durante muchos años mantuvieron el contacto. Hasta el punto que Jesús vio cómo llegaba a su casa una invitación para la boda real. "Al principio no quería ir. ¡Había que ponerse chaqué! Todos mis amigos me decían: ¿Pero estás loco? ¿Cómo no vas a ir?. Y al final fui”.
Jesús asegura que hay una cosa que la prensa repite que es mentira. "Escriben que la Reina se casó con su profesor del instituto. Pero Alonso [Alonso Guerrero, el primer marido de la Reina] nunca le dio clase a Leticia".
Con sus alumnos de ahora, Jesús ha abordado más de una vez el asunto de la monarquía. "Si una monarquía moderna representa los valores que defendía la República de 1931, pues bienvenida sea. Pero el nuevo Rey sabe que no puede cometer ningún error. Y la Reina lo mismo. Ahora es una monarquía bajo observación”.
"Los años locos"
Jesús es de León y compró el piso de Ronda de Segovia donde vive solo en 1995. "Era cara para aquella época", recuerda. "Pero el mercado pegó después un vuelco tremendo y estos pisos se encarecieron muchísimo. Hoy no hubiera podido comprarla”. A esos años Jesús los llama "los años locos".
Su padre le decía: "Vende la vivienda en Madrid y vente a vivir aquí que te compras una mansión". A Jesús le entraba la risa: "Es el pez que se muerde la cola. Vendes caro pero compras también muy caro. La gente se alegraba porque le decían que su vivienda valía mucho. Esto es lo de Machado: no hay que confundir valor con precio”, dice sentado al lado de la gran librería que ocupa dos de las paredes de su salón.
Aquí hay libros de todos los géneros, recuerdos de sus viajes y trofeos de las competiciones deportivas a la que ha participado. “He corrido ocho maratones de Madrid”, explica.
Jesús eligió la ciudad hace ya tres décadas por la oferta cultural que siempre le ha fascinado. Aparte de correr, también va en bici: en carril bici hasta Soto del Real y todas las mañanas al instituto.
¿La recuperación?
“Si vas a correr, ponte algo para taparte la boca”. Se lo dice Justo Javier del Río a Raúl, el cliente al que está cortando el pelo. Los zac, zac, zac de sus tijeras resuenan en la peluquería que abrió aquí hace 18 años. Acababa de dejar la Guardia Civil después de 11 años de servicio en media España. En su peluquería la vida es más tranquila que en el cuartel. Por aquí pasa todo el mundo pero a razón de una, dos personas a la vez.
Para amueblar el local como quería tiró del rastro. La joya de la corona son los sillones que tienen un siglo y que restauró después de comprarlos en el mercadillo de antigüedades. En las paredes están colgadas las fotos de peculiares peluquerías para hombres en varios lugares del mundo. Algunas las hizo él y otras se las han regalado los amigos.
El aviso de Justo a su cliente es importante: los niveles de contaminación se han disparado en la capital. "En cuanto sales de la Casa de Campo, el olor es asqueroso", dice. "Tienes que subirte la braga por encima de la nariz. Habría que hacer como los chinos que están todo el día con la mascarilla. ¿Ves? Por esto tampoco se interesan los políticos. Estamos comiendo y respirando basura”.
Justo desconfía un poco de todos: "Son todos iguales: se dedican a lo suyo, no se preocupan de los ciudadanos. Ahora salieron los programas pero tampoco te puedes fiar". Aún no sabe a quién va a votar: "Sé a los que no voy a votar: al PP y a los socialistas".
–Yo sí lo tengo claro. Voy a votar al PP, suelta de repente Jesús.
–¡Sííí! Mira, Raúl, que te dejo sin oreja
–Sí, tío. Dentro de la mierda que hay en España, es el menos mierda. Si viviéramos en Dinamarca, en Suecia, en cualquier otro país, no me importaría votar a la izquierda pero la izquierda no funciona en este país.
–La derecha tampoco.
Asegura Justo que Raúl, que sí percibe la recuperación, es una excepción entre los clientes de su tienda. "No la ve nadie", dice. "¿Qué les interesa a los políticos? Las encuestas, las estadísticas… pero esto no se ve en la calle". Justo tiene 52 años y lleva 29 años cotizando. "Si esto sigue así, me tengo que jubilar a los 67 años, con 45 años cotizados, para que me queden mil pavos. ¿Y tú crees que es normal?”.
Emprender durante la crisis
Juan Ramón Muñoz vive con su familia dos pisos por encima de la peluquería de Justo. "España está ahora bastante mejor pero todavía es deficitaria", dice. Su punto de observación durante estos años han sido las dos empresas de biotecnología que gestiona junto a su mujer Sabina Giovannini. La primera la fundó él en 2005.
"Soy farmacéutico y me doctoré en Biotecnología", explica. "Después trabajé como consultor de investigación y desarrollo. Cuando me quedé en paro, pensé: tengo unos conocimientos y voy a intentar salir adelante. Me hice autónomo. Tenía contactos en el sector y de allí surgió la primera empresa".
La segunda nació en plena crisis en 2010. En la vida de Juan Ramón ya había entrado Sabina, una filóloga italiana con la pasión por la innovación y la biotecnología. Se conocieron trabajando en un proyecto europeo que involucraba a España e Italia, entre otros países.
"Cuando llegó la crisis, afectó a todo el mundo de una forma brutal", explica Juan Ramón."Todas empresas tuvimos una serie de impagos. Muchos de la administración pública. Hablamos de 2009, 2010. Hicimos un plan para salir adelante. Planteamos una tormenta de ideas y sacamos cinco posibles líneas. La que salió es en la que trabajamos ahora. Hizo falta riesgo, mucha flexibilidad y mucho trabajo”, cuenta Juan Ramón.
"Nunca hemos usado la crisis como una excusa", dice Sabina. "Muchos nos decían: '¿Para qué sirve hacer tanto si todo está parado?'. Un poco es el miedo pero a lo mejor también un poco la pereza porque no es igual llevar una empresa en los momentos fáciles que en momentos complicados".
Sus dos empresas tienen 45 empleados y exportan sus servicios a 15 países. Una hace ensayos de seguridad para fabricantes de cosméticos y la otra tiene una línea propia de productos.
Las empresas de Juan Ramón y Sabina no han tenido grandes problemas de financiación. "Teníamos un proyecto fuerte y hemos salido adelante a través de financiación pública o privada", explica él. "Pero sí es verdad que la financiación llega con cuentagotas, y con este poco dinero te tienes que manejar para crecer y el crecimiento es mucho más lento de lo que quisieras".
Lo que él y Sabina han intentado ha sido utilizar las ayudas enfocadas a los proyectos y expandir las dos empresas poco a poco. Sabina menciona por ejemplo los llamados contratos Torres Quevedo: las ayudas del Ministerio de Economía para proyectos de investigación y desarrollo. "Teníamos la necesidad de personas con un perfil muy especializado y el Gobierno ponía una parte del sueldo", explica.
“La crisis nos ha hecho crecer mucho porque nunca creces tanto en la vida como en los momentos de dificultad”, añade Sabina. Cuando llegó a España, tenía la idea de que encontraría aquí una política algo más seria de la que había en su país. “Durante un tiempo me lo he creído”, dice. Ya no.
Para Sabina España es ahora más que un país de adopción. Aquí ha tenido a sus dos hijos, de cuatro y cinco años. Dos pequeños que saltan alegres sobre el sofá al lado del gran árbol de Navidad que ocupa un rincón del salón de la casa en la que la familia lleva viviendo desde hace siete años.
"Creo que somos un país que puede salir adelante pero por las personas", dice Juan Ramón. "Me da risa que los políticos digan: 'Qué bien que estamos exportando, qué buenos somos'. No sois buenos. Quien se levanta a las cuatro de la mañana y se tira dos o tres semanas fuera para buscar clientes no son los políticos. Son aquellas personas que quieren levantar su país, su familia y su entorno. Éstas son las personas que son importantes”.
Juan Ramón votará pero no sabe aún a quién: “Un político no te saca de la crisis pero un político sí te puede hundir”.
Como un Ferrari sin gasolina
Son las siete de la tarde. A esta hora regresan Juan Ramón y Sabina de la oficina. Los niños se quedan en casa con una cuidadora que les recoge del colegio concertado al que van. "Lo elegimos porque está a 50 metros de casa", explican.
Santiago también regresa a su casa después de comprar algo para la cena. Saca la llave del bolsillo de su pantalón de pana beige y abre el portal. Muy despacio sube los escalones que llevan al ascensor. Bajo el brazo tiene el bastón blanco que le acompaña siempre desde hace cinco años.
Santiago es ciego. Sufre retinosis, una enfermedad degenerativa que poco a poco le hizo perder la visión. Al principio le costó aceptarlo y fue un periodo difícil. “De depresiones severas", dice. "Sabía que tenía esta enfermedad pero nunca pensé que me iba a quedar ciego del todo. Ahora soy de los ciegos que se atreven a todo. Cualquier día me pasa cualquier cosa”, admite entre risas.
Sale a hacer gimnasia en las instalaciones de la Once por el centro y va a nadar a la piscina de la organización en Moratalaz. Hace unos meses tramitó su petición de ayuda por dependencia. Lo mismo había hecho antes por su padre, que sufrió un ictus hace un año y está en una residencia privada por la que pagan 1.800 euros al mes
Para su padre ya tiene el resultado del PIA, el plan de acción individual sobre la base del cual se declara el grado de dependencia y se concede la ayuda correspondiente después de la valoración de los informes médicos. Le han dado un grado tres, nivel 1. Es decir, uno de los más graves.
La ayuda aún no ha llegado pero Santiago cuenta con que llegue pronto. "A mi madre, que tiene 90 años, le han dado un grado uno y a mí me parece bien porque está en casa y aún se vale por sí misma", dice.
“Esta ley es como todas las de este país", se queja. "Es como ir en un coche, un Mercedes, un Ferrari. Y dices ¡oh, qué coche! Pero no tienes gasolina y entonces el coche no anda. La gasolina es lo que le falta a estas leyes. Es decir, la financiación. Por esto la corrupción, el uso inadecuado del dinero público, hacen que pierdan gasolina estos coches que hemos inventado".
Santiago percibe España como un país que necesita una verdadera carga de ética: "Es el eterno asunto de cualquier campaña. Pero luego surgen otros casos que no son explicables. Cuando la gente no tiene dinero, es lógico que intente la picaresca de conseguirlo. Pero la que más dinero tiene y la que siempre lo ha tenido es la más voraz. Todos ellos hablan de patria. Pero no tienen ningún concepto de patriotismo. Para nada”.
Él está dudando entre votar a Podemos y Ciudadanos. Votaría a los primeros si no fuera por el referéndum de Cataluña, porque cree que “no puede decidir un solo grupo sobre el futuro del país. O votamos todos o nadie”.
Dice que no le gustan las declaraciones de Pablo Iglesias sobre los atentados de París aunque no las ve del todo desacertadas: "Creo que la yihad sólo se puede combatir militarmente pero también tengo claro que con los bombardeos van a matar gente inocente y no van a ser pocos y esto me produce un escalofrío tremendo”. De Ciudadanos dice que “son claros en su discurso: un centro derecha razonable. Tengo la sospecha de que son buenos gestores y detrás de esta buena gestión puede haber beneficios para todos”.
Su vecino Jesús, con el que Santiago comparte su amistad con el peluquero Justo, no se entusiasma mucho por "los nuevos".
"Veo elementos de carácter positivo como que se rompa el bipartidismo", explica. "Pero también ves cosas que son viejas. Como esas estructuras férreas que tienen los partidos".
“El problema no es que lleguen partidos nuevos sino que se cambie la manera de actuar, las formas, la manera de comportarse, de vivir las relaciones sociales", dice. "El político es un servidor público. Hay algunos políticos que se han subido al coche oficial y no se han bajado en 30, 40 o 50 años”.
Para Jesús los políticos deberían pisar la calle: "Pujol también decía que pisaba la calle… pero no. Pisar la calle, escuchar a la gente, lo que dice, preguntarle, interesarse por sus problemas e ir en transporte público, metro, bicicleta o lo que sea. Llevar las propuestas de la gente. Este sí que sería un cambio real. Lo otro puede quedar en palabras bonitas”.
La luz que a media tarde entraba fuerte por el amplio mirador del salón de la casa de Jesús ya se ha ido del todo. Atardece en el edificio. Mañana será otro día.