Un día de hace 34 años Óscar Camps fue a recoger a su novia. Al entrar en el portal, se encontró al conserje tirado en el suelo. Lo subió al coche y lo llevó al hospital pero llegó tarde. El médico dijo que si le hubiera practicado un masaje cardíaco antes, igual podía haberse salvado. Camps se prometió a sí mismo que no volvería a pasar. "¿Dónde se aprende esto?", le preguntó al doctor.
Así fue como entró en Cruz Roja, donde llegó a ser coordinador de emergencias en Barcelona antes de fundar su propia empresa de socorrismo.
Tres décadas después, aquella inquietud le ha llevado hasta las playas del norte de Lesbos. Allí, durante los últimos cuatro meses, Camps y su equipo de socorristas han marcado la diferencia entre la vida y la muerte para decenas de refugiados y migrantes que siguen llegando a la isla griega, la principal puerta de entrada en Europa del mayor desplazamiento de personas desde la II Guerra Mundial.
Todo empezó a finales de agosto. "Había visto unas imágenes de niños ahogados antes de Aylan", explica por teléfono desde el aeropuerto de Atenas tras pasar la Navidad en Lesbos. "Una semana después, apareció el cuerpo del pequeño y me indigné Tenía previsto comprarme un velerito de segunda mano que valía 15.000 euros. Estaba en Valencia, lo tenía ya visto. Y pensé: cambiaré el velero para irme a Lesbos a ayudar".
Camps no podía entender cómo era posible que las personas se ahogaran en Grecia a la orilla del mar: "¡En Grecia, que es Europa y es un país turístico! No lo entendía. Escribí cartas a todo el mundo: les decía que tengo una empresa de salvamento y me ofrecí voluntariamente para garantizar durante un año la seguridad en la zona que el Gobierno griego nos dijera. Escribí al Gobierno de Atenas, al embajador de Grecia en España, al embajador español en Grecia, a Frontex, a Médicos Sin Fronteras, a MOAS (Migrant Offshore Aid Station), a todo el mundo que estaba involucrado en el tema de los refugiados. No me contestó nadie".
Su mujer, que es francesa, le dijo que fuera allí él mismo para ver lo que pasaba. En cuestión de días, se organizó todo. La temporada de playa había acabado para Proactiva, la empresa privada de Camps que gestiona la seguridad y el servicio de salvamento de distintas zonas de España, desde Canarias hasta Cataluña. “Óscar nos reunió y nos contó que tenía pensado poner sus ahorros en este proyecto y nosotros le apoyamos”, contaba a este diario en octubre Gerard Canals, uno de sus compañeros.
Fue Gerard quien le acompañó en su primera expedición al norte de Lesbos. "Recuerdo que cuando decíamos que éramos una empresa nos miraban raro...", decía Canals, que se encuentra estos días en Lesbos.
La fundación de la ONG
"Fuimos dos en misión logística a ver dónde nos ubicaríamos y averiguar si era necesario o no y si teníamos cabida en todo aquello. A las dos horas de llegar a Skala Sikaminea [un pequeño pueblo en el norte de la isla a cuyas playas llegan a diario muchas lanchas y barcazas cargadas de refugiados], ya estábamos en el agua nadando. Decidimos quedarnos y traer a más compañeros", recuerda Camps.
Cuando llevaban dos semanas allí, decidieron fundar una ONG: Proactiva Open Arms. "Ni los guardacostas ni nadie entendía que una empresa hubiera decidido ir. Por eso montamos la ONG e hicimos acción humanitaria con ella”, explica.
Al principio tenían previsto quedarse hasta que se acabaran los 15.000 euros que Camps había puesto de sus ahorros. Pero no contaban con la capacidad de persuasión de Eric Kempson, el británico cuya historia contó EL ESPAÑOL a principios de octubre. Kempson vive desde hace 16 años en el norte de Lesbos y en los últimos meses se ha convertido en la referencia del movimiento internacional de voluntarios que han llegado a la isla.
"Les dije que se tenían que quedar", cuenta Kempson, que les sugirió que montaran un crowdfunding porque había mucha gente que quería ayudar.
"Empezaron a caer donaciones de todo el mundo", dice Camps. "El primer objetivo era quedarnos todo el invierno y traer aquí los vehículos y las dos motos de agua. Lo conseguimos. Ahora tenemos también dos embarcaciones de salvamento muy equipadas".
Hasta ahora han recaudado más de 470.000 euros con los que han cubierto el coste del desplazamiento de 15 voluntarios cada 15 días, el traslado de los equipamientos y del material invernal que han tenido que comprar ya que normalmente en España no trabajan en esta estación… Con las embarcaciones pueden ir hasta tres millas mar adentro, que es donde ahora naufragan los barcos de madera cada vez más viejos y precarios con los que los migrantes intentan cubrir los nueve kilómetros que separan la costa turca de la isla griega.
La empresa de Camps tiene 80 empleados en invierno y 600 en verano. A quienes se ofrecen a ir a Lesbos se les concede un permiso especial de 15 días durante los cuales la compañía sigue cotizando por ellos a la Seguridad Social.
A otros que, en cambio, ya no están trabajando, la ONG les paga un seguro y todos los gastos de estancia y traslado. Se alojan en un hotel de Skala Sikaminea donde tienen alquiladas cuatro habitaciones en las que han cambiado las dos camas por dos literas dobles. "Es un poco cuartel", dice Camps. "Hay un equipo siempre de guardia y los demás están en stand-by. Es agotador porque hay emergencias todos los días y a varias horas y a lo mejor puede haber tres en una noche".
Todos ellos fueron los primeros en vestir uniformes de salvamento. Sus camisetas amarillas con un logo rojo aparecen ahora en los dibujos de los niños refugiados rescatados en la isla.
Quería ser astronauta
De pequeño Camps quería ser astronauta. Pero cuando llegó el momento, no quiso seguir con los estudios de ingeniería como le hubiera gustado a su padre, que era ingeniero. "Fue un poco un disgusto para él", relata su madre Anna María, que tiene 72 años y vive en Santa Coloma. "Pero se ve que no estaba destinado a esto y dejó de estudiar por un trabajo, porque siempre ha trabajado".
Anna María está orgullosa de su hijo pero también preocupada. "Es muy noble lo que hace. Me da mucha alegría que salve vidas y le veo feliz. Pero a la vez me da miedo. Soy su madre, las madres siempre pensamos en esto. Que pase algo, que pueda haber una equivocación".
"Óscar es muy echado para adelante: cuando toma una decisión va a por ella”, dice Laura Lanuza, un amiga que conoce a Camps desde hace mucho tiempo y que ha acabo en el proyecto como voluntaria y responsable de comunicación de la ONG. De su amigo dice que es “un gran emprendedor, un hombre con muchísimas ideas y la obsesión por innovar y mejorar”. Le reconoce dotes de liderazgo y si tiene que achacarle un defecto, es la impulsividad. “Para lo bueno y para lo malo”, dice entre risas.
Lanuza asegura que toda la familia de Camps está involucrada de alguna manera en el proyecto. Su mujer, que gestiona un hotel en Francia, y sus cuatro hijos, tres chicas de 25, 24 y 12 años y un niño de tres. Viven en Tiana, cerca de Badalona. "La familia lo entiende dentro de lo que cabe. Lo que pasa es como se alarga en el tiempo cada vez pesa más y el niño pequeño es el que más me necesita", admite Camps, que este jueves cumple 52 años. Su hija mayor, Ester, acaba de llegar a Lesbos por segunda vez también como voluntaria.
La tarde más trágica
Casi dos meses después de pisar por primera vez la isla, Camps vivió uno de los naufragios más trágicos que se han registrado en el Egeo en los últimos meses. En la tarde del 28 de octubre, una barca de madera en la que viajaban unas 300 personas volcó minutos después de dejar la costa turca. Camps y su compañero Gerard alcanzaron el barco con las motos de agua.
Había decenas y decenas de personas en el mar y ellos eran sólo dos. Cerca había un barco de Frontex que, según Camps, no estaba equipado para salvamento. Durante horas, Camps y Canals fueron subiendo a gente a las motos. Ellos mismos les ayudaban a subir al barco de la agencia europea para el control de las fronteras.
“Estuvimos navegando entre cadáveres. Tuvimos que sacar a niños de los brazos de sus padres que estaban vivos. Teníamos que decidir a quién recoger de acuerdo con las probabilidades que tenían de sobrevivir”, contaba unos días después Canals. Al final consiguieron rescatar a más de dos centenares de personas.
Así lo recuerda ahora Camps:
"Hasta que no llegaron los pescadores turcos y griegos que nos facilitaban las cosas echando las redes era muy difícil subir a la gente a este barco. Ahora ya tienen unas redes a raíz de aquel incidente y de las declaraciones que hubo y de los medios que se echaron encima. Han puesto más medios. Allí nos dimos cuenta de quiénes son los verdaderos profesionales del mar, porque una cosa es ser policía del mar y otra un profesional del mar. Los que viven del mar están para lo bueno y para lo malo. Los guardacostas y las patrullas están para lo que están, para guardar la costa, evitar intrusiones ilegales. Yo vi más de 50 cadáveres flotando".
Según Camps, las cifras oficiales del recuento de los muertos en los naufragios se quedan cortas porque sólo se cuentan los cuerpos recuperados o las personas de las que se llega a tener constancia a través del relato de familiares supervivientes. El resto desaparece. "Éste es el baile de números de las administraciones públicas para que la gente no se escandalice, pero son muchas más de las 3.800 que se tienen registradas en 2015. Muchísimas más".
Volver a la rutina, recuperar la normalidad del día a día tras experiencias como esta no es fácil. Por eso Camps y los otros voluntarios decidieron buscar apoyo profesional y fueron a parar a la Asociación de Psicólogos de Víctimas del Terrorismo, que les aconsejaron que pasaran tres semanas entre una misión y otra. No siempre ha sido posible. Antes de ir y cuando vuelven, acuden a consulta y cuando están en la isla tienen un chat con ellos. "A algunos le cuesta más que a otros. A algunos nos afecta más tarde", confiesa.
Camps volvió días después a pensar en una niña que perdió a toda su familia y a la que rescató en aquel naufragio del 28 de octubre. "No pude sacar a los padres. Esto es lo que me pesa. Pero no tenía para más. La niña se estaba ahogando y pude sacarla pero no conseguí sacar a la madre, que no tenía ni fuerza para sujetarse. Pensé que alguien los rescataría pero cuando volví ya no estaban", recuerda añadiendo más detalles al relato de aquella terrible tarde. "Después vi a una niña sola en la calle y me acordé. Y no sólo de ella. También había otros cuatro niños sin padres que sacamos de allí".
No es ver a los muertos lo que más le ha afectado: "No te duele ver cadáveres porque yo en mi carrera profesional ya los había visto. Te duele ver cómo se mueren. Es muy lento y estás allí. Te caes de la moto de agua. Estás entre ellos, te cogen y tienes que luchar para salir. Son situaciones que te acompañarán toda tu vida".
"Nunca más"
Al recordar aquella tarde, Kempson, que estaba en la orilla junto a los voluntarios que atendieron a los supervivientes, dice: "El 28 de octubre allí arriesgaron sus vidas. Óscar y su equipo han sido increíbles aquí. No he conocido a personas más implicadas y profesionales. Hace dos semanas tuvimos otro naufragio de un barco con más de 80 personas. Si no hubieran estado ellos, los hubiéramos perdido a todos. Al final murieron dos".
Si no hubo más muertos, es porque Camps el 28 de octubre volvió a decirse a sí mismo, como había hecho hace 34 años, que aquello no volvería a pasar. Que no llegarían otra vez tan en precario a un naufragio de grandes dimensiones. Por eso ampliaron el crowdfunding hasta alcanzar el dinero para las dos embarcaciones con las que ahora pueden operar en alta mar.
"Cuando llegó la segunda embarcación", cuenta Camps, "volvimos allí Gerard y yo como un pequeño homenaje. Con lo mal que lo pasamos con las motos de agua, que llorábamos de agotamiento, de pena, y de rabia... Y dijimos que no volvería a pasar, que estaríamos preparados. En dos meses teníamos dos embarcaciones y una de ellas ya ha llevado más de 300 personas a bordo en dos semanas. Hicimos un post en Facebook para recordar que habíamos cumplido con nuestro propósito. Éstas son las cosas que te ayudan”.