Clara Azurmendi, Miren Azcue, Alejo Ibeas, Sara Peñalver, Enrique Peñalver, Javier Suárez, Pablo Sanmartín e Isabel Fernández. Ninguno de estos ocho nombres ha llegado aún hasta el público y probablemente ninguno de ellos lo conseguirá en el futuro inmediato. Campeones de Europa por equipos en categoría júnior en el pasado campeonato de Polonia, sus logros, presentes y futuros, parecen condenados al ostracismo como en su momento lo estuvieron los de Carolina Marín (Huelva, 1993), hoy sin embargo la deportista más destacada de España en 2015.
Seis mil novecientas noventa. Más claro aún: 6.990. Un número que ilustra la cantidad de licencias federativas que el bádminton poseía en España en 2014. Cifras pírricas en comparación con 874.093 del fútbol, las 354.949 del baloncesto o las 334.915 de la caza, las tres grandes federaciones nacionales. Números mínimos -apenas un 0,21% del total del deporte español-, a la altura de la espeleología y por detrás del tiro con arco, de los bolos, los galgos, la aeronaútica...
Carolina Marín es el trebol de cuatro hojas, la aguja del pajar, la flor del desierto. Carolina Marín es un imposible hecho realidad a base de raquetazos clandestinos, de entrenamientos no considerados, de sacrifio obviado. Porque Carolina Marín es un milagro del deporte. Del español y también del europeo, porque a sus 23 años, no sólo fue la tercera jugadora en la historia del Viejo Continente en convertirse en campeona mundial, sino que ha sido la primera deportista de la vieja Europa que ha retenido la corona.
Doble campeona del mundo -himno de Peman incluido en el podio de 2014-, campeona de Europa, número uno del ránking mundial y jugadora del año galardonada en la gran final de Dubai, hoy, con los datos abrumadores de su palmarés, a esta onubense de 22 años se le queda pequeña su propia historia. Mera anécdota son ya sus comienzos en bádminton robándole horas a las clases de flamenco. Lejísimos quedan sus inicios con 12 años en el club IES La Orden o su primer viaje a Madrid, a la residencia Blume, al Centro de Alto Rendimiento, con 14. Carolina Marín, onubense salerosa, es ya una superestrella -"En Indonesia soy como Cristiano Ronaldo", bromea- y como tal de ella únicamente se espera lo máximo.
"El bádminton es intensidad, velocidad y explosividad". Casi sin querer, Beatriz Corrales, número dos del ránking europeo, vigésima del mundo y eterna rival nacional de Carolina Marín -ha sido su contrincante en la final en cinco de los seis títulos patrios de la onubense-, define a la mejor jugadora de 2015. "Es muy potente físicamente y tiene una de las mejores derechas", aporta Fernando Rivas, su entrenador. Y concluye la definición Pablo Abián, el mejor español en categoría masculina de nuestra historia y con la clasificación para los Juegos Olímpicos de Río muy bien encaminada: "Tiene una gran fuerza en los golpes ofensivos y eso, especialmente entre las chicas, ayuda muchísimo a marcar la diferencia".
Evidencias de los milagroso de su aparición desde la nada. "Va a ser muy difícil que salga otra Carolina", añade Abián, cara y cruz del bádminton español, inmerso en un conflicto de larga duración con dos bandos claramente diferenciados. Por un lado, los jugadores. Por otro, la federación. El actual número 35 del ránking mundial masculino, se entrena en la residencia Blume, pero no lo hace con el resto de sus compañeros. "Sigo sin poder utilizar las instalaciones de bádminton, sin entrenarme con mis compañeros y utilizando otro pabellón", explica como un ejemplo de las tensiones, diferentes y particulares en cada caso, pero especialmente notorias en lo que se refiere a Carolina Marín.
Conflicto con la Federación Española
"Lo mejor es que el presidente de la federación española -David Cabello- dimita para que el bádminton no se vea afectado", afirmó la onubense en una rueda de prensa el pasado mes de junio. En su caso particular, y más allá del conflicto por los patrocinadores y los derechos de imagen que la federación habría exigido a sus deportistas ceder para acudir a los torneos internacionales, el problema va más allá, pues afecta a la figura de Fernando Rivas. Y por ahí la bicampeona mundial no pasa.
"La gente me pregunta cómo puedo seguir ganando títulos en esta situación", reflexionaba durante uno de los cursos de la Universidad Menéndez Pelayo durante el pasado verano. La respuesta era obvia: "Intentamos neutralizar los conflictos extradeportivos con las diferentes herramientas técnicas que entrenamos en el área psicológica", afirma Beatriz Cabello dando la confirmación de la importancia de Pablo del Río en la preparación de Marín.
Con más de 60 deportistas bajo su tutela en el CAR, Del Río es clave en la interiorización de esos otros aspectos del deporte que no llegan al espectador, los que van por dentro de la cabeza del deportista. A él le agradeció Carolina Marín mucho del mérito de su segundo título mundial -y seguramente tendrá parte de culpa en la forma en que se expresa en la pista-, el logrado este 2015 en Yakarta cuando jugó lastrada por problemas físicos. "Me lesioné en el pie derecho un mes antes y pensábamos que no podría disputar el Mundial. Hablé con Fernando (Rivas) y empezamos a entrenar sólo dos semanas antes. Preferí no pensar en mi condición".
Otra muesca, otro título, otra anécdota con que jalonar su propia leyenda, aunque en 2015 también ganó el All England y los Abiertos de Malasia, Australia, Francia y Hong Kong. Un ritmo que la ha elevado a los altares de su deporte, siendo la gran motivadora de los cientos de niños y niñas apegados al programa 'Se busca campeón' de la Federación de Bádminton y de muchos otros.
Carolina Marín ha recibido en 2015 el Premio Nacional de Deporte Reina Letizia y también el reconocimiento de los aficionados, pues una encuesta de Marca.com la sitúa como la mejor deportista femenina del año por delante de la tenista Garbiñe Muguruza, la nadadora de sincronizada Ona Carbonell y la atleta Ruth Beitia y otro cuestionario de elmundo.es eleva a la onubense a la condición de mejor deportista española, hombre o mujer, de 2015 con un 35% de los votos e incluso por delante de los hermanos Pau y Marc Gasol. Un reconocimiento tan merecido como ajustado, pues con 23 años Carolina Marín amenaza con encontrar otro trebol, otra aguja, otra flor.