Cuenta Esopo en una de sus celebradas fábulas que un león consiguió devorar a tres bueyes sembrando la discordia entre ellos. Como no podía vencer a todos al mismo tiempo, utilizó pacientemente patrañas revestidas de argumentos para dividirlos y después se los fue comiendo uno a uno, colmillazo a colmillazo. El astuto Pablo Iglesias es un maestro en desunir a sus oponentes políticos para terminar engullendo sus votos, que es lo mismo que zamparse sus entrañas. Que se lo pregunten, por ejemplo, a los dirigentes de Izquierda Unida, heridos de muerte y fagocitados, o del PSOE, abiertos en canal e intentando frenar la hemorragia.
Ahora mismo, como en la fábula, Iglesias anda empecinado en dividir a sus tres rivales políticos y, en el caso del PSOE, también intenta explotar las diferencias entre los compañeros de filas. Habrá que esperar a este ajetreado 2016 que se avecina, acaso otra vez electoral, para ver hasta dónde llegan los mordiscos de este profesor universitario transfigurado en killer de la política y empeñado en acabar con el bipartidismo. Pero es innegable que en 2015 ha conseguido irrumpir con fuerza en el Congreso con 69 escaños, de los que 42 son propios y 27 compartidos con sus aliados.
Vaivenes en las encuestas
No todo ha sido positivo para Pablo Iglesias en 2015. Hay que tener en cuenta, por ejemplo, que en enero Podemos encabezaba las encuestas y después se desplomó en intención de voto. De hecho, en algunas citas con las urnas, como las elecciones andaluzas, las autonómicas y las catalanas, el partido morado quedó por debajo de lo esperado. En esos resultados y, sobre todo, en el desgaste de la imagen del partido tuvo mucho que ver el escándalo que salpicó a Juan Carlos Monedero, compañero y amigo de Iglesias. La fractura interna de Podemos también se avivó como consecuencia de ese caso y, de hecho, Monedero dejó la dirección del partido.
Pasadas las elecciones del 20-D, Iglesias aparece como ganador de las mismas pese a haber quedado en tercera posición y a sabiendas de que con este reparto parlamentario es imposible que consiga su deseo de llegar a la Moncloa. Ocurre, sin embargo, que en la política, como en la vida, los resultados se miden por las expectativas previas. Y es que a solo un mes de las elecciones, en noviembre, el líder de Podemos parecía amortizado y sin opciones, destinado a una larga siesta en la sabana de la irrelevancia política.
El debate, su hábitat
En la remontada parcial que consiguió Podemos durante la campaña electoral fueron decisivos los debates electorales. A finales de octubre Iglesias apareció cansado y fue claramente derrotado por Albert Rivera en el cara a cara orquestado por Jordi Évole. Los presagios eran peor que malos para este vallecano que parecía empequeñecido, casi como un minino que no haría daño ni a un mosquito. Pero el león que lleva dentro encontró su oportunidad de despertar y volver a rugir en su hábitat natural: el debate ante las cámaras. No en vano, en su día creció gracias a su habilidad como tertuliano e incluso tiene sus propios programas, La Tuerka y Fort Apache.
Primero empató con Rivera en la Universidad Carlos III. Después, en el encuentro que organizó El País, los dos políticos emergentes se merendaron a Pedro Sánchez. Y, por último, el fundador y líder de Podemos venció a sus tres rivales, otra vez como en la fábula mentada, en el debate a cuatro emitido por Atresmedia. Esas actuaciones y una campaña emocional, centrada en vender optimismo a sus bases y en moderar el discurso para crecer a costa de sus rivales, le granjearon unos resultados que, por inesperados, son más que positivos para su carrera política.
El plan de Pablo Iglesias para España es una reforma a fondo de la Constitución, con “cinco garantías”: una nueva ley electoral, la despolitización del poder judicial, el blindaje de los derechos sociales, la prohibición de las puertas giratorias y la resolución del problema territorial, que incluye la celebración de un referéndum en Cataluña; de celebrarse, él pediría que los catalanes sigan dentro de “la España plurinacional”, pero con otro encaje. Parte de este plan o, mejor dicho, su esbozo aparece recogido en su último libro, Una nueva Transición, materiales del año del cambio (Akal). Adentrarse en sus páginas sirve para entender por qué un marxista declarado como él aboga ahora por “la centralidad” y destierra la vieja dicotomía entre derecha e izquierda, y, sobre todo, sirve para descubrir la verdadera cara de este león que, por paradójico que parezca, en las distancias cortas se vuelve tímido.
Capaz de casi todo
Camaleónico hasta límites insospechados, es capaz de hablar permanentemente de “la gente” y consigue enardecerla en un mitin, pero se le ve incómodo cuando entra en contacto con ella a la salida, es capaz de zaherir a los políticos de “la casta” para crecer exponencialmente, pero después esconde esa expresión porque toca ponerse el disfraz de moderado o es capaz de criticar a los estrategas políticos que “hablan de sillones y no de los problemas de los ciudadanos” al tiempo que diseña una estrategia para desembocar en otras elecciones.
Además de sus facetas como profesor, político y escritor, Iglesias es un lector voraz y un cinéfilo declarado. En su visita a la redacción de EL ESPAÑOL, a finales de octubre, recordó que preferiría pasar un rato con Obama antes que con Hillary Clinton porque el presidente norteamericano es, como él, un seguidor de la serie The Wire, una de las joyas de la factoría HBO. En ella no aparecen leones, pero sí la ambición y el maquiavelismo necesarios para engañar y devorar a los otros oponentes para conquistar el poder, sea en el seno de una banda criminal, en un corrupto departamento policial o en unas elecciones.