Pablo Iglesias ha vuelto a hacerlo. Contra todos los augurios, centrados en si Podemos respaldaría o no la investidura de Pedro Sánchez y en si renunciaría o no a las líneas rojas delineadas previamente, ha sorprendido y descolocado a sus rivales políticos con una propuesta audaz que nadie esperaba. La idea de formar “un gobierno de cambio y de progreso” con el PSOE y con Izquierda Unida presentada ante Felipe VI, primero, y ante los medios, después, ha sido un golpe de efecto que ha zarandeado y descompuesto más, si cabe, el rompecabezas resultante de las elecciones generales. El líder de Podemos ha cambiado la táctica, pero no el fondo de su quehacer: acabar con el PSOE a medio o largo plazo.
Flanqueado por Íñigo Errejón, Xavi Domènech, Irene Montero, Carolina Bescansa, Victoria Rosell y Julio Rodríguez, hipotéticos ministros del gobierno del que quiere ser vicepresidente, Iglesias reconocía en su comparecencia de este viernes que en su partido habían decidido “tomar la iniciativa política”. Y así ha sido. Hora y media después de la bala que tenía el líder de Podemos en la recámara, justo en el mismo lugar, comparecía Pedro Sánchez con una sonrisa forzada y un solo mensaje veinte veces repetido -“es la hora de Rajoy”- que denotaban que estaba sorprendido, como fuera del marco en que se estaba moviendo hasta ahora. El líder del PSOE reconocía que se había enterado de la propuesta por boca de Felipe VI y solo acertaba a bromear con que “parece que ya nos han hecho el gobierno”.
La trampa que esconde
Resulta evidente que la proposición de formar gobierno juntos esconde una trampa que Iglesias ha tendido a Sánchez. Si el PSOE se negase a llegar a un acuerdo con Podemos, sea por decisión del propio secretario general o sea por las presiones de sus barones territoriales, públicamente los socialistas aparecerían como los responsables de que la izquierda no tuviera una alternativa a Mariano Rajoy. Toda la presión para Sánchez, en suma. Y, para colmo, con esta jugada de Iglesias se desplaza del tablero político a Ciudadanos. Así, el partido de Albert Rivera, que estos días aparecía como elemento moderador necesario, queda fuera del marco, sin capacidad de decisión o influencia.
En Podemos defienden que lo primero es construir el relato político, establecer el marco donde se discute y después pelear en su interior, con la comodidad de quien compite en un juego donde él mismo ha establecido las reglas. Así, cuando todas las quinielas se hacían sobre los apoyos o no de unos partidos a otros, sobre las abstenciones y sobre quién iría primero a la investidura, la propuesta de Iglesias ha cambiado la posición del resto de actores. No es la primera vez, ni mucho menos, que el secretario general de Podemos tira de audacia para cambiar el paso de sus rivales.
Otras sorpresas sonadas
No es necesario remontarse demasiado en el tiempo para encontrar movimientos sorpresivos de Iglesias y los suyos para marcar la agenda política. Solo en los últimos meses pueden encontrarse varios ejemplos de anuncios o decisiones que sorprendieron a sus competidores. Uno de los principales golpes de efecto que, a la postre, se han revelado como acertados fue la decisión de articular candidaturas de confluencias en territorios donde cosecharon malos resultados en las elecciones autonómicas. Las alianzas en Valencia, Galicia y, sobre todo, en Cataluña tejidas antes de las generales multiplicaron los diputados de Podemos. Además, aunque a priori no iban a ser miembros de su grupo parlamentario, finalmente casi todos (menos cuatro de Compromís) han acabado en la misma bancada que el partido morado.
Los dos ejemplos más recientes de la audacia política de Iglesias han sido una renuncia y un fichaje. A finales de octubre de 2015, tras el famoso cara a cara contra Albert Rivera en Salvados, el líder de Podemos anunció por sorpresa que dejaba el escaño del Parlamento Europeo. Aunque tenía que dejarlo en todo caso para concurrir a las generales, lo hizo en el momento de mayor debilidad y consiguió revertir la situación para volver a aparecer en los medios con fuerzas renovadas. Poco después, a primeros de noviembre, Iglesias copó las portadas al anunciar el fichaje del general José Julio Rodríguez, ex Jemad en la etapa de José Luis Rodríguez Zapatero como presidente del Gobierno. Un militar de alto rango llegaba a Podemos para deja boquiabiertos a los ciudadanos y, sobre todo, noqueado al PSOE.
Otro momento en que Iglesias mostró sus dotes de estratega fue en la noche electoral del 20 de diciembre. Con unos resultados que dejaban el panorama más que abierto, la duda estribaba en comprobar si Podemos tendería la mano o no al PSOE para gobernar. En vez de entrar de lleno en ese debate, el secretario general del partido emergente prefirió establecer unas líneas rojas que incluían una reforma a fondo de la Constitución, incluido un “nuevo encaje territorial” para Cataluña que habría de ratificarse con la celebración de un referéndum. Una vez más, forjó un marco para que la disputa se centrase en otros asuntos, hasta que este viernes ha modificado su propia estrategia -lo que dicen las hemerotecas, malditas o no, parece no importarle-.
Iglesias rehace sus estrategias y cambia sus palabras a su conveniencia. Pero el leitmotiv de todas sus iniciativas sigue siendo el mismo: pasar toda la presión al PSOE y dificultar el camino a Pedro Sánchez, aunque parezca lo contrario. Es el paso previo necesario para seguir engullendo los votos socialistas y convertirse, tarde o temprano, en la formación hegemónica de la izquierda española y, después, en presidente del Gobierno.