Hace ya muchos días que en el PSOE corría el rumor. "Felipe va a hablar". ¿Qué Felipe, el rey?, llegó a preguntar a un veterano socialista un periodista novato en el Congreso. "Para nosotros, sólo hay uno", respondió. A Pedro Sánchez lo encontró en el camino a las primarias de julio de 2014, en las que el hoy líder se impuso a Eduardo Madina gracias a una apabullante colección de apoyos: José Luis Rodríguez Zapatero, pesos pesados como Carme Chacón, José Bono, Patxi López, José Blanco… y una mayoría de dirigentes autonómicos, con Susana Díaz a la cabeza.
Desde entonces, Sánchez había perdido a casi todos, pero González seguía defendiéndolo frente a las embestidas internas. Incluso cuando la relación de Sánchez y Zapatero se enfrió como consecuencia de la enmienda al artículo 135 de la Constitución que los nuevos dirigentes socialistas pusieron sobre la mesa, González le apoyó y pidió a sus compañeros que hiciesen lo mismo, aunque sólo fuese por "cultura de partido". Tres días después de las elecciones, nada más acudir a la Moncloa para reiterarle a Mariano Rajoy que no facilitaría su investidura, los dos almorzaron en la domicilio del expresidente en Madrid. Desde la noche electoral, González se había mantenido en un discreto segundo plano. Desde allí seguía con mucha preocupación los movimientos de su discípulo.
Este miércoles, Sánchez decidió arremeter contra González, contra "Felipe", por defender que el PSOE se abstenga para que el PP y Ciudadanos puedan gobernar, según ha adelantado Informativos Telecinco. En una entrevista en El País publicada este jueves, González matiza que prefiere una mayoría "progresista", pero que no la encuentra en la cámara, por lo que cree que ninguno de los dos grandes partidos debe impedir al otro que gobierne.
El expresidente ha sido un ariete constante contra Podemos y Pablo Iglesias. Según él, encarnan una suerte de "leninismo 3.0" y son cómplices de los abusos de los derechos humanos que él denuncia en Venezuela. Por si fuera poco, aspiran a sustituir al PSOE y a representar a una mayoría similar a la que le catapultó a la Moncloa en el año 1982.
Una frase de Sánchez bastó para acabar en público con un idilio político que ya no existía en privado. "Creo que con el partido de la Gürtel, el de la corrupción en la Comunidad Valenciana, en Castilla-La Mancha, el de los recortes y la reforma laboral, el partido de Bárcenas, no hay ningún argumento para que el PSOE lo apoye por activa o por pasiva", dijo Sánchez ante la única pregunta que aceptó en una breve comparecencia en el Senado. Si Zapatero ya no le apoyaba (llegó a decir en una entrevista en EL ESPAÑOL que no se llevaría un chasco si Sánchez perdía), ahora el líder del PSOE se ha quedado huérfano de expresidentes.
Para muchos dirigentes actuales en el PSOE, es un paso lógico. González se había convertido ya no en un jarrón chino desde el punto de vista institucional, sino también sentimental e ideológico. "Felipe", como lo siguen llamando, aún conserva un notable poder de convocatoria, pero sus posiciones políticas son cada vez menos pragmáticas y alejadas de las bases. En los últimos años ha sugerido la idea de una "gran coalición" en más de una ocasión, poniendo contra las cuerdas a los actuales responsables del partido.
En una respuesta más que coordinada, dos miembros de la Ejecutiva leales a Sánchez han respondido también al expresidente. El portavoz en el Congreso, Antonio Hernando, aseguró que el partido seguirá el criterio del último Comité Federal del PSOE, es decir, no permitir un gobierno del PP "ni por acción ni por omisión". En el mismo sentido se pronunció María González Veracruz, que dijo respetar al expresidente, pero que recordó que su partido apuesta por un Ejecutivo "de cambio", que cree que es lo que expresaron "la mayoría" de los españoles en las urnas, informa Europa Press.
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