Jaume Matas planteó a la Fiscalía Anticorrupción, en la soledad de su celda de la cárcel de Segovia, su plena disposición a contar la verdadera clave por la cual contrató a Iñaki Urdangarin. “Me llamó el Rey Juan Carlos y me dijo que tratara bien a su yerno. Por eso lo hice”. Las palabras son textuales. El ex presidente balear puso sobre la mesa ante el fiscal Pedro Horrach su mercancía más preciada para intentar alcanzar un gran pacto mediante el que evitar su reingreso en prisión.
La jugada era inteligente y tenía un doble efecto. De una parte, lograría una rebaja automática de su condena. De otra, esgrimiría ante la opinión pública un argumento perfectamente comprensible para el común de los mortales y que contribuiría a reparar su maltrecha imagen en este asunto. Pónganse ustedes en mi lugar, le vino a decir al Ministerio Público, y a ver quién hubiera sido el valiente que le hubiera dicho “no” al jefe del Estado.
Esta revelación ha flotado durante meses en las negociaciones con Anticorrupción pero se ha desvanecido entre la niebla al no conseguir Matas el compromiso que esperaba. De ahí que haya establecido un gabinete de control de daños para conseguir amortiguar su pena pero sin necesidad de sacar su gran misil. Sabedora de la existencia del mismo, la letrada de Manos Limpias Virginia López Negrete se lo preguntó abiertamente y, contra todo pronóstico, pinchó en hueso.
Por lo demás, siguió milimétricamente el guión revelado el pasado fin de semana por EL ESPAÑOL. Esto es, asume personalmente la responsabilidad de contratar al ex duque de Palma, contra quien no se ceba, se siente engañado por haber confiado en que Nóos era una entidad sin ánimo de lucro, reconoce que el control del gasto fue un desbarajuste y se desvincula por completo de la tramitación administrativa.
Y, para ser justos, esa es la verdad de lo que aconteció. Pero sólo una gran parte de la verdad. En ocasiones, abogados tan hábiles y astutos como el suyo, establecen a sus clientes ante una situación de estas características tres niveles identificados con las primeras letras del abecedario. Llegando a indicar al imputado el escalón en el que deben quedarse dependiendo de cómo transcurran las circunstancias.
José Zaforteza le dijo sin dudarlo al número dos de la ex líder de Unió Mallorquina Maria Antónia Munar hace ya unos años, con un gesto que quedó inmortalizado gráficamente para la historia de Baleares, que tirara hacia arriba. Miquel Nadal agachó la cabeza, cogió aire e hizo saltar por los aires a Sa Princesa.
Esta manaña a Matas no le ha hecho falta encarnar aquella escena de resignación, quedándose a medias. Por eso se ha limitado a responder a la felonía de su otrora subordinado José Luis Pepote Ballester quien, efectivamente, se creía y hacía creer que era uno más en la Familia Real y no dudaba en explotar al máximo esta condición como fondo de comercio político y empresarial.
Pepote fue quien metió en este lío a Matas y quien otorgó barra libre a su amigo Iñaki Urdangarin protegiéndose ahora de manera vergonzante bajo el paraguas del estribillo de “me lo ordenó Jaume”. Pero no fue sólo este antiguo regatista olímpico quien precipitó a Matas al abismo de Nóos. Aunque no tuviera consecuencias jurídicas, porque el gran inductor del desaguisado es inviolable, la catarsis que está experimentando España en general y Baleares en particular quedará inconclusa si no se le reserva un espacio destacado en la sala del juicio y en la de la Historia de estos años a quien con su inigualable campechanía traspasaba tantas veces el umbral de lo inadmisible.