Mariano Rajoy se enfrenta, solo, a la que puede ser su última batalla. En la almendra central de Madrid, ese territorio dentro de la M30 donde las más altas instancias del país conviven con periodistas, políticos, empresarios y diplomáticos, ha crecido exponencialmente esta semana el convencimiento de que el presidente del Gobierno se queda sin oxígeno.
¿Deseo, ilusión, certeza o intuición? “Es algo que se oye a diario en los círculos más altos”, explican fuentes solventes. “No hay un movimiento organizado para preparar la salida de Rajoy, ni encabezado por él ni por otra persona, pero sí existe el convencimiento de que prestaría un enorme servicio al Estado si diera el paso”.
Un “acto de patriotismo” como el que protagonizó Juan Carlos I en junio de 2014 al alimón con Alfredo Pérez Rubalcaba, el antecesor de Pedro Sánchez que se quedó al frente del PSOE como escudo humano para asegurar la abdicación airosa del monarca. Entre las voces que piden a Rajoy que se aparte ya hay cada vez más votantes de su partido así como antiguos altos cargos del PP: “Permitir al PSOE gobernar con Ciudadanos sería mejor para España que insistir en gobernar él porque ha sacado el mayor número de votos en las elecciones”.
El convencimiento de que Rajoy ha llegado al crepúsculo de su carrera política ha alcanzado este fin de semana su clímax con el envite de la corrupción: el jueves, registro en Génova 13; el viernes, declaración judicial de Alberto Durán, el abogado del PP que ordenó el martillazo al ordenador de Bárcenas, y el sábado visita de Rajoy a Murcia, donde han sido imputados seis de los ocho concejales populares de Los Alcázares.
Balbuceos y desorientación
¿Quién da más? “No ha habido impunidad para nadie”, alcanzó a balbucear Rajoy este viernes en una rueda de prensa en el Congreso con tintes de surrealismo en la que contestó con un rotundo “No” al ser preguntado si se siente acorralado por la corrupción.
En esa rueda de prensa Rajoy dio claras muestras de una desorientación que va en aumento y que se refleja en el tic de sus ojos, a veces desorbitados. Siente la presión: cuando una periodista le preguntó/informó sobre el último caso de corrupción en Murcia, Rajoy no pudo ocultar su cara de espanto. Presente en la retaguardia, su guardia de corps, encabezada por la vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, acusó como propios los golpes propinados al presidente.
No ha pasado por alto la magnanimidad demostrada por Pedro Sánchez este viernes durante su encuentro con Rajoy: el líder socialista restó importancia al detalle de la mano y no mencionó la corrupción. Para algunos es una clara muestra de que Sánchez, poseedor de un fino olfato político, ha querido tender ese puente de plata al adversario que se aleja.
Este martes, antes de la cascada última de casos de corrupción y después del escándalo de Valencia, Rajoy envió a Génova a Jorge Moragas, su jefe de Gabinete, y una de las personas en las que más confía. Allí, Moragas transmitió que Rajoy “está fuerte”, que “está tranquilo” y que no tiene intención ninguna de “tirar la toalla”.
El milagro de 2008
“Rendición, ¡nunca!”, es el mantra que mantiene su círculo más cercano. “Lo de su final no tiene sentido ninguno. Hay gente que confunde sus deseos con la realidad”. La onda expansiva de ese convencimiento llega a los menos cercanos en forma, casi, de superstición.
De la misma manera que José Luis Rodríguez Zapatero se benefició entre 2004 y 2011 de una supuesta baraka, Rajoy ha explotado esos supuestos poderes especiales que se derivan del “milagro del 2008”: su resurrección política tras la muerte y el entierro que sufrió tras dos derrotas electorales consecutivas. "Tiene más vidas que un gato", señalan desde el PP.
Pero ese class act político se antoja ahora más difícil para un hombre de 60 años acuciado por el chapapote de la corrupción. En 2008, Rajoy pudo revivir gracias a la vida que le insuflaron, entre otros, Francisco Camps, Javier Arenas y Alberto Ruiz-Gallardón, hoy desaparecidos todos de la escena a excepción de Arenas, que aún palpita en el Senado. En 2016, a falta de movimiento interno para desbancarlo, su principal baza es esa determinación casi demiúrgica que ha conseguido atribuirse: un empeño casi sobrenatural que supera al raciocinio.
Este viernes lo dejó entrever al confirmar que no descarta presentarse a una investidura: “Vamos a ver cómo evolucionan los acontecimientos. Hay que empeñarse y dedicarle tiempo, y todavía creo que lo hay”.
Un momento perfecto
Según la encuesta de Metroscopia publicada por el diario El País, el 62% cree que las negociaciones políticas para formar Gobierno serían más fáciles sin Rajoy. “Tenía que haber aprovechado ese momento para pasar el testigo”, recuerdan algunos de los protagonistas de la histórica primavera de 2014 que alumbró la abdicación de Juan Carlos I y dio paso a Felipe VI. “Habría quedado como un señor. Ahora lo tiene más difícil [quedar dignamente]”.
No lo hizo y ahora, en sordina, entre sus leales se adivina el “cansancio” de una situación tensa que se alarga en el tiempo. Vienen, como recordaba uno de ellos, de “una legislatura durísima en la que la Rajoy, sí, ese Rajoy denostado, salvó a España del abismo”. No todos tienen la “capacidad de aguante” del presidente.
Este sábado, impasible el ademán, Rajoy ha continuado en Murcia la precampaña electoral ante la eventualidad de unos nuevos comicios. En su cuenta de Twitter ha dejado constancia de su estado de ánimo al reunirse con unos niños enfermos de cáncer: “Un placer estar con ellos, hay razones para la esperanza”.