Lo que más le sorprendió a Cristina Cifuentes en las primeras horas del pasado 25 de mayo, cuando concluyó el escrutinio electoral, no fue el saberse presidenta de la Comunidad de Madrid, sino constatar que Esperanza Aguirre era ya historia. No solamente ella iba a alcanzar su objetivo, pensó, sino que además su principal rival política no iba a ser alcaldesa de la capital. Una satisfacción para quien había tenido que superar un sinfín de zancadillas y de humillaciones y un golpe definitivo para el orgullo y las aspiraciones nacionales de la hasta entonces lideresa de la política española.
La dimisión este domingo de Esperanza Aguirre del último bastión que le quedaba, la presidencia del Partido Popular de Madrid, viene a certificar ahora la defunción del pasado 24 de mayo cuando se quedó a 7.000 votos no solo de conquistar el Palacio de Cibeles sino también, quién sabe, de disputar a Mariano Rajoy la presidencia del Partido Popular.
Aguirre se va dando un portazo. Se va señalando al todavía presidente de su partido y del Gobierno. Se va para enseñarle a él, fundamentalmente a él, la puerta de salida. Pero se va también sin explicar por qué ahora y no antes cuando los casos de corrupción de su círculo directo e indirecto afloraban, no menos que ahora, por doquier. Una vez más, en esta ocasión en el adiós definitivo, Esperanza Aguirre ha querido ser fiel a sí misma antes de que descendiera el telón: ella y sólo ella escribe su agenda, marca su territorio y dicta su destino, salvo que la UCO y los tribunales de Justicia tengan algo que añadir durante los próximos días o semanas sobre la todavía portavoz del PP en el Ayuntamiento de Madrid o su entorno más cercano.
La huida de Aguirre y de Ignacio González –que aparentemente habría presentado su dimisión de la secretaria general de los populares de la región hace algunas semanas sin que nadie salvo Aguirre lo supiera y sin que ésta lo comunicara- deja el camino libre a una Cristina Cifuentes que días atrás reconocía que todavía no sabía si quería o no ser presidenta del partido en Madrid. Como también decía que sus aspiraciones no iban más allá de la Puerta del Sol.
Pero lo cierto es que las circunstancias que atraviesa su partido sitúan a Cristina Cifuentes en el lugar adecuado en el momento preciso. Probablemente ella no lo haya buscado pero es así. Pocos rostros tienen los populares, por no decir ninguno, que puedan equipararse al de esta madrileña que ha hecho de la lucha contra la corrupción uno de los ejes de su actividad política, antes y después de alcanzar la presidencia de Madrid. La lucha contra la corrupción y el exterminio público para aquellos políticos que hayan metido la mano, especialmente si son de su partido.
Nunca ha tenido nada fácil aquello que ha conseguido. “No ha sido un camino de rosas –le dijo a este periodista tras ser designada en marzo candidata a la Comunidad de Madrid- muchas veces me han hecho sentir invisible, me han hecho ver en mi propio partido que acarreaba la peste a mi paso, me han hecho sentir desplazada, inútil; he padecido más de un calvario, me han querido apartar, he sentido el vacío total por parte de algunos destacados sectores de mi partido de toda la vida… Pero no te hablo de hace años, siendo delegada del Gobierno he comprobado su hostilidad y su odio. Han escarbado y siguen escarbando en mi vida…”
Una persona que superó un accidente de tráfico que pudo llevársela por delante, que tuvo la capacidad de volver del frío, que pasó por la penitencia de un pulmón derecho destrozado y siete costillas machacadas, sin olvidar los parches de morfina cada tres días y aquellos momentos en los que hubiera deseado irse de una vez por todas, una persona que incluso se preparó para morir no se iba a amilanar por más zancadillas que le pusieran sus compañeros de siglas.
Aunque Cifuentes nunca ha puesto nombres, a nadie se le escapa que Aguirre, González y su entorno siempre la han tenido en el punto de mira, siempre han estado excesivamente pendientes de ella, siempre han querido saber todo lo que hacía, siempre han estado buscando algún cadáver en su armario o en el de sus más estrechos colaboradores. Una tensión que empezó en el mismo momento en el que la ahora presidenta de la Comunidad empezó a volar por sí sola y ha continuado hasta esta misma semana.
Cifuentes siempre ha relativizado todo estas luchas internas porque sabía que la militancia estaba de su parte: “Los que siempre han estado conmigo han sido los militantes, la puta base, los pequeños cargos, los diputados regionales, los concejales de cualquier pueblo de la región. Los he tenido siempre a mi lado y me han hecho sentir que era una de ellos. Una más”, declaró antes de las pasadas elecciones autonómicas cuando su rol en el partido ya empezaba a cambiar de manera rotunda.
Ahora Esperanza Aguirre ya es pasado. Y el futuro del partido en Madrid –es seguro que será Cifuentes quien designe a la persona que esté al frente de la gestora- y no solo en Madrid pasa por la presidenta de la Comunidad. Un destacado dirigente del PP nacional reconocía este domingo que si a Mariano Rajoy le diera por seguir los pasos de Aguirre, “Cifuentes tendría mucho que decir; es más: podría decir lo que quisiera y muchos en el partido estarían dispuestos a escucharla. No tiene las zonas oscuras de Feijóo, no tiene los enemigos de Cospedal y ya se sabe que el partido no quiere a Sáenz de Santamaría. Cifuentes es de lo poco bueno que nos queda… y además está en el poder y eso es muy importante.”
Pero por ahora ella sólo piensa en Madrid. En concluir lo que ha empezado, en seguir la estela de lo que ha puesto en marcha. Quiere ver más caras agradecidas por obra y gracia de su acción política. No piensa en la Moncloa ni en nada parecido y prefiere emocionarse recordando a esa madre que le agradece la vivienda que le ha entregado o a esa otra que le dice que gracias a la reducción del abono transporte ahora pueda dar de comer a su familia la última semana de cada mes.
En cualquier caso, no se va a dejar deslumbrar. Nunca lo ha hecho Cristina Cifuentes y nunca lo hará. Y tampoco se va a callar. Si en un partido como el suyo se ha declarado agnóstica, republicana y partidaria del matrimonio homosexual, no hay nada ni nadie que le hagan cerrar la boca si cree que tiene algo que decir.
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