En media hora empezará a llover. Bajo el cielo gris, varios niños atraviesan la puerta de la Venta del Batán y corren por un camino de piedras hasta llegar a una nave. Uno a uno, estrechan la mano de José Luis Bote -matador de toros hasta 2004-, que les recibe protegido del frío con un abrigo marrón claro abrochado hasta el cuello. “Buenas tardes, maestro”, dicen mientras franquean la puerta. Al entrar, les saluda un cartel alargado de letras gruesas: Llegar a ser figura en el toreo es casi un milagro. Pero al que llega, podrá el toro quitarle la vida. La gloria, jamás.
En la nave, decenas de chavales esprintan, zigzaguean y hacen flexiones. Los capotes amontonados sobre las mesas y varios carteles de lidias históricas delatan el objetivo de esa preparación: llegar a ser torero. Así discurren las tardes en la escuela taurina municipal de Madrid 'Marcial Lalanda', que da formación teórica y práctica a sus alumnos todos los días de la semana.
Hoy es jueves y han venido a entrenar unos 25 chavales. Esta temporada se han matriculado 47. “La escuela ha llegado a tener más de cien apuntados. A principios de los 2000 sufrimos una pequeña crisis, pero ahora parece que la cosa vuelve a remontar”, explica este matador de toros reconvertido a profesor.
Rubén quiere triunfar en Las Ventas. José, en Sevilla. Pero Guillermo sueña con una faena mágica en la plaza del Batán, donde entrena. El objetivo de todos estos alumnos está en el aire. Manuela Carmena ha dejado clara su intención de hacer desaparecer este colegio taurino de titularidad municipal el próximo junio, cuando vence el contrato. El Consistorio todavía no ha decidido a qué fin destinará las instalaciones del Batán. El Gobierno de la Comunidad de Madrid, vista la situación, ha anunciado la puesta en marcha de una escuela similar que tendrá como sede el ruedo de Las Ventas.
“¿Una decisión política tiene derecho a romper sus sueños?”, dice Bote mientras señala el centro de la estancia, donde sus discípulos hacen abdominales. “Los profesores llevamos meses sin cobrar y los 30.000 euros del premio que nos ha dado el ministerio de Educación los tiene el Ayuntamiento retenidos”.
Unos sueños que no son sencillos. Ni tampoco comprendidos por su entorno. "Sacar el tema de que asisto a clases de toreo en mi colegio es complicado. Para mis compañeros es inmoral", dice Rubén. "Hubo un profesor que me llegó a llamar sádico", añade Daniel.
El ayuntamiento calla... de momento
El Ejecutivo de Carmena, que ha declinado participar en este reportaje, gestiona la escuela Marcial Lalanda a través de la empresa pública Madrid Destino. Un portavoz de Cultura asegura que la subvención al colegio taurino se mantendrá hasta junio de 2016. Preguntado por el dinero del premio, dice que “todavía se está pensando qué hacer con él”. José Luis Bote no lo comprende: “Es un galardón entregado de forma nominal a la escuela. El Ayuntamiento debe invertir aquí ese dinero”. En cuanto a los impagos al profesorado desde el pasado octubre, Cultura explica que “está trabajando para llegar a un acuerdo”.
El grito de Rafael de Julia, que reverbera en las paredes de la nave, pone fin a la preparación física. Los alumnos cogen sus capotes y bajan a la plaza. Llueve con fuerza. El ruedo del Batán se llama José Cubero 'Yiyo' -nombre que ha elegido el Gobierno de la Comunidad para la nueva escuela- y tiene algo de fortaleza: está hundido en el bosque. “Venga, vamos. Haced un toro”, les dice De Julia -torero y profesor- mientras da algunos consejos. Colocados por parejas, uno de los aprendices empuña unos cuernos artificiales y embiste a su compañero, que lo sortea con el capote. “No sólo les enseñamos a lidiar, sino también a embestir. En la clase teórica aprenden la morfología del animal y su comportamiento. Así, el ejercicio se acerca más a la realidad”, explica.
El programa de enseñanza comprende varias asignaturas: la lidia, las suertes del toreo, educación física, morfología del toro y autosuficiencia. José Luis Bote destaca esta última: “Muchos de los que están aquí nunca llegan a ser toreros. Pero también hacemos personas. Aprenden a valerse por sí mismos, a ser educados, puntuales, a vestirse solos, a limpiar su capote… Es algo fundamental”, dice mientras contempla desde la barrera los pases de sus alumnos.
Aparece y desaparece 'por la izquierda'
La escuela Marcial Lalanda fue de gestión mixta hasta 2015, poco antes de las últimas elecciones municipales. Hasta entonces, fue sostenida a partes iguales por la diputación y el Ayuntamiento. José Luis Ramón, director de la revista 6Toros6 y antiguo alumno de la escuela, ve una paradoja entre su nacimiento y su desaparición: “En 1976, gente modesta del mundo del toreo constituyó dos cooperativas. Una sastrería para abaratar los costes de los trajes de luces y una organizadora de festejos para sobrevivir como empresarios autogestionados. A partir de estos dos entes, surgió la Escuela Nacional de Tauromaquia, que recogió del campo a los maletillas que pasaban hambre y frío”.
A principios de los ochenta, el proyecto se agotó en sí mismo y fue el Ayuntamiento de Tierno Galván quien lo salvó: “En aquel gobierno estaban socialistas y comunistas. Decidieron hacerse cargo de la escuela. Menos de cuarenta años después, la nueva izquierda va a cargársela”, dice con nostalgia Ramón, que enumera algunos grandes toreros formados aquí: Yiyo, Sandín, Higares, El Juli, Abellán, Bote, Joselito…
José María Álvarez del Manzano, concejal de UCD en los ochenta, fue quien llevó al pleno la salvación de la escuela taurina: “Nos pusimos de acuerdo con Tierno y convencimos a Leguina -responsable de Hacienda- de que podíamos asumir los costes. Elegimos el nombre de Marcial Lalanda, torero que también había sido concejal. Por aquel entonces, las dificultades eran económicas, pero no antitaurinas”, recuerda este alcalde de Madrid que presidió la escuela durante doce años.
Los recuerdos de López Simón
Alberto López Simón tiene veinticuatro años. Comparte carteles con los grandes en las ferias más destacadas. La semana pasada se cruzó con los alumnos de una escuela de Alicante cuando abandonaba un tentadero: “Me vi reflejado en ellos. Me sorprendió la fuerza del recuerdo. Ha pasado muy poco tiempo”. Alberto aprovechaba los largos trayectos en el metro hasta el Batán para estudiar: “Fui sacando todo hasta segundo de bachiller. En ese momento, no pude examinarme y repetí. El instituto no me dio facilidades y tuve que matricularme a distancia para aprobarlo”.
En sus viajes al campo metían unos pequeños papeles en una gorra. Sólo uno de ellos marcado. “A quien le tocaba, tenía que dejarse coger en el tentadero o pagar un helado a todos los demás”, dice Alberto entre risas. Acaba de recoger un premio en el Casino de Madrid y está a punto de partir al campo. En el coche le asaltan los recuerdos.
Bote, que sigue con la mirada los capotazos de sus alumnos, narra el día en el que vio que Alberto tenía madera para triunfar: “Estábamos en un tentadero. El animal le cogía una y otra vez. Cualquier humano, por instinto, hubiera abandonado a causa del miedo. Él se levantaba con la misma actitud. Los toreros tenemos un cable un poco cruzado”, comenta con una carcajada.
Si López Simón pudiera dar a Carmena su opinión acerca del planeado cierre de la escuela, le diría: “Alardean de progresía, como dice Calamaro… Pero el progresismo es crear y avanzar, no prohibir o censurar. Un niño tiene que tener libertad para elegir lo que le gusta. Creo que en Madrid hay cosas mucho más importantes por las que preocuparse que el cierre de la escuela”.
El debate de la tauromaquía, a escena
La lluvia ha embarrado el ruedo. Los alumnos enfilan la cuesta hacia la nave para guardar el material, darse una ducha y sentarse en el aula, donde tienen clase de morfología.
José Luis Bote se sienta en su despacho. En la biblioteca a su derecha, la palabra 'toro' titula casi todos los lomos de los libros. Apoya sobre la mesa unos apuntes y se muestra dispuesto a responder “a lo que sea”.
¿Se sienten atacados por el Ayuntamiento?
Podemos entender que, tal y como está la situación, no quieran financiar esto, pero han entrado como un elefante en una cacharrería. Las instalaciones se vincularon a esta escuela por un acuerdo plenario. Además, la definición de Bien de Interés Cultural de la Casa de Campo asocia los terrenos de la Venta del Batán a la tauromaquia. No siguen ni respetan los procedimientos.
El PACMA -partido animalista- asegura que ustedes “no respetan la empatía del ser humano con el animal”.
¿Por qué no dicen nada de la ternera? ¿No es maltrato tener un canario encerrado en una jaula? Sus declaraciones esconden una falsa moral. Si tanto les importa el toro, además de criticar la Fiesta, deberían buscar la supervivencia del animal. Si se acaba el toreo, las ganaderías se arruinarán y se borrará al toro del ecosistema.
Les acusan de un maltrato animal cruel y salvaje.
El toro de lidia es uno de los animales más cuidados en vida. Y luego muere en la pelea, pudiéndose cargar a un tío. Incluso se indulta a los más bravos. Ya me gustaría ese trato para otros animales que sirven al hombre de alimento. Pero no dicen nada de eso. Por eso hablo de falsa moral.
José Luis Bote termina la entrevista y se apoya en el marco de la puerta. La oscuridad envuelve la Venta del Batán. No hay alumbrado y ni siquiera puede percibirse la gran nave. Bote añade exasperado: “Nosotros les respetamos a ellos, pero que nos respeten a nosotros. Sólo quieren guerra”.
Un futuro en Las Ventas
Cristina Cifuentes echó un capote a la Marcial Lalanda. Al no poder salvarla, ha decidido crear otra escuela a la que puedan trasladarse los profesores y alumnos. Será gestionada desde el Centro de Asuntos Taurinos y, de momento, no se ampliará su presupuesto. Tendrá como sede Las Ventas. Manuel Ángel Fernández, director del Centro, lamenta el cierre de la vieja escuela: “El Ayuntamiento la está matando por inanición. Ojalá no hubiéramos tenido que hacer esto. La idea es de continuidad absoluta. Intentaremos que sigan tanto los profesores como la dirección”.
“Aquí no van a estar mal -continúa Fernández- pero es que el Batán es idílico. ¡Se construyó para eso! Ya han llamado familias para preguntar cuándo empezamos. Calculo que podríamos estar funcionando a mediados de abril”.
En un aula pequeña, una quincena de alumnos escucha las explicaciones de don Joaquín. Toca morfología. El profesor pone en la televisión distintas corridas y analiza con pausa las características de cada animal: las curvas de los cuernos, el lomo, el peso… En una pizarra hay garabateados algunos símbolos, probablemente de ganaderías.
De vez en cuando, algún que otro “olé” interrumpe la explicación. Morante, vestido de oscuro, encandila a los alumnos, que comentan por lo bajo algunos de los movimientos del torero.
Son las nueve. Tras casi cinco horas de formación teórica y práctica, muchos corren hacia el metro y a otros los recogen sus padres. Cuesta ascender hasta la puerta. La pendiente es empinada, la lluvia la ha empapado de barro y no hay faroles que alumbren el camino.