"¿Cúales son esos grandes problemas que en el orden político, social, económico, cultural, pesan sobre la conciencia de los ciudadanos de nuestro país? (...) La construcción del Estado de las autonomías en el mantenimiento estricto de la unidad de España con el reforzamiento claro de la solidaridad entre los distintos pueblos que la integran; el paro y la desigualdad social como consecuencia de una crisis económica sin duda de difícil solución; un reparto de la riqueza nacional que sigue siendo profundamente injusto; el impulso y desarrollo de la libertad con el mantenimiento de las máximas cotas de seguridad para todos los ciudadanos".
La cita con la que comienza este artículo no es un extracto del discurso de investidura que Pedro Sánchez pronunciará este martes a partir de las 16:00 horas. Es un fragmento de otra intervención histórica en el hemiciclo del Congreso de los Diputados. Puso en marcha la cuenta atrás para la llegada a la Moncloa de otro socialista: Felipe González. Corría el mes de mayo de 1980 y el PSOE decidió presentar una moción de censura contra Adolfo Suárez. No prosperó, pero la extrema fragilidad de Suárez quedó expuesta ante el país. Unos meses después se rindió a la evidencia y abandonó la presidencia del Gobierno.
Ese es el reto al que se enfrenta esta semana Pedro Sánchez. No dispone de apoyos suficientes, pero su condición de candidato le brinda un trampolín perfecto y la máxima visibilidad para avanzar en su camino a la Moncloa. Además de con su discurso, Sánchez entrará en el hemiciclo con dos documentos clave: el Pacto de El abrazo con Ciudadanos, llamado así por el cuadro de Juan Genovés ante el que se solemnizó, y los resultados de la consulta a la militancia de este fin de semana. Ganó con el 79% de los votos a favor y la participación fue de casi el 52%, un dato alto para una votación referendataria ante la que nadie de peso defendía el "no". Ninguna comunidad autónoma votó en contra, ni siquiera las más críticas con la gestión de su secretario general.
Hay innumerables diferencias entre el debate de esta semana y el que enfrentó a González con Suárez en la primavera de 1980. El sistema democrático estaba en pañales, como se demostró con el golpe de Estado un año después. González jugaba a la contra en una ofensiva para desgastar al Gobierno y mostrarse como alternativa, mientras que Sánchez tiene que defender ya la viabilidad de su propio proyecto y será el blanco de sus oponentes.
Pese a todo, las similitudes entre ambos momentos son pasmosas.
Dos años antes de lograr la mayoría más amplia registrada en la cámara (202 escaños), González comandaba un grupo de tan solo 121 diputados, nueve menos que la alianza fraguada ahora por PSOE y Ciudadanos. Los retos descritos por González podrían enunciarse hoy de manera general casi con las mismas palabras: la unidad de España y su modelo territorial, el paro y la desigualdad en un contexto de crisis económica.
En la víspera del debate, el entonces candidato justificaba la moción de censura para "desbloquear una situación política que sigue siendo bastante peligrosa" y llamaba a todas las fuerzas políticas a retratarse en la votación. Ahora, la situación de bloqueo es más que evidente y acaso más enconada que la de entonces. El gran retroceso en escaños del PP y su incapacidad para tejer una mayoría clara ha hecho que el país se asome a una parálisis constitucionalmente inédita. Políticos y estudiosos se han visto obligados a escudriñar el espíritu de artículos de la Carta Magna y las atribuciones del rey nunca exploradas antes.
La soledad del Gobierno, patente
La Unión de Centro Democrático (UCD) comandada por el presidente Adolfo Suárez, evidenció su soledad, ya que sólo contó con sus 166 escaños para hacer frente a la moción. Hoy, el aislamiento del PP, primer partido de la cámara, es también patente y el contraste con la mayoría absoluta de la que disfrutaba hasta hace semanas es amargo.
En 1980, la estrategia de González no perseguía un Gobierno de izquierdas con el Partido Comunista de Carrillo. "Entre otras razones, porque esta mayoría no la hay en el país", dijo entonces González. Tampoco hay una mayoría de izquierdas en el actual Congreso de los diputados. La suma de PP, Ciudadanos, PNV y Democracia y Libertat, la marca de Convergencia, superan cómodamente el listón de la mayoría absoluta. Ahora como entonces, si el Gobierno socialista se materializa será gracias a apoyos de diversa procedencia ideológica.
Así lo reconoció Sánchez en una entrevista concedida a La Vanguardia este domingo: "Los españoles no han votado mayoritariamente a un bloque de izquierdas, tampoco a un bloque de derechas. Con lo cual, la lógica tiene que ser otra, la del cambio", según él.
El presidente socialista preferido por Sánchez buscaba en 1980 encarrilar una marcha a la Moncloa que en ese momento no era posible salvo que le apoyasen o se abstuviesen fuerzas a su derecha y a su izquierda. Su estrategia de desgaste de UCD era clara y contaba además con el apoyo desde dentro de la coalición centrista. Francisco Fernández Ordóñez, dos veces ministro con Suárez, y otros miembros de UCD cercanos al socialismo eran invitados a sumar fuerzas con González, como finalmente hicieron. González apuntaba a los que, en otros partidos, podían compartir sus ideas, pero veía con recelo un frente de izquierdas aritméticamente escuálido. Como ahora.
Una última similitud: Felipe González fue al debate sabiendo que perdería la votación. Pero ganó el debate.
La excepcionalidad que rodea a Sánchez
El equipo de Sánchez ha redoblado desde hace días la presión contra Podemos mientras baraja una propuesta de última hora. Si Podemos acepta y facilita su investidura, algo improbable, Sánchez llegará al Gobierno. Si no lo hace, los socialistas confían en que ese pecado sirva para empedrar el camino a la impopularidad de la formación de Pablo Iglesias de cara a unas nuevas elecciones.
Este domingo, el número dos del PSOE, César Luena, reclamó a Podemos que se atreviese a consultar a sus bases si quieren pactar con los socialistas. "Espero que los demás, viendo la jornada del sábado, tomen nota y se apliquen para dar la voz a sus militantes. Estaría bien que supiéramos lo que opinan", advirtió sin lograr respuesta.
Salvo que el PP o Podemos decidan cambiar un "no" que exhiben con firmeza y en algunos casos displicencia, la semana pasará sin que Sánchez sea investido en ninguna de las dos votaciones previstas.
Aritméticamente, que Sánchez sea investido presidente parece una misión imposible incluso tras el acuerdo con Ciudadanos o, según Podemos, precisamente por la elección de Rivera como socio preferente.
Sin embargo, hay un cierto carácter de excepcionalidad en su mandato al frente del PSOE e incluso en su propia biografía personal. Este lunes 29 de febrero es su cumpleaños, una cita que sólo puede festejar en fecha cada cuatro años, los bisiestos. Sánchez pretende celebrar su aniversario unos días más tarde al convertirse en presidente con los 44 años recién estrenados (edad, por cierto, con la que lo hizo José Luis Rodríguez Zapatero).
Llegó a la secretaría general del PSOE siendo casi un desconocido. Se enfrentó después a una feroz oposición interna que no ha logrado desestabilizarlo. Protagonizó la mayor derrota del PSOE en unas elecciones generales. No dimitió incluso pese a quedar cuarto en Madrid, cuya lista encabezaba. Ha logrado ser el propuesto por el rey pese a no liderar la fuerza más votada, una decisión propiciada por el repliegue de Mariano Rajoy. "Lo que no le mata, le hace más fuerte", explica un asesor de su estricta confianza. "Sánchez vive en el pulso constante y en una perpetua huida hacia adelante", explica un dirigente crítico. "Morirá con las botas puestas", añade.
El reto: emular el discurso de González
Sánchez prepara un discurso de reivindicación del pacto acordado con Ciudadanos, el primer acuerdo de Gobierno logrado por dos partidos de ámbito español en la historia. El candidato lo blandirá como un reclamo de estabilidad, protección social y regeneración política, según fuentes del PSOE.
Además, Sánchez rescatará uno de sus principales ejes durante la campaña electoral: se trata de elegir entre dos opciones: él o Mariano Rajoy, por lo que el que no esté con el socialista, apuntala directa o indirectamente la estrategia del líder del PP. Los demás partidos tendrán que explicar su "no" y ponerse a la defensiva mientras Sánchez consolida su imagen de líder, según argumentan en su equipo.
"En aquel momento, Felipe ya estaba consolidado", explica a EL ESPAÑOL Enrique Múgica, uno de los diputados socialistas que entonces firmó la moción de censura. Múgica, que fue 23 años diputado y también ministro con González, asegura que desde entonces "ha cambiado todo", empezando "por el propio partido, que llevó con lealtad y mucha discreción la presentación de la moción de censura", decidida en la Ejecutiva mucho antes de finales de mayo de 1980, cuando se registró.
Esa es una de las principales diferencias entre Sánchez y el González de la época que el actual líder del PSOE podría utilizar a su favor para recuperar credibilidad. Frente a unos dirigentes territoriales (o barones) críticos con su gestión, el debate de investidura puede devolverle autoridad si es visto por los suyos como el líder que necesita la formación, como veían entonces a un González incuestionable.
En la moción de censura del año 1980 quedó patente una "responsabilidad de la clase política en general", explica Múgica. Basta con repasar el vídeo del debate para darse cuenta hasta en pequeños detalles. En un hemiciclo mayoritariamente de hombres y donde proliferaban los cigarrillos, las intervenciones se escuchaban con respeto y huían del abuso de los trucos y la demagogia. En el año tres de la democracia, los diputados no se comportaban como hooligans que se ponían de pie para jalear a su líder como si el hemiciclo fuese un campo de fútbol.
Esperanza y épica
Pero para emular la moción de censura de González, Sánchez deberá afinar su dialéctica y aderezarla con épica para llegar a la conclusión a la que llegó el expresidente en los minutos finales de su intervención de 1980. "Si aquí se hubieran conseguido 176 votos, cosa que hubiera sido posible y lo saben todos los ciudadanos del país, no es que hubiera habido una amalgama enorme sino que probablemente hubiera habido muchas personas que por patriotismo hubieran pensado que hay que formar una mayoría sólida. Esta es la otra dimensión del debate", aseguraba González, viéndose ya como ganador.
Antes de abandonar la tribuna, citó a Winston Churchill, primer ministro conservador del Reino Unido durante la Segunda Guerra Mundial. "Churchill le pidió a su pueblo sangre, sudor y lágrimas y les prometió que iban a ganar la guerra. Y los ingleses confiaron en ese mensaje, en que su país tenía capacidad de ganar y de salir adelante. Lo que está faltando en nuestro país es ese mensaje de esperanza en todos los temas fundamentales (...) La situación es enormemente difícil porque al pueblo que nos escucha no se le dice cuáles son las dificultades de verdad añadiéndole las vías de esperanza", lamentó. "Den una vez un grito de esperanza a este pueblo con realismo y con seriedad. Pídanle sacrificios y ofrézcanle caminos de salida", dijo entonces.
El reto de Sánchez, conjunto con Rivera, es el de aprovechar su momento, cimentado por el pacto de El abrazo y las estapas superadas, para contribuir a cambiar el clima político aunque pierdan la votación. Después de esta semana, los partidos tienen dos meses para seguir negociando antes de que se convoque la repetición de elecciones. Tanto de cara a un futuro acuerdo como para que las urnas bendigan el pacto entre PSOE y Ciudadanos y amplíen su margen, es prácticamente imprescindible que Sánchez salga airoso del debate.