Esta semana, el ministro de Exteriores, José Manuel García-Margallo, trataba de devolver a Albert Rivera el golpe que más ha hecho mella en las filas del PP. En su opinión, la exigencia de que Rajoy dé un paso atrás es parecida a la que el PSOE desplegó contra Adolfo Suárez, icono político de Rivera. Entonces, los socialistas pretendían “asaltar el Gobierno” desgastando a Suárez, ya que sabían que “cazando la pieza mayor todo era más sencillo", según dijo el ministro en funciones en una entrevista en Radio Nacional.
En realidad, nada hay de raro o insólito en que un partido de la oposición reclame la marcha del jefe del Gobierno, incluso aunque esté en funciones, como pasa en la actualidad. Lo que es menos frecuente es reclamar al partido contrario que prescinda de su líder. Es lo que hizo Rivera en pro de un acuerdo esta semana. Pero no es el primero en hacerlo.
El último fue el propio Rajoy, en 2010, cuando colocó a los diputados del PSOE en la disyuntiva entre mantener a José Luis Rodríguez Zapatero como presidente o jubilarlo para lograr que España se dotase de un “Gobierno en el que pueda confiar”. El titular de Exteriores conoce bien ese momento político de altas primas de riesgo e inestabilidad política ya que seguía la actualidad desde una posición privilegiada como eurodiputado y vicepresidente de la comisión de Economía de la Eurocámara.
El Diario de Sesiones pone a Rajoy al descubierto
Un repaso al Diario de Sesiones del Congreso coloca a Rajoy en una posición incómoda. El 17 de febrero de 2010, menos de tres meses antes de los recortes que supusieron el principio del fin del Gobierno de Zapatero, Rajoy cargaba duramente en el hemiciclo del Congreso contra él. “Tienen ustedes tres alternativas”, decía Rajoy a los socialistas. La primera era que Zapatero asumiese él mismo su propia responsabilidad y cambiase de políticas. La segunda, que dimitiese o diese una oportunidad a la “alternativa” de Gobierno que en ese momento era el propio PP. “Y la tercera es que ustedes”, decía Rajoy a los diputados socialistas, “reconsideren su posición. Esa es la tercera. Son ustedes los que tienen que decidir. Ustedes verán lo que hacen, pero no duden de que si se empecinan en mantenella, iremos de mal en peor”, auguraba entre aplausos de su bancada.
“El tiempo no traerá el remedio, el tiempo solo ayuda a los que se ayudan. España necesita ya un Gobierno en el que pueda confiar, y hoy no lo tiene, es que hoy no lo tiene, y en España hay una tarea urgente que realizar y nadie la realiza. Señorías, necesitamos que las cosas cambien, no hay nadie que no lo diga, y en manos de ustedes está cambiarla; ya saben cuáles son sus alternativas”, decía Rajoy al PSOE.
Los diputados del PSOE mantuvieron su confianza en Zapatero, que acabó por protagonizar un golpe de timón a instancias de la eurozona y que finalmente condujo al PP a su mayoría absoluta más amplia. El tiempo, al menos en términos electorales, le dio entonces la razón a Rajoy.
Rivera apela a un pacto entre el PP, el PSOE y Ciudadanos para lograr una mayoría amplia para un Gobierno de cambio. No se dirige a Podemos porque el PP ha ganado las elecciones y Rivera cree que debe estar en una fórmula de consenso amplio. Rajoy hacía algo parecido hace seis años: “El problema, señor presidente, es que hay gente en esta Cámara que también tiene su responsabilidad. El problema es de ellos y, por tanto, yo me dirijo a ellos. ¿Qué quiere? ¿Que me dirija a los dos militantes del Bloque Nacionalista Galego? No parece lo más razonable”, decía entonces el líder del PP, que se dirigía a los diputados del partido mayoritario como ahora hacer Rivera.
“Hay unanimidad en que hay que cambiar”
El contexto ahora es muy distinto. Entonces, Zapatero gobernaba con 169 diputados, siete menos que la mayoría absoluta. Había ganado con claridad las elecciones, pero el PP disponía de 154 escaños, un número considerable. Su potencia en la cámara era mayor que la del PP, como ahora ocurre en el Congreso tras el pacto de PSOE y Ciudadanos, pero dependía de apoyos o abstenciones de otros partidos para gobernar. En su investidura, junto al PP votaron “no” ERC y UPyD, pero se abstuvieron CiU, PNV, CC, BNG, IU, ICV y Na-Bai, permitiéndole ser elegido en la segunda votación que no ha superado Pedro Sánchez.
Dos años después de la segunda investidura de Zapatero, Rajoy argumentaba que el cambio de rumbo era inexcusable e inaplazable. Habían pasado dos años, pero a Rajoy se le habían hecho muy largos, casi como una legislatura. “Si en algo hay unanimidad en esta Cámara y fuera de ella es que hay que cambiar. Así, con anuncios, con palabras y con un gobierno que ha actuado como los dos últimos años, es imposible que aguantemos otros dos”, lamentaba. Argumentos parecidos pudieron escucharse esta semana en la tribuna del Congreso ante un presidente que es líder del partido que ha ganado las elecciones, pero que no dispone de los apoyos suficientes para gobernar.
Unos meses más tarde, en julio del mismo 2010, se producía el debate sobre el estado de la nación. Para entonces, la situación se había deteriorado mucho más. En mayo de ese año, Zapatero aplicó recortes en la economía española hasta el 1,5% del PIB. Incluyeron la congelación de las pensiones y la bajada del sueldo de los funcionarios para evitar el rescate de la economía que muchos pedían en el seno de la eurozona.
Entonces, Rajoy volvió a la carga, esta vez centrado en Zapatero y no en los diputados que seguían respaldándolo. “Señorías, lo que procede ahora es mirar hacia el futuro. España necesita un proyecto común en el que quepamos todos, en el que se respeten los consensos constitucionales, en el que no se juegue a dividir sino a sumar y en el que no se engañe a los ciudadanos”, decía el 14 de julio de 2010. “¿Tienen solución nuestros problemas? Rotundamente, sí. ¿Los del señor Rodríguez Zapatero? Rotundamente, no. ¿España puede salir del trance? Sí. ¿Con el señor Rodríguez Zapatero? No”, continuaba, según recoge el Diario de Sesiones.
Rajoy encaró el final de su intervención explayándose sobre la inutilidad de mantener un Gobierno deslegitimado ni aunque se tratase de unos meses. El argumento fue esgrimido esta semana en la tribuna del Congreso por Sánchez, que hizo un llamamiento a la cámara para acabar con el Ejecutivo en funciones. Pero la oferta se parecía más a la de Rivera del miércoles a los diputados del PP. O a las exigencias de Rajoy en 2010.
“En estas condiciones, señoría, ¿qué sentido tiene pretender que las cosas sigan igual? ¿Qué se propone, obligar a la gente a perder otro año, otro más, a cambio de que usted lo gane? ¿Y para qué? Tiene que saber que esto no se remedia con buenas palabras, ni con gestos, ni con metamorfosis mentales sobrevenidas, ni con reajustes ideológicos sobre la marcha, y mucho menos con un cambio de ministros. No los cambie porque, ¿de qué sirve cambiar la peana y conservar el santo?”, decía Rajoy, recurriendo de nuevo al refranero popular, algo en lo que no ha cambiado desde 2010.