Jamal Zougam es el preso más famoso de España. Actualmente cumple condena en Teixeiro, La Coruña, como autor material del asesinato de 193 personas. Doce años después de aquella matanza en los trenes, tanto él como sus familiares insisten en su inocencia.
Zougam, de 42 años, vive en régimen de aislamiento. Eso reduce mucho sus movimientos. Esta misma semana, el exminero José Emilio Suárez Trashorras, condenado a 34.715 años por haber facilitado la dinamita para los atentados, desvelaba algunos detalles de su estancia en la cárcel cántabra de El Dueso.
"Acudo a diario a mi clase de técnico en producción agropecuaria para poder sacarme un grado medio. También he cursado un módulo de informática con un resultado muy favorable. Acudo varias veces por semana a clases de inglés, donde ya me encuentro en un nivel medio-alto, y practico a diario deporte en el gimnasio del módulo", decía Trashorras en una carta abierta a la opinión pública en la que pedía perdón a las víctimas.
Las condiciones del asturiano son inimaginables para Zougam. Él está catalogado como un interno "de especial vigilancia". En Instituciones Penitenciarias se niegan a dar detalles sobre su situación para no vulnerar la ley de protección de datos. La prensa gallega publicó en enero que es un preso conflictivo.
La soledad, la amargura de sentirse víctima de una injusticia y la humedad de las paredes de la cárcel coruñesa han hecho mella en Zougam, según sus familiares, que evitan referirse a aspectos concretos de su encarcelamiento. Al parecer, padece artrosis.
"No hay quejas, lo único que lamentamos es que le hayan llevado a un centro tan alejado. Eso nos dificulta mucho las visitas", asegura su hermana Samira. Antes de recalar en Teixeiro, Zougam pasó por Soto del Real (Madrid), Villena (Alicante) y Topas (Salamanca).
Perfectamente integrada social y laboralmente, Samira se indigna cuando se le pregunta si, transcurridos todos estos años, se reafirman en su inocencia. "Totalmente. Sí", asegura tajante.
El último intento de Zougam para que se revisara su caso naufragó hace dos veranos. Se querelló contra las dos testigos rumanas que declararon haberle reconocido en el tren de Santa Eugenia. La juez dijo que no había indicios suficientes de que las mujeres mintieran, aun admitiendo que sus versiones eran "difícilmente creíbles".
Aquello fue un golpe para Zougam. La esperanza de tener un cabo al que agarrarse le mantenía el ánimo. "Ha perdido serenidad", admite Samira. "Pasa el tiempo y no conseguimos avanzar. Ya no sabemos qué hacer". El marroquí no descarta llevar su caso al Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo. Salvo milagro, permanecerá entre rejas hasta 2044, tras haber cumplido cuarenta de los cerca de 43.000 años a los que fue condenado.
Zougam, socio de la tienda de telefonía móvil del barrio de Lavapiés donde se suministraron las tarjetas de los móviles empleados para activar las bombas no responde al perfil tipo de islamista radical. No se hizo estallar como los terroristas acorralados en el piso de Leganés ni huyó del país tras los atentados. Y lejos de reivindicar o jactarse de haber cometido el mayor atentado de la historia de Europa, no deja de insistir en su inocencia. Hoy, otro 11 de marzo después, la previsión meteorológica en Teixeiro es de cielo nublado.