Hay dos afirmaciones que se han hecho populares estos días para entender la situación española. El primero es un remedo del famoso cuento El dinosaurio de Monterroso: “Cuando despertó, Rajoy todavía estaba allí”. El segundo es una frase de Defender la Belleza, la carta de Pablo Iglesias a los círculos donde les dice que “Gramsci leía a Maquiavelo y … sabía que el príncipe en el siglo XX no era tanto un gobernante como el partido”. Uno pone el énfasis en la voluntad personal y el otro en la institucional.
La tesis del primero es simple. El presidente del Gobierno está petrificado –“mineralizado”, dice Enric Juliana- desde el 20-D. Declinó la oferta del Rey para presentar su candidatura, denunció la investidura de Sánchez como una “pérdida de tiempo” y ninguneó el acuerdo del PSOE y Ciudadanos. Pero 112 días después, el fracaso de las conversaciones entre PSOE y Podemos ha conseguido que sus afines vuelvan a alabar su “magistral manejo de los tiempos” porque ahora la iniciativa puede volver a sus manos. “Ha pasado de forzar la escenificación de su propio aislamiento a que todo el mundo comprenda que sin el PP no se puede formar gobierno”, escribía ayer en La Razón José María Marco.
Algo muy parecido había dicho el propio Rajoy en un foro de ese diario a finales de febrero. "Por más literatura que hagan los firmantes" del pacto, "la aritmética es tozuda" y en España "sólo hay dos opciones: o "un gobierno de exclusión contra el PP o un gobierno de consenso que es el que propone el PP".
Algo se mueve en el PP
Sin embargo, algo se está moviendo en el PP. El sábado 9 de abril, comparecieron Rajoy, la vicepresidenta Sáenz de Santamaría y Cospedal en Barcelona. El presidente insistió en su oferta de gran coalición con el PSOE -siempre ninguneando el papel de Ciudadanos-, pero la que marcó la estrategia fue la secretaria general del PP. “Estamos hartos de tanto ego superlativo, tanto egoísmo, tanto interés partidista y tantas fotos que no van a ninguna parte”, dijo Cospedal.
Al día siguiente, antes de los informativos centrales de las televisiones, Andrea Levy, vicesecretaria de Estudios y Programas del PP, reclamó a Pedro Sánchez que "se aparte y deje negociar a otro en nombre de los socialistas" al estar ya en el "tiempo de descuento" para formar gobierno.
Las palabras de Levy parecían un desliz porque, cuando reclamas con tanta intensidad que el líder del partido con el que pretendes pactar se haga un lado, es porque estás dispuesta a ofrecer una contrapartida equivalente, es decir, una eventual retirada de Rajoy.
Pronto se confirmó que no era un desliz, sino una estrategia calculada del PP: Javier Arenas, vicesecretario de Autonomías y Ayuntamientos del PP, dijo que el PSOE se debería plantear sustituir a Sánchez "por otro socialista" que intente un "acuerdo tan positivo para España" como la gran coalición y José Manuel Soria, ministro de Industria, pidió desde Tenerife a Sánchez que llegue a un acuerdo con el PP o se aparte y dé paso a otro socialista que sea partidario de un nuevo acuerdo político.
¿Debilitar a Sánchez?
Si se trata de una estrategia para debilitar a Sánchez, no es muy afortunada porque lo primero que evoca es que Rajoy también es obstáculo para un acuerdo en el bando socialista. Pero podría ocurrir que en el seno del PP se esté dando una colisión entre la voluntad personal y la institucional. A veces, los síntomas de esto no son fáciles de discernir. Por ejemplo, Pablo Iglesias, el autor de la frase de que en la política moderna el príncipe es el partido, también estuvo en Barcelona el sábado y ahí reveló que el enfrentamiento interno con Errejón se debió a que el destituido Sergio Pascual no fue capaz de garantizar la “neutralidad” del aparato de Podemos. “Si hice cambios fue por eso, porque falta una dirección que sea neutral”, dijo Iglesias. “Cuando la dirección de Podemos no fue neutral en ciertos procesos territoriales quiero decir que nos equivocamos”.
A 112 días de las elecciones del 20-D podemos estar a 77 días de una nueva cita con las urnas el próximo 26-J. En los próximos 20 días pueden ocurrir tres cosas: que los partidos se resignen a presentarse a unas elecciones con los mismos candidatos que llevaron en diciembre, que los renueven o que se reactive el proceso de negociación.
Lo primero ya fue criticado a finales de la semana pasada por el presidente socialista extremeño Guillermo Fernández Vara, por la vicepresidenta valenciana Mònica Oltra e indirectamente por José María Aznar. Esa crítica se agudizará en los próximos días. Para lo segundo, las palabras de Levy, Arenas y Soria de ayer pueden incorporar nuevos matices. La tercera posibilidad dependerá de lo que digan las encuestas en las próximas semanas. Si el coste de presentarse a las elecciones es alto, el incentivo para permanecer en el escaño, ya sea en el gobierno o en la oposición, apoyando o simplemente tolerando un nuevo gobierno, crecerá.
Los factores económicos
Un factor externo que ponga en cuestión las limitaciones del gobierno en funciones y que haga ver que la interinidad política no se puede prolongar más podría empujar a la formación de un gobierno in extremis. La desviación presupuestaria de 2015 y la presión que Bruselas y otros organismos internacionales como el FMI ejercerán en los próximos días (inspectores comunitarios llegarán esta semana a España para revisar las cuentas públicas), así como cualquier hecho inesperado de gran impacto, podrían ser esos factores.
Pero incluso si ya fuera seguro que habrá nuevas elecciones, éstas son una moneda al aire y los partidos tienen que estar preparados para volver a jugar en el verano la misma partida con cartas muy parecidas. Y entonces, no valdrán excusas ante los españoles. Ni el pacto PSOE-Ciudadanos podrá presentarse como una negociación cerrada, ni el PP podrá encerrarse en su madriguera a esperar que las cosas sucedan, ni Podemos podrá plantear demandas maximalistas. Y en ese escenario, como dijo Juan Roure, maestro de negociadores a EL ESPAÑOL hace ya meses, “cambiar a los interlocutores ayuda a desbloquear”.