Durante años, en el PP han puesto al ministro José Manuel Soria como paradigma de víctima de los pecados de la política española cuando se judicializa: el acoso y la lapidación. Porque Soria estuvo imputado en el ‘caso Salmón’ y después quedó limpio de polvo y paja, tras una campaña en su contra. Era un buen fetiche para curarse en salud.
Soria salió reforzado de aquel juicio paralelo que no cejó hasta que la causa fue archivada dos veces. Haciendo buena la máxima de Cela de que “en España quien resiste, gana”, este político se caracteriza por no tirar la toalla, se maneja con soltura en esos lances y hasta adopta en ocasiones un estilo político desafiante que alienta continuamente a sus fantasmas. No es tan templado como su jefe, Mariano Rajoy, al que brinda una fidelidad sin matices –pese a la chismografía de esta crisis-, ni imita su costumbre de esperar; es de los que salta al ruedo y busca al astado, aunque en su tierra los toros no gozan de buena prensa.
Soria tiene algo de presumido en lo de querer estar en buena forma a toda costa a los 58 años. Es su estilo de político 'a la americana', que ya practicaba antes de que se pusiera de moda en España ser político y correr. Porque Soria hace gimnasia y trota de toda la vida. Y siendo alcalde como fue, tener buena planta y altura le valió para posar con solvencia al lado de Sofía Loren, invitada al festival de cine de Las Palmas de Gran Canaria.
De todos era conocido su disfraz favorito en los carnavales de la ciudad: Elvis Presley, el de la primera etapa, antes de ser un monstruo de feria. Alguna vez ha tocado la guitarra en televisión mientras era entrevistado. Y cuando le persigue algún escándalo –marca de la casa- procura cuidar la raya, sin desmelenarse, pero va de frente. Hay algo inherente a Soria que hay que tener en cuenta: es un político en guardia, que colecciona meticulosamente pruebas de inocencia para sacudirse las denuncias cuando toca. Vive con la mosca detrás de la oreja.
Lo niega todo
Ahora su nombre sobrevuela la política nacional entre la lluvia de millones de papeles de Panamá que han caído del cielo sobre estas ruinas del 20D. Fiel al guion de su vida, Soria saltó como un perenquén –el lagarto canario- y desmintió la información de laSexta y El Confidencial como si no fuera con él. Niega lazos con UK Lines Limited -pese a que su padre pudiera haber participado en ella-, la offshore registrada en Bahamas, que lo señala como coadministrador durante dos meses de 1992, a tres años vista de su debut político.
Eran los tiempos de un Soria treintañero que regía la empresa familiar dedicada al transporte de productos hortofrutícolas desde Tenerife y Gran Canaria a Rotterdam y Reino Unido, donde el puerto acabó llamándose ‘Canary Wharf’ (el actual distrito financiero londinense que se opone al Brexit), como contó un día durante una conferencia en la Universidad de Oxford, haciendo gala de familiaridad entre las dos orillas. Es cierto que entonces no se le pasaba aún por la cabeza dedicarse a la política, pero, unos años antes, sí había acariciado la idea de convertirse en diplomático, sin poder imaginar que un día viajaría en misiones comerciales y de relaciones públicas por un buen número de países junto al anterior rey Juan Carlos, como un fijo de la comitiva ‘marca España’.
En esa ‘pretemporada’ posuniversitaria, con el título de economista en el bolsillo, antes de ser empresario y mucho antes de ser político, voló a Venezuela. En 1980, con una beca de Comercio Exterior, se fue a foguearse en la Oficina Comercial de la Embajada española. Caracas no era una ciudad insufrible como ahora, el gobierno del influyente petropaís de la OPEP se lo turnaban adecos y copeianos y Hugo Chávez era un joven militar desconocido. Soria cambió de planes y se volvió a Madrid, al poderoso Ministerio de Economía y Hacienda socialista que pilotaba Carlos Solchaga. Los dos siguen siendo buenos amigos, aunque Soria nunca fue del PSOE.
Rechazó una cartera en el PSOE
Solchaga murmuraba elogios del canario a su paso por el Ministerio durante seis años con la plaza en propiedad de técnico comercial, pero nunca lo captó. Jerónimo Saavedra, el tótem del PSOE en las islas, estaba al tanto del buen cartel que Soria tenía en círculos socialistas en la fase terminal de González y, buscando refuerzos, pensó en él. Lo llamó y le ofreció una cartera en el Gobierno canario que presidía en 1991, precisamente la de Industria, que veinte años después le haría ministro. Dejó pasar ese tren, sin embargo, mucho antes de militar en el PP.
Los hechos que ahora le juzgan, y acaso prejuzgan, se remontan al momento en que asume la empresa familiar fundada por el padre, Manuel Soria Segovia, un granadino que llegó a Las Palmas de Gran Canaria de la mano de un padre maestro destinado a la escuela de El Ojero, barrio de Teror (Gran Canaria). Soria padre conoció en Telde a Pilar López Pérez, con la que se casó, y terminó trabajando para su suegro, Valerón, exportador de tomates. Era un oficio en auge en Canarias entonces, cuando se decía que las islas tendían un puente con Europa antes de que España ingresara en la actual UE.
Entonces tuvo una infancia de niño inglés, desde los dos meses hasta los siete años, cuando volvió a su ciudad natal, Las Palmas de Gran Canaria, donde sería alcalde y presidente del Cabildo al cabo del tiempo. Era el trampolín de la política insular. En Gran Canaria izó la bandera de su isla en un mástil gigantesco, que ondeó, entre críticas y temores por razones de seguridad. Era un gesto, una señal. Tenía ambición. Pero en las islas nunca fue presidente de la autonomía.
Antes de saltar a Madrid, cohabitó con los nacionalistas en calidad de vicepresidente, sin apenas roces con el PSOE en la era de José Luis Rodríguez Zapatero. Él era vicepresidente y consejero de Economía y Hacienda en un Gobierno que presidía Paulino Rivero (Coalición Canaria), que se llevaba bien con Madrid. Soria no tuvo problemas en transigir con los nacionalistas en Canarias y con el PSOE en el Gobierno de España, pese a la dura oposición que libraba su partido, el PP, en el Congreso. A tal punto que perdonaba al ministro económico Pedro Solbes que afeara las ventajas del régimen económico y fiscal canario (REF), cuando demandaba la media de inversión estatal en el archipiélago. Solbes y Soria eran y son buenos amigos.
La empresa familiar
En la empresa familiar se dedicó a cargar los barcos con tomates, pepinos y hortalizas y vivió en esas aguas, entre las islas Canarias y la isla receptora, Inglaterra. Cuando niega haber sido accionista de la empresa opaca de Bahamas articulada por el despacho Mossack Fonseca (“quiero saber por qué está mi nombre ahí”) ha elegido el camino más pedregoso, pues le bastaba con zanjar la cuestión resaltando que fue anterior a su carrera política de los últimos 21 años. Es el pronto del noqueador.
Hizo otro tanto en el caso salmón y le salió bien. Negó que el empresario noruego Bjorn Lyng, con inversiones en Gran Canaria, les pagara a él y su familia unas vacaciones por Suecia, Austria y Noruega para pescar salmón en 2005 en virtud de un trato de favor, y el presunto delito de cohecho se desvaneció. En el seno del PP presumió de ser un imputado que volvía ileso del inframundo de los casos de corrupción. Cuando algunos dirigentes populares han quedado bajo sospecha, él se ha sentido con galones para requerirles que den explicaciones. Y cuando los papeles de Panamá le han salpicado, no se enrocó como David Cameron. El cuerpo le pide guerra a menudo. Esta batalla es su principio o su final.
El incidente con la jueza de Podemos
En Canarias, es un clásico el duelo de Soria versus Carlos Sosa, el periodista director de Canarias Ahora, que fue, precisamente, quien destapó aquel culebrón del salmón. Ahora, a ese pulso intrainsular acaba de incorporarse la figura de la diputada de Podemos Victoria Rosell, juez en excedencia, pareja del periodista. Rosell y Soria se enfrentaron por un incidente durante la campaña electoral. La candidata de Podemos se vio cuestionada por su instrucción de un caso contra el empresario y presidente de la UD Las Palmas, Miguel Ángel Ramírez, y señaló a Soria como muñidor ante la fiscalía provincial de las Palmas del intento de desacreditarla. A Soria le cuesta disimular que le atraen esta clase de batallas y no tardó en revolverse en los tribunales por injurias y calumnias.
Cuando el ministro de Industria va a la guerra, como en la ‘cruzada’ contra la corrupción urbanística que impulsó hace una década el exministro de Justicia Juan Fernando López Aguilar en municipios canarios del PP –que preside en las islas desde 1999-, practica un juego frontal. Basa en su fama de duro un cesarismo que le granjea cierta aureola de estrella electoral. En los mítines cuida ese look, como hizo en el Magma de Tenerife sobre un escenario que meses antes recibió a Stephen Hawking bajo una banda sonora rock con imágenes galácticas. Es cierto que a bordo nadie le rechista (pese al mal resultado del 20D), después de haber sido el partido más votado cuatro años antes, salvo el abogado Miguel Cabrera Pérez-Camacho, o, antes de su marcha, el expresidente del Parlamento José Miguel Bravo de Laguna. Ni en esta travesía del desierto, sin embargo, se ha conformado una corriente en su contra.
Los papeles de Panamá le han devuelto a su ADN conflagrativo. A un ministro de Industria en funciones le cuesta políticamente situarse bajo el foco; es más propio de las carteras económicas, de Exteriores o Interior. Paseará por los medios en tiempos de estrellato o se estrellará. Y estará pendiente, entre tanto, de Spanish polls, la web que ofrece la evolución del voto, por si sobrevive y hay elecciones.
Está ese tic dominante en su carácter que algunas veces le traiciona: obsesionado con la protestas y la auctoritas de los antiguos romanos, Soria hace del liderazgo una demostración de firmeza, que aplica en las horas bajas, como ahora. Cuando descabalgó al ‘marqués de la Oliva’, compañero de partido, un jerarca secular del municipio del mismo nombre en Fuerteventura, acudió en caliente a esa misma isla con los calderos al fuego en el partido local. Los ‘cadáveres’ políticos de Soria se distinguen de sus mejores delfines en virtud de una tasa de lealtad que él aplica de modo inflexible. Ha sembrado odios y amores en veinte años de política tensando la cuerda con afán de poder. Pero hace unos meses confesó que el final se aproxima: cuando Rajoy deje le política, él se irá.
Soria tenía un bigote que recordaba a Aznar y en una revista llegó a salir este pie de foto: “Antonio Aznar, hermano menor del presidente”, producto de una broma en la que picó el periodista. Su ascenso en la política nacional se perfiló en 2008 cuando fue designado entre los ponentes del XVI Congreso del PP, que distanciaron a Rajoy y María San Gil. “María, he recibido tu ponencia. ¡Arriba España!” fue el mensaje que le envió el canario en medio de la polémica, y se filtró. Ahora que en algunos mentideros se había llegado a citar su nombre junto a los de su amigo y compañero de carrera Luis de Guindos, Margallo y Feijóo para suceder a un Rajoy atrapado en el tancredismo, Soria se la juega en el terreno que eligió: cara a cara con el toro. La próxima semana en la Comisión de Industria del Congreso.
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