Si alguien no se sorprende del final del ministro José Manuel Soria son los políticos y periodistas canarios. “Aquí muchos le están esperando en la bajadita”, dice Juan García Luján. En la “subidita” hacia el poder, Soria fue implacable y poco agradecido con su entorno. Practicó la tierra quemada. Ahora algunos ríen y quizá esperan saldar alguna cuenta, pero parte del miedo persiste y muchos se refugian aún en el anonimato.
Soria pasó por todas las palancas del poder canario. Fue alcalde de Las Palmas entre 1995 y 2003, presidente del Cabildo de Gran Canaria -una especie de Diputación de elección directa- entre 2003 y 2007 y vicepresidente del gobierno autonómico. Llevaba también desde 1999 como presidente del PP regional.
Las anécdotas que describen su carácter y modo de hacer son innumerables. Hay al menos tres rasgos que se repiten: intolerante a la crítica, soberbio y caciquil. Cuando llegó a la presidencia del Cabildo, redistribuyó las mesas de la sala de plenos por primera vez en un siglo. El objetivo era que el presidente estuviera en la parte de arriba de la sala. Seis escalones por debajo estarían las mesas de los concejales, tanto del gobierno como de la oposición. Los periodistas y los visitantes, que ocupaban hasta entonces ese espacio, deberían irse a una grada.
Su jefe de prensa en el Ayuntamiento durante su primer mandato, Jorge Batista Prats, era el único que tenía acceso a su despacho sin concertar visita: “Yo era la única persona – ni siquiera podían hacerlo los concejales – que tenía acceso al hábitat del alcalde con sólo apoyarme en la manilla de la puerta”. Esa tónica se mantuvo en otras administraciones. En el Ayuntamiento, el político de la oposición Marino Alduán, de Nueva Canarias, recuerda que “sus consejeros de gobierno, salvo dos, tenían que pedir cita para hablar con él”.
Con postura de matón
El primer encuentro público de Alduán con Soria no fue fácil. Alduán advirtió a Soria mediante una moción en un pleno que no recalificara una parcela de su hermana. Mientras Alduán hablaba, Soria se levantó de su mesa presidencial y se acercó a Alduán. Es un comportamiento raro en un alcalde: “Se acercó a mí a un metro de distancia con una postura de matón”, recuerda Alduán. Soria se ayudó para argumentar con un periódico: “Me decía que los medios le daban la razón a él. Usar los medios era una táctica habitual”.
Juan García Luján era director de informativos de una televisión local: Canal 9 Las Arenas. La tele estaba dentro de un centro comercial propiedad de dos hermanos. Los hermanos querían ampliar con más su tiendas. Pidieron el permiso de obras para unos terrenos cercanos. El ayuntamiento no respondía. Cuando fueron a preguntar, el concejal de urbanismo les dijo que “mientras tuvieran a ese jefe de info no habría licencia”. Los hermanos pidieron a García Luján que se calmara “hasta que nos la dé”.
Yo a usted no le doy la mano
La familia Soria llevaba mal cualquier tipo de crítica. Un periodista canario que ha pedido omitir su nombre fue a comer con Soria en Las Palmas recién escogido alcalde. Estaba en otra mesa su hermano Luis. José Manuel fue a presentárselo y Luis se levantó y dijo al periodista: “Yo a usted no le doy la mano porque ha puesto a parir a mi hermano”. El mismo José Manuel dijo al periodista: “Luis no está en política, discúlpale”. El periodista no recordaba ninguna crítica especial que hubiera escrito sobre el alcalde.
Teresa Cárdenes, que fue directora de La Provincia, escribió en una crónica sobre el accidente de Spanair que algunos familiares de las víctimas no habían estado a gusto con la presencia de un político como Soria. "Se lo tomó muy mal", recuerda Cárdenes. Mandó dos cartas, de las que el periódico solo publicó la primera. "Censuraba de manera frontal mi trabajo, sobre cuestiones que no tenían nada que ver con aquello y con calificativos durísimos", añade.
Los enfrentamientos de Soria con periodistas llegan a su cima con Carlos Sosa, director de Canarias Ahora y hoy pareja de Victoria Rosell, la jueza en excedencia y diputada de Podemos. Las Palmas es la ciudad española donde Podemos obtuvo mejores resultados fuera de sus confluencias el 20D. Carlos Sosa es autor de una primera biografía de Soria titulada Hechos probados, donde relata varios casos judiciales a veces con el mismo Sosa de protagonista. El director de Canarias Ahora ha sido denunciado cuatro veces por Soria. La batalla entre ambos roza, por lo que se ve en el libro, la obsesión. Pero los recursos del político no son los del periodista.
La corrupción como trampolín
Los presuntos casos de corrupción de Soria a lo largo de su carrera son una lista larga. La mayoría están vinculados a posible cohecho: favores políticos a cambio de prebendas o dinero. El caso Salmón, por ejemplo, es quizá el más ilustre: en lugar de enterrar su carrera fue un trampolín. Un millonario noruego, Björn Lyng, quería construir una estructura de lujo en una zona restringida.
Necesitaba el permiso de las autoridades. Soria pasaba las vacaciones anuales en residencias de Ling en Canarias. Además, en 2005 viajó con el avión privado del noruego a un festival de música en Salzburgo y a otro de pesca de salmón en Trodheim (Noruega). Los trámites burocráticos para la instalación turísitca empezaron a agilizarse después del aquel verano.
El periodista Carlos Sosa presentó la denuncia en 2008, meses antes de que prescribiese, aunque los funcionarios judiciales solo la activaron en octubre. Soria declaró que no había ni siquiera participado en la votación que permitió aquella urbanización. Mintió a conciencia porque un vídeo reveló luego que había estado en el pleno. La jueza le llamó una segunda vez a declarar. El Tribunal Superior canario archivó el caso. La fiscalía anticorrupción vio en cambio indicios de delito, pero dio los hechos por prescritos.
Esto ocurría en 2008 y Soria empezó a construir así su leyenda de político perseguido e inocente que tan bien le sirvió al presidente Rajoy para defender que cualquier político de su partido debía ver una condena en firme antes de ser sometido a vapuleo público.
En aquella época la ambición de Soria ya miraba hacia Madrid. Era ya uno de los tertualianos estrella del grupo Intereconomía, que había recibido miles de euros en campañas de publicidad de turismo canario.
Un escenario demasiado grande
La capacidad para mentir de Soria le llevó a patinar de nuevo esta semana. Prefirió salir a decir que nada de los Papeles de Panamá era verdad, antes de comprobar qué papeles con su firma podían encontrarse en registros públicos. Esta vez, además, se equivocó de escenario. Es distinto mentir en el ámbito de una comunidad autónoma donde un político ha sido alcalde, presidente de Cabildo y vicepresidente autonómico y dirige uno de los partidos principales, que siendo ministro.
“Confió que con su chulería y aparente rotundidad iba a acallar la polémica”, dice Alduán. Ahora la caída será larga. José María Bravo de Laguna fue el dirigente del PP que metió a Soria en política. Le conoció en Madrid: “Me lo presentaron unos amigos”, dice. Bravo de Laguna era abogado del Estado en excedencia. Soria era entonces técnico comercial del Estado trabajaba para el Ministerio de Carlos Solchaga. “Me pareció una persona competente, preparado. Nosotros queríamos aquí en el Partido Popular de Canarias renovar e incorporar gente de valía”, dice Bravo de Laguna aún ahora. Un par de años después, sin experiencia política, Soria ganaba las elecciones en Las Palmas.
En 1999 reemplazó a Bravo de Laguna como presidente del PP canario. Soria fue poco agradecido con su descubridor político, que no se arrepiente: “Prefiero abstenerme de juicios personales”, dice. No lamenta tampoco que su ex delfín no fuera más cordial después de sus favores: “El que se meta en política esperando agradecimiento lo tiene crudo”, dice Bravo. Soria es un buen ejemplo.