Pedro Sánchez se lo ha dicho en privado a un buen número de interlocutores. "Voy a ser presidente". No era un deseo ni un augurio sino un convencimiento pleno, la escenificación de una fe ciega en su futuro. La frase fue recibida por algunos como un gesto de fortaleza. Por otros, por poco menos que por una expresión enajenada de un político que ha perdido el rumbo, aunque no se lo confesasen.
Sánchez lo intentó, pero no lo ha conseguido. En sus últimas intervenciones recuerda que a menudo se le acusó de querer ser "presidente a cualquier precio". Lo hicieron en su partido. Un sector crítico, encabezado por Susana Díaz y otros barones socialistas y que ha contado siempre con los ánimos de referentes el partido apartados de la primera línea, creyeron al principio que se entregaría a Podemos. Después, que comprometería la unidad de España pactando con Democracia y Libertad (la nueva marca de Convergencia Democrática de Cataluña) y Esquerra Republicana.
Nada de eso ha ocurrido. Pero tampoco nada de lo otro, de lo que él quería, que es un Gobierno apoyado por Podemos y Ciudadanos. Sánchez se ha quedado compuesto y sin presidencia, vinculado a Ciudadanos por un pacto con demasiada letra pequeña y con la izquierda a la izquierda más crecida que nunca. Si el 20 de diciembre Podemos jugaba a superar al PSOE, se esmeró por guardar las formas y huir de los frentes de izquierdas en sus primeras elecciones generales. Ahora, escocidos por el desgaste de estos meses, que al mismo tiempo ha supuesto su desembarco en la política institucional, Podemos va a por todas y ha relajado su veto a Izquierda Unida, con quien prepara un pacto.
El peleado espacio del PSOE
¿Cuál es el espacio del PSOE? Si se pregunta a la Ejecutiva, la respuesta es clara. La izquierda moderada y transformadora, pero sin experimentos. El cambio seguro, la oposición responsable frente a un PP anegado por la corrupción y responsable de políticas antisociales. Si se le pregunta a otros, no está tan claro. ¿Defiende el PSOE la derogación de la reforma laboral o de la llamada ley mordaza? ¿Está dispuesto a acometer profundas reformas en el sistema económico o a acomodarse a la situación actual, impulsando pequeñas reformas? ¿Es el PSOE un partido de vanguardia y moderno, capaz de apelar no sólo a un electorado con canas y rural, pero también a los jóvenes y urbanitas?
El PSOE está en una encrucijada. Se ha situado en ella por su pacto con Ciudadanos, un partido al que el propio Sánchez considera de derechas, y por el surgimiento del ciclón electoral y social en el que en menos de dos años se ha convertido Podemos.
Pero si el PSOE está en una encrucijada, no menos lo está su secretario general, que no lleva ni dos años en el cargo y ha tenido que hacer frente a furibundos ataques internos y externos. Sánchez sabe que si empeora su resultado, el 26 de junio por la noche podrían surgir importantes voces que reclamen su dimisión tras dos intentos fallidos. En la mente de todos está el nombre de Díaz, que ha amagado muchas veces y podría quedarse definitivamente sin combustible si permite que Sánchez siga al frente pese a otro fracaso.
El líder de los socialistas tiene varios retos en esta campaña. El primero es el de la movilización de su propio partido, adormilado en los últimos meses por el tedio de las negociaciones y una pretendida transversalidad que ha sido confundida en muchas ocasiones con indefinición.
La abstención y la ilusión
Después, el reto de Sánchez está en la participación del electorado. Este lunes, en el día de la Comunidad de Madrid, políticos y periodistas charlaron en la sede del Gobierno autonómico, en la Puerta del Sol. Los del PP creen que han tocado suelo en las últimas elecciones. Un miembro de la dirección del partido auguró una bajada de participación que, sin embargo, podrá hacer que el PP suba en escaños. Podemos confía en que su unión con Izquierda Unida le permita mantener posiciones o ampliarlas mínimamente. Los dirigentes de Ciudadanos, un poco más confiados, recordaban que en las últimas elecciones las encuestas pronosticaban un resultado mucho mejor del que obtuvieron. Los del PSOE se tentaban la ropa, temerosos de todos estos factores.
El PSOE necesita ilusionar, pero de momento cuenta con un único argumento: el del deber cumplido. Fuentes del PSOE aseguran que la campaña contará con varios ejes. Retomará la oposición al PP, el gran ausente de las negociaciones de investidura, contrapondrá la responsabilidad del PSOE al intentar formar Gobierno a la dejadez de Rajoy y hará lo propio con el sabotaje de las negociaciones que los socialistas han advertido en Pablo Iglesias. Según las tesis de la Ejecutiva, el electorado sin duda recompensará la responsabilidad mostrada por Sánchez y penalizará al PP y a Podemos, los partidos que han bloqueado la situación. Hacer lo que se debe compensa, explican.
Pocos dudan de que en esta campaña se hablará más de qué harán los partido al día siguiente de las elecciones que de su programa electoral. Los golpes de efecto y la culpabilización del adversario darán paso a una gran presión por saber la política de alianzas posterior al 26 de junio.
Las pesadillas de Sánchez
Sánchez cree que, salvo que sumen PP y Ciudadanos, algo que considera improbable, la situación puede no cambiar significativamente. La presión para un acuerdo a tres será, pues, máxima. Según no pocas voces en el Congreso de los Diputados, si algo bueno tienen unas segundas elecciones es que no puede haber unas terceras. O no debería, en cualquier caso.
Por ese motivo, el líder del PSOE cree que lo que no pudo ser en estos meses será inevitable tras las nuevas elecciones. Pero ese convencimiento tiene varios riesgos. El primero, que la abstención y el refuerzo de PP y Ciudadanos dejen a los demás partidos fuera de la ecuación. El segundo, que Podemos haga una excelente campaña y consiga que cale la estrategia del "desempate" o la "segunda vuelta". Ambas figuras no existen en el ordenamiento jurídico español. La repetición de las elecciones es un fracaso político. Sin embargo, si Podemos e IU logran un pacto y movilizan a su electorado, podrían confirmar lo que más de una encuesta pronostica: el sorpasso del PSOE, tan temido en Ferraz. Si eso ocurre, Susana Díaz podría quedarse casi sin partido que rescatar.
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