Después de tres noches de ruido y disturbios, los vecinos de Gràcia han disfrutado de una tregua de 48 horas durante las noches del jueves y el viernes. A la espera de la manifestación del sábado -que probablemente será la más multitudinaria- analizamos las principales claves que han generado tres noches de enfrentamientos entre manifestantes y los Mossos dEsquadra.
El arraigo del Banc Expropiat
El local desalojado no era un espacio okupa cualquiera. Desde que se abrió en 2011 se había convertido en una referencia para el barrio y había huído del cliché que tienen este tipo de sitios, vinculados habitualmente a la extrema izquierda. “La función del Banc Expropiat era puramente social”, explicaba el martes Teresa Roqué, una educadora del barrio. “La política se quedaba siempre en la puerta”.
La labor realizada incluía un banco de alimentos para los más desfavorecidos, cursos gratuitos de idiomas y un servicio de reciclaje de ropa para quien lo necesitara. El local, además, tenía una “oficina de vivienda” que se encargaba de buscar pisos vacíos para que gente sin hogar pudiera ocuparlos. “Llegaban mucho más lejos que la PAH”, resumía Roqué. La asociación de vecinos del barrio también avaló su actividad y colaboró con el Banc Expropiat en varias ocasiones. “No es un sitio de jóvenes radicales”, explica un tradicional activista del barrio que prefiere no ser citado. “La asamblea del local contaba con gente de todas las edades y perfiles y ahí dentro no se celebró ni una sola fiesta”.
El apoyo ciudadano al Banc Expropiat ha sido básico para entender la magnitud de las movilizaciones. Sirva como ejemplo la respuesta que hubo cuando se desalojó el Casal Popular de Gràcia, que llevaba 11 años en el barrio pero pertenecía a un entorno mucho más politizado y vinculado a la izquierda independentista. Apenas unos cientos de personas se manifestaron en el barrio cuando se cerró este local en abril de 2013.
El perfil de Gràcia y sus vecinos
El barrio de Gràcia se parece más a un pueblo que no a un distrito de una gran ciudad. Sus calles son pequeñas, estrechas y muchas de ellas peatonales. Cada pocos metros hay alguna plaza que sirve como vertebrador de la vida social del barrio y de su inmenso tejido asociativo. Los del barrio de toda la vida incluso llaman “extranjeros” a los que viven fuera de sus límites.
Tanto la morfología de sus calles como su amplio tejido asociativo están relacionados con lo que ha pasado durante la última semana. A estos dos factores hay que sumarle otro aún más importante: la larga tradición del movimiento okupa e independentista de izquierdas que hay en el distrito. Se calcula que en las calles de Gràcia hay unos 6 espacios okupados que, de alguna manera u otra, ejercen labores de centro social. El Banc Expropiat, sin embargo, era el más heterogéneo y el local menos politizado.
La tipología de las calles impide sofocar los disturbios con rapidez. A los activistas les resulta sencillo cortar calzadas con poco material y en cualquier momento se puede doblar una esquina y desaparecer. “Es un barrio perfecto para las guerrillas callejeras”, reconocía el miércoles un policía local que cortaba el acceso a las calles del distrito.
La negativa a institucionalizarse
Ada Colau y Barcelona en Comú (BComú) se han institucionalizado sobremanera durante este año. Es lógico e inevitable, pero la mayoría de movimientos sociales prefiere mantener cierta distancia respecto a la administración pública. Por eso cuando el edil del barrio -en ese momento Raimundo Viejo- contactó con los miembros del Banc Expropiat para ofrecerles un local alternativo, los activistas rechazaron su oferta. “No queremos que el Ayuntamiento obtenga el crédito de todas nuestras acciones”, explica un miembro de la asamblea del Banc Expropiat.
Los activistas consultados afirman que cuando entra el Ayuntamiento en juego, pierden mucha libertad en sus centros sociales. “Nos imponen horarios, restricciones, condiciones de seguridad y mil historias más”, sostienen. Estos activistas ponen como ejemplo el centro social de Can Batlló, en el barrio de Sants. Después de años de actividad alternativa, se regularizó su situación y muchos consideran que perdió tanto su esencia como su libertad.
De la misma manera que los miembros del Banc Expropiat rechazaron un local alternativo, tampoco aceptaron que se les pagara el local cuando se enteraron de que Trias acordó financiarles el espacio para evitar disturbios a pocos meses de las elecciones.
La ausencia de movilizaciones
A parte de las manifestaciones a favor de la independencia (desarrolladas de manera pacífica), los activistas catalanes echan de menos una mayor movilización de los movimientos sociales. “Desde 2012 que no tenemos una huelga general”, explica un simpatizante anarquista. “Teniendo en cuenta la situación económica, esto demuestra que los sindicatos no están por la labor”.
Los activistas explican que, dada su escasa capacidad de movilización, tienen que aprovechar cualquier chispa que pueda hacer prender la llama del descontento. “Siempre estamos esperando a que pasen cosas de estas”, afirman. “Ya lo vimos en Can Vies: la gente está cabreada, pero no encuentra nadie o nada que le saque a la calle”.
El desencanto con Colau
Después de un año en el Ayuntamiento, son muchos los movimientos sociales y asociaciones de vecinos desencantados con la gestión de la alcaldesa. Los manifestantes entrevistados durante estos días de protesta coinciden en señalar que la llegada de Colau no ha conseguido revertir el modelo de ciudad al que se encamina Barcelona.
“No basta con limitar las licencias de hoteles”, opinaba Nil Roquetes, un comerciante que vivió durante años en Gràcia. “Barcelona se está convirtiendo en un aparador para turistas”. La entrada del PSC en el Ayuntamiento -después de haberlo gobernado durante más de 30 años- ha reforzado la idea de que las cosas apenas han cambiado a pesar de la llegada de una antigua activista al Consistorio.
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