Una conversación agitada. De repente, silencio en el despacho parroquial. “Perdóneme, espere un segundo. He oído ruidos”, dice el sacerdote mientras sale a echar un vistazo. “No es nada. Eran dos personas que me hacen compañía. Ya no me atrevo a quedarme solo. Tengo miedo. Se acuestan en las esquinas y nos siguen. Saben dónde vivimos. Cuando llego a casa, pongo el cerrojo corriendo”.
Chantaje y extorsión. Una mafia de rumanos ha convertido la caridad en un infierno. Con amenazas de muerte, violencia física y verbal, y manipulación de fotografías han conseguido descapitalizar cinco parroquias de Pamplona, aunque varios miembros del clero confirman a este periódico que han sido muchas más. El atraco fruto del terror ya se cifra en decenas de miles de euros.
Esta “bola de nieve” –así la describen varios de los afectados– se estrelló contra las tapias del Arzobispado navarro hace cinco meses. Allí acudieron varios sacerdotes “al borde del colapso” y pidieron que se les cambiase de iglesia porque “no podían más”. Las denuncias a la Policía llegaron tras dos años de violencia. Ya hay cuatro detenidos a los que se les imputan los delitos de extorsión y pertenencia a banda criminal. El caso no está cerrado y los cuerpos de seguridad podrían asestar otro golpe en los próximos días.
Me decían: “Tú, con culo de niño”
El sacerdote retoma la charla algo más sosegado, pero las preguntas le hacen relatar a borbotones. Empieza por el final y cruza distintas escenas. Todas ellas trufadas de amenazas y descontrol: “Este ha sido uno de los centros más castigados. Nunca cedí al chantaje, pero la violencia y los insultos no cesan. Es un auténtico calvario. En cuanto te niegas, empiezan a gritar y a blasfemar. Me dicen cosas como: ‘tú, con culo de niño’, ‘tú, con mujeres en cama’. Se metían en los despachos, robaban alimentos…”.
Procura centrar su relato y trata de explicar los detalles. A veces, se cuelan algunos segundos de silencio incómodo, como si fuera a terminar la conversación, pero entonces le asalta otro recuerdo que quiere narrar para ilustrar esta “barbaridad”: “Un día estaba en el confesionario y entró una mujer. Se desnudó. Me pidieron dinero. Al negarme, me dijeron que mostrarían fotografías de aquella estampa para que pareciera que yo la había seducido”.
Este párroco vendió su coche porque los mafiosos sabían cuál era y le dijeron que no dudarían en perseguirlo. Vio invadida la iglesia. Los delincuentes incluso se escondían en los tubos de ventilación. Ha tenido que salir a la calle pidiendo socorro varios días. Y como él, otros tantos.
“Tenemos que ser astutos como las serpientes”
El Arzobispado de Pamplona es un palacete antiguo. Está incrustado en las murallas de la ciudad y rodeado de hierba. De allí salió una carta el pasado 1 de marzo. Fue poco después de que la Diócesis conociera los testimonios de varios de sus miembros, que pidieron un traslado por lo “irrespirable” de su día a día. En ella se les instaba a que denunciasen a la Policía porque sin ese paso frenar la extorsión era imposible.
En la misiva, el vicario judicial hablaba de “mafias” y confesaba que varios compañeros habían dado “lo que tenían y lo que no tenían”. “Las Fuerzas de Seguridad del Estado no pueden actuar si no hay una denuncia”, alertaba. Tras describir la situación, dictó tres órdenes. “Se prohíbe dar dinero. Además de ante Dios, se responderá ante el arzobispo por negligencia (…) Mucho cuidado con estas visitas. Siempre que os reunáis con alguien, procurad que haya personas presentes (…) Si habéis sido objeto de extorsión, poneros en contacto conmigo mismo o con el arzobispo. No penséis que podéis resolverlo solos”.
El vicario terminó su misiva con una cita del evangelio según San Mateo: “Seamos astutos como serpientes y sencillos como palomas”.
La Diócesis se enteró hace cinco meses
José Luis Morrás es el responsable de relaciones institucionales del arzobispado. Esta semana, una oleada de medios de comunicación se ha peleado por tenerlo al otro lado del teléfono. Jovial y prodigado en las explicaciones, “aunque de momento no hay novedad”, describe esta “película de terror”.
¿Por qué la Diócesis ha tardado tanto tiempo en darse cuenta de que esto ocurría?
Los sacerdotes afectados iban dando dinero pensando que así todo se acabaría. Creyeron en esa solución pasajera. Fuimos enterándonos poco a poco, pero no percibimos la magnitud del asunto hasta que cuatro compañeros se presentaron en el Arzobispado diciendo que no podían más y pidiendo que se les cambiara de parroquia.
¿De cuánto dinero estamos hablando?
Mucho dinero. No lo sé. Miles, seguro. Es muy difícil de calcular porque cada centro tiene su colecta y sus fondos. Todavía no lo sabemos. Pero lo que sí que puedo decirle es que hay varias iglesias descapitalizadas y esquilmadas.
¿Qué es lo que sabe de esta mafia?
Parece que casi todos son gitanos de etnia rumana. Al principio, piden para comer. Luego, para el recibo del piso. Hasta que acaban reclamándolo todo. Conocen bien la ciudad y los puntos donde más pueden recaudar. Han elegido los curas más mayores. Forman una organización criminal y nosotros no estábamos preparados para luchar contra ellas.
¿Podría poner algún ejemplo concreto?
Ha habido agresiones físicas. Un sacristán acabó en urgencias. Recopilaban datos personales, sabían dónde vivían los extorsionados. Hay quienes han tenido que vender bienes de su familia para poder cumplir lo que les pedían. Les amenazaronde muerte.
“A un compañero le suelen gritar: ¡pedófilo!”
El padre Cabodevilla da misa a tan sólo una avenida de otra de las parroquias que más dinero ha entregado a esta mafia. La iglesia de los capuchinos es antigua por fuera y moderna por dentro. Las puertas eléctricas contrastan con sus escalones de piedra, allí acostados desde 1939.
Desde el púlpito, y tras sufrir varios intentos de extorsión, Cabodevilla suele recordar a sus feligreses el peligro de la limosna. “Existen organizaciones como Cáritas que estudian los perfiles y las necesidades. Para ayudar también hay que ser inteligente. En la pobreza existen los mismos ‘jeta’ que en la riqueza, como mínimo. Son profesionales de la mendicidad”, empieza a describir.
“Primero, intentan tocarte el corazón. En cuanto te niegas, te montan el lío. Si caes una vez, estás perdido. Ya no paran”, relata. Cabodevilla ha visto algunos rasgos y formas de actuar que denotan que existe una férrea organización que ordena los pasos a dar en el proceso de extorsión: “Por ejemplo, siempre abordan al sacerdote cuando está a punto de entrar al templo y comenzar la eucaristía. Saben que vas con prisa y que tienes que tomar una decisión en muy poco tiempo para resolver el problema. ¿Qué es lo más rápido? Darles dinero. A mí, como no les suelto un duro, me insultan e interrumpen la misa. Les suelo decir, tras negarme a darles nada, que les dejaré un minuto nada más comenzar para que me insulten”.
“Son violentos y tramposos. A un compañero mío le gritan pedófilo cuando está oficiando. Él sabe que es mentira, pero algo puede quedar de todo eso… ¿Se lo creerá alguno de los asistentes? Recuerdo una ocasión en la que un hermano fue a defender a un fiel. Le estaban insistiendo mucho para que diera una limosna. Se acercó para ayudarle y le pegaron un porrazo. Tenemos que resistir a la violencia del chantaje”, termina Cabodevilla.
Sesiones de formación para los párrocos
La Diócesis de Navarra sabe que la extorsión no ha terminado y ya forma a sus párrocos para que conozcan recursos con los que defenderse. El 18 de mayo convocó a más de cien sacerdotes en el seminario de Pamplona con el objeto de que recibieran una charla impartida por la Policía y la Guardia Civil.
Se les transmitió la ‘obligatoriedad’ de denunciar. Se les animó. Les dijeron que, lejos de sentir humillación, deben saberse víctimas. Los cuerpos de seguridad insistieron mucho en que dar limosna puede convertirse en una caridad mal entendida y aconsejaron al clero que remitieran a quienes pidan a las organizaciones que se dedican a ayudar a la gente sin recursos. Y lo más importante: “No os reunáis a solas con ellos”, remarcaron los agentes.
Viven con miedo. Algunos incluso han cruzado el charco. Otros tratan de borrarse del mapa. Con lo difícil que es desaparecer en Pamplona, donde es muy fácil encontrar, pero muy difícil escapar. Decenas de miles de euros. “Con muy buena voluntad, hemos hecho muchísimo mal”, lamenta uno de los extorsionados.