A la asamblea fundacional de Somos Sindicalistas apenas acudieron una veintena de personas. En octubre de 2014, y en un hotel de Azuqueca de Henares, en Guadalajara, sus primeros 14 afiliados culminaban un proceso iniciado meses atrás al calor de un partido, Podemos, que comenzaba a dar sus primeros pasos tras su baño de masas en Vistalegre. La idea de fundar un nuevo sindicato había pasado por la cabeza de los miembros de un Círculo, el de Sindicalistas, que en la efervescencia del debate se planteó si las siglas que ya existían les representaban como trabajadores. Ningún sindicato cumplía las condiciones que ellos buscaban, y una parte de los miembros del Círculo decidió que ellos mismos darían el paso y las crearían. Y al igual que los de Pablo Iglesias, Somos comenzó a gatear con un objetivo: acabar con la hegemonía de una ‘casta’ –esta vez sindical- que los ciudadanos españoles situaban “al mismo nivel ético” que la política.
Desde aquella asamblea fundacional han pasado casi dos años. Podemos ha crecido a pasos agigantados y sigue tratando de vencer al bipartidismo mientras libra una lucha interna entre aparato y activismo. Somos, por su parte, ya cuenta con 2.300 afiliados y se ha hecho con delegados sindicales en empresas de toda España como Iberia, BQ, Nestlé o el Ayuntamiento de Madrid. Una influencia que, sin embargo, todavía es muy limitada en comparación con la de los ‘tótems’ del bisindicalismo –según datos de 2015, UGT y CCOO cuentan con más de 900.000 miembros respectivamente-. Llegar a conseguir que un 85% de los trabajadores que no están afiliados a ningún sindicato se unan a la nueva central es un reto que a día de hoy sigue sonando a utopía.
En los últimos seis años, las cuatro centrales más importantes (UGT, CCOO, CSIF y USO) han perdido más de medio millón de miembros, con una afiliación global que el año pasado se situaba en 2,3 millones de personas
El modelo de Somos no es el de una central al uso porque, entre otras cosas, intenta romper con ideas íntimamente ligadas a la tradición sindicalista española. Desde el principio se planteó como un sindicato “más participativo y honesto” y con un carácter “transversal, reivindicativo y ni de izquierdas ni de derechas”, una idea que casa poco con el bagaje histórico de las centrales españolas, que tradicionalmente han estado ligadas a determinados partidos de izquierda, comenzando por la CCOO del PCE y siguiendo con la UGT socialista. Sus promotores no niegan la evidencia: sienten simpatía por Podemos. Con ellos comparten unos “principios éticos” pero aseguran trabajar de forma completamente independiente. Para Ángel Ferrer, portavoz en la Comisión Intercentro de Iberia, es esencial que el sindicato cumpla una regla tan básica como simple: “defender a todos los trabajadores”, sea cual sea el partido al que voten.
Organización transversal
Esta posible dependencia de Podemos ya generó controversia antes de la fundación de Somos. Muchos militantes alertaban del peligro de acabar creando un sindicato de partido que reuniera todos los defectos asociados con la ‘casta’ política. Por eso, sus fundadores se apresuraron en incluir un mensaje en sus estatutos: Somos es “independiente” y una de las condiciones para ostentar un cargo en la organización es no tener ningún tipo de responsabilidad oficial en otros partidos.
Fuentes de Podemos consultadas por este diario señalan no tener relación directa con los miembros del sindicato, pero dan la bienvenida “a todo tipo de iniciativas por el cambio”. Una anécdota revela las intenciones de estos nuevos sindicalistas: el día que celebraron su asamblea fundacional, el diputado de Podemos Rafa Mayoral mostró su interés en asistir al acto. Ellos prefirieron que no lo hiciera y acabaron invitándole a comer después en un restaurante, donde le explicaron su intención de ser una organización transversal, incluso en el caso de que Podemos llegue al gobierno. Ferrer lo deja claro: “Si Podemos llega al poder y tenemos que plantear una huelga general, nosotros se la hacemos”.
Sin subvenciones ni liberados
Una de las propuestas más llamativas de la nueva central es construir un nuevo modelo sindical que no dependa de subvenciones estatales. Somos propone financiar su actividad únicamente a través de las cuotas de sus afiliados, que oscilan entre los 3 y 9 euros mensuales. ¿Pero por qué renunciar a las ayudas estatales? “El sindicalismo en España ya nació mal. Que los sindicatos estuvieran subvencionados desde el principio llevó a que acabaran cediendo a las demandas del poder, que durante la crisis advertía de que si chillabas mucho ibas a tener menos”, explica Torrico. Para el portavoz, el sistema ha convertido a estas organizaciones en empresas con sus propios EREs a las que sólo importa el reparto de cuotas de poder y en las que, según denuncia, “a veces hasta se cobra por delegado” o se manipulan las elecciones internas.
Muchos de los delegados y portavoces de Somos rozan la cincuentena y algunos, como el propio Torrico, que abandonó CCOO hace 20 años, han estado afiliados a alguna de las centrales tradicionales en algún momento de su vida. Por eso no desmerecen la labor que el ahora ‘bisindicalismo’ realizó durante la Transición a través de los Pactos de la Moncloa. Pero, según explican, echan de menos la naturaleza combativa que caracterizó a las centrales hace unas décadas. Y para volver a esas raíces quieren ir más allá: abogan por acabar con los vilipendiados liberados sindicales. Según Santiago Guijuelo, delegado de Somos en el Ayuntamiento de Velilla de San Antonio (Madrid), “todo el mundo identifica al sindicalista como un vividor” por culpa de esta polémica figura. Las horas de trabajo que se le excusan no son el verdadero problema, sino en qué se invierten. “Las horas sindicales deben servir para mantener a los compañeros bien informados. Nosotros nos las dividimos y las publicamos porque queremos claridad no sólo en el ser, sino en el parecer”, defiende el portavoz.
Una de las propuestas más llamativas de la nueva central es construir un nuevo modelo sindical que no dependa de subvenciones estatales
Tanto CCOO como UGT cuestionan estas propuestas. Ambas centrales ponen en duda la viabilidad de un sindicato sin financiación estatal; y tampoco comparten la visión de que los liberados se hayan compartido en un lastre. “A una empresa le sale más rentable que haya una persona dedicada a la actividad sindical que cada dos por tres haya 10 personas que pidan las 40 horas a las que tienen derecho”, señala Fernando Lezcano, secretario de Organización y Comunicación de CCOO.
Somos no tiene sede y tampoco secretario general. Torrico ocupa una de las tres portavocías del sindicato –las otras dos corresponden a Isabel Vázquez Gómez y Juan Jiménez Camilleri-. En línea con el espíritu inicial de Podemos, la toma de decisiones se basa en un modelo asambleario, un requisito que ya les ha dado más de un dolor de cabeza. “Lo de sustituir al secretario general por tres portavoces lo decidimos porque pensábamos que todo sería más abierto y no habría una sola figura que eclipsara a un grupo. Pero es algo que nos perjudica en el día a día y ralentiza mucho. Posiblemente debamos abrir un debate para cambiarlo”, confiesa Torrico.
“Nos tratan como si fuéramos el enemigo”
Somos aterriza en un momento en el que el asociacionismo está de capa caída y en el que la reducción de la afiliación en el ámbito sindical ha sido lenta pero constante. Con una reputación erosionada por escándalos como el ‘caso ERE’ o el de las tarjetas ‘black’, las centrales tradicionales han perdido fuerza en el tejido social. En el sondeo poselectoral del CIS, realizado a principios de este año, sólo un 19,6% de los encuestados afirmaba pertenecer a un sindicato: menos personas que las que decían formar parte de un club deportivo o de una ONG. Y no se trata de una tendencia precisamente reciente: en los últimos seis años (coincidiendo con la crisis económica), las cuatro centrales más importantes (UGT, CCOO, CSIF y USO) han perdido más de medio millón de miembros, con una afiliación global que el año pasado se situaba en 2,3 millones de personas. Las corrientes que demandan un cambio han nacido hasta en el interior de las propias centrales: es el caso de Ganemos CCOO, que ya cuenta con más de 500 militantes en su lucha por reformar esta organización desde dentro.
El descenso de la representatividad ha conducido, como es obvio, a una reducción de las subvenciones y de los fondos de formación destinados a las centrales; unas circunstancias que, según Torrico, les han empujado a reaccionar de forma beligerante cuando Somos ha aterrizado en los comités de empresa. Un sindicato nuevo y contestatario, alegan, es un obstáculo para negociar directamente con la empresa y obviar al comité. “Nos estamos encontrando con otros sindicatos que nos tratan como si fuéramos el enemigo y que se dedican a impugnar nuestras listas”, apunta el portavoz. A Ferrer no le extraña esta reacción. “Ellos quieren anularnos porque les estamos quitando su clientela, su cuota de poder”, apunta.
En línea con el espíritu inicial de Podemos, la toma de decisiones se basa en un modelo asambleario, un requisito que ya les ha dado más de un dolor de cabeza
Las acusaciones de estos recién llegados carecen de fundamento para estas organizaciones, que no los consideran una amenaza. Su principal argumento lo aportan los datos: según UGT, a finales de 2015 había 260.000 delegados elegidos por los trabajadores en empresas españolas. Casi el 70% pertenecían a los dos sindicatos mayoritarios. Somos, por ahora, sólo está presente en 36 empresas de nueve provincias. “No compartimos que en nuestro país haya ningún tipo de reparto de cuotas en el ámbito sindical. La representación la deciden los trabajadores”, defiende el secretario de Organización de esta central. Para su homólogo en CCOO, los datos evidencian que el ‘bisindicalismo’ tiene cuerda para rato. “Cuando aparecieron [en referencia a Somos] se auguraba por parte de muchos voceros u opinadores que en el movimiento sindical pasaría lo mismo que en la política, es decir, que los partidos emergentes romperían el bipartidismo. Pues eso ha pasado parcialmente en la política, pero de ningún modo ha ocurrido en el sindicalismo”, sentencia. Y añade: “la desafección es un debate permanente, y los promotores de este sindicato lo saben. La mayoría vienen de Comisiones y son bastante más mayores de lo que quieren aparentar”.
Los datos también le dan razón en este sentido: el 68% de los afiliados de Somos tienen más de 40 años. Y hasta sus propios militantes reconocen que las nuevas generaciones deben movilizarse más. “La juventud tiene que dar el paso y no resignarse”, insiste Ferrer. A todos les indigna la reforma laboral y la tendencia hacia la precarización del trabajo. Por eso aseguran que lucharán por que haya una renovación en el sindicalismo español, porque “el adversario es la empresa, no CCOO ni UGT”. Pero Torrico, nostálgico, lo ve también de otra manera: “Si mañana me dicen que Somos desaparece y que los sindicatos van a tener la conciencia social de antaño, yo firmo ahora mismo”.