Paula (nombre ficticio) no tuvo suerte en su primer día de vida. Tres infartos cerebrales sirvieron para anunciar a sus padres que la niña quedaría con secuelas para siempre y los médicos lo confirmaron: habría suerte si la pequeña aguantaba más de un año con vida. Por eso aquella ceremonia era un momento feliz. Primero porque Paula había roto los pronósticos y seguía latiendo. Y segundo porque a su lado en el bautizo, respondía como padrino Carlos Llorca, el financiero, el gran blanqueador, el hombre de los mil nombres que con su dinero y sus contactos podía garantizar que a Paula no le faltara nunca nada.
Nada sabía la pequeña de aquel hombre, bohemio y discreto, que se convirtió un año después en el prófugo más buscado por la policía española, que cambió su rostro para no ser identificado y que sobornó con dos millones de dólares a la policía venezolana para protagonizar una fuga de película escapando de los agentes españoles en una avioneta. El hombre que se marchó con el dinero de los 230.000 clientes de Fórum Filatélico y con el de su familia. Y que tras comprometerse a cuidarla, la dejaría tirada sin su tratamiento para llevar una vida de lujo en su escondite venezolano, tal y como demuestran las imágenes de este reportaje. Una vida que aún hoy disfruta en su nuevo escondite, en algún lugar del globo.
Fiestas con mariachis y karaoke
El de Llorca y el padre de Paula fue un pacto entre caballeros. El financiero se comprometió a cuidar de su familia mientras Javier (también un pseudónimo) cumplía 15 años de condena por narcotráfico. Una condena provocada por los presuntos manejos de Llorca. Antes, ambos amasaron una fortuna millonaria metidos en el ladrillo, así que el arreglo fue sencillo. Mientras Javier pisaba la cárcel y guardaba silencio, Llorca se encargaría de cuidar de su familia y cada mes, les haría llegar un sustento en efectivo. En una caja de seguridad en Lisboa, juntos tenían 30 millones de euros en distintas monedas. Y eso era solo una parte.
Con la mitad de aquello, Paula podría seguir con su terapia, recibir atenciones neurológicas y emprender el duro camino hacia una vida más digna. Sin embargo, lejos de cumplir su palabra, su padrino la traicionó. En menos de un año Llorca se desentendió de ella mientras su padre estaba entre rejas. El hombre que nadaba en dinero, dejó a la niña con una incapacidad del 76% al amparo de la nada y desapareció.
Bajo el radar de la policía, Llorca y sus millones pusieron rumbo a Isla Margarita, donde se escondió en una zona modesta de la región venezolana. Por fuera, la casa parecía una vivienda mas de clase media de la zona. Por dentro, contaba tal y como revelan las imágenes obtenidas por EL ESPAÑOL con todas las comodidades: piscina privada, frondosos jardines, servicio de catering e incluso una zona de juegos donde el blanqueador fugado –que ya se había operado la cara en dos ocasiones para no ser reconocido por los agentes españoles- celebraba sus fiestas al ritmo de los mariachis o cantando boleros en un karaoke.
De la 'city' a Marbella
El rastro policial de este catalán nacido en la Seu d’Urgell el 14 de octubre de 1949 se remonta a 1987, cuando los agentes tuvieron por primera vez conocimiento de sus andanzas como creador de sociedades en Isla de Man. En aquellas fechas, se consideraba imposible blanquear fondos por medio de la bolsa. Al parecer, suyo fue el mérito de conseguirlo. Y en su contra las primeras investigaciones judiciales en España por esta causa.
Desde entonces, los informes policiales de España, Alemania, Portugal, Bélgica, Andorra o Reino Unido le recuerdan seis pasaportes distintos (tiene también papeles británicos y venezolanos) y una decena de alias, todos ellos en distintas combinaciones de su nombre y apellidos (José Manuel Carlos Llorca Rodríguez) o grafías inglesas como Simon York. De aquella época es la fotografía que ilustra también este reportaje; la primera imagen nítida de su rostro antes de dejarse bigote y pasar por el quirófano.
En la capital inglesa, el blanqueador centraba sus negocios en el número 62 de Priority Rocad. A la par, Llorca captó importantes clientes al frente de la Cámara de Comercio española en Londres. El puesto le sirvió como plataforma para conocer a la oligarquía española que escapaba allí a mover su dinero negro. En sus viajes a España, utilizaba como oficina el céntrico hotel Fénix, en la Plaza de Colón de Madrid.
Carlos era un hombre discreto y bohemio que destacaba entre los tiburones financieros de la city porque nunca comía carne. Vegetariano desde hace años, sus allegados le definen como una persona espiritual, mística y precavida hasta el exceso. Todo le iba de cara hasta que su mujer decidió abandonarle -a él y a sus dos hijos, Adán y Linda- para marcharse a Brasil a vivir con una secta.
El poliamor de pago
Tras reponerse, viajó por medio mundo en busca de clientes: desde dictadores africanos a traficantes de armas rusos. Corría el año 92 y su negocio era cada vez más boyante: crear sociedades a nombre de terceros para mover dinero en paraísos fiscales. Carlos cobraba 7 millones de pesetas (42.000 euros) por abrir una empresa. Y creaba cientos de ellas al año.
Fue entonces (1993) cuando decidió dejar Inglaterra para instalarse en Marbella. Quienes le conocen bien aseguran que allí encontró dos de sus grandes pasiones: el buen tiempo y las mujeres bonitas. Por eso montó su base de operaciones ficticias en un polígono industrial de Coín mientras compraba dos viviendas de lujo en un conocido edificio de Puerto Banús (pagaba 800 euros al mes solo de comunidad), para adquirir después una mansión de 7.000 metros cuadrados que contaba incluso con una sala de cine. Allí abrió también Pharus Ibérica, que sobre el papel nació como editorial de libros naturistas. “Eran años en los que nadábamos en dinero y los billetes de 500 euros volaban”, recuerda uno de sus principales colaboradores de entonces. Fue ahí cuando Llorca comenzó a compartir la casa con las que él mismo denominaba “sus mujeres”.
Según sus colaboradores, el blanqueador tenía en su mansión varias suites de lujo, que ocupaba cada cierto tiempo con distintas modelos. Las jóvenes, llegadas de todas partes del mundo, compartían casa y vida con él a cambio de un importante sueldo mensual, la posibilidad de estudiar en costosas universidades y otros gastos a cargo del blanqueador.
“Las chicas eran espectaculares”, explica a EL ESPAÑOL otro de sus hombres. “Las mejores mujeres que he visto. Lo que hacíamos era organizar una especie de casting entre las mejores agencias de modelos del mundo. Traíamos a Marbella chicas desde Argentina, China o La India, ocho o diez por lo menos, y pasaban una semana con nosotros. Carlos las agasajaba, las paseaba en helicóptero, y luego escogía a las cuatro que más le gustaban para que se quedaran a vivir largas estancias en la casa. Solo en el último casting nos gastamos más de 50 millones de pesetas (300.000 euros)”.
Droga de la mafia italiana
En 1994 el nombre de Carlos Llorca apareció por primera vez vinculado con el narcotráfico. La Audiencia Nacional investigaba la llegada de un cargamento con 110 kilos de cocaína al puerto de Barcelona. Un posible envío de la mafia italiana que dio cuerpo a la llamada Operación Vidrio. La droga entraba a España por barco y -según la Guardia Civil- Llorca era el encargado de blanquear las ganancias por medio de dos empresas cotizadas. La investigación se saldó con 55 detenidos, pero Carlos no estaba entre ellos.
Desde el extranjero, el financiero fugado se comprometió por carta ante Baltasar Garzón a regresar a España para dar explicaciones, siempre que no fuera detenido. Fue el propio Garzón quien le procesó después para que entrara en prisión. Y fue el Supremo quien le absolvió en 2003 por falta de pruebas, pese a estar en busca y captura. Con regodeo, Llorca llamó después Garzón Investment a una de sus tapaderas para mover dinero.
Fue en esos nueve años (entre 1994 y 2003) cuando Llorca operó con total libertad en España. El financiero creó junto al padre de Paula una inmobiliaria y, según recuerdan quienes le rodeaban entonces, su nivel de vida era insultante. Los coches de alta gama y los viajes de lujo fueron una constante, acompañado siempre de alguna de sus concubinas. Llorca tenía tanto dinero que llegó a montar una especie de ambulatorio en su casa para ser atendido de sus dolencias médicas. “Era muy hipocondríaco y no le gustaba ir al médico. Le gustaba que el médico viniera aquí”, recuerda alguien que compartió con él gran parte de aquellos años.
Cada cierto tiempo, un colaborador viajaba a Lisboa, donde guardaba gran parte de su dinero en efectivo, para hacer un envío. Llorca nunca tocaba los fondos. Nunca se manchaba. “Era una máquina que lo hacía todo de cabeza”, recuerdan quienes le trataron entonces. Con la rehabilitación de un edificio en Manresa, el financiero y su entorno sacaron limpios 1.100 millones de pesetas (6,6 millones de euros). Entre 1995 y el año 2000, facturaron 96 millones de euros solo en costes de obra. Y eso sin contar el gran negocio que le hizo operarse la cara y desaparecer de España: el caso Fórum Filatélico.
El fugado de la Operación Malaya
La actividad del blanqueador fugado en España le llevó a ver su nombre en los principales sumarios contra la corrupción financiera de la época. Primero apareció en el caso Ballena Blanca. Luego en la Operación Malaya, donde la policía le acusa de pagar más de cuatro millones de euros en comisiones a Juan Antonio Roca, ex responsable de Urbanismo del ayuntamiento de Marbella. Y para terminar, los hombres de la UDEF que le siguen la pista desde hace años le consideran el dueño real y organizador de la estafa de Fórum Filatélico. Para ellos, Carlos Llorca es el principal responsable de que 230.000 clientes perdieran su dinero y de que el entramado de los sellos se utilizara para blanquear dinero de actividades mafiosas como el tráfico de armas y el crimen organizado.
Fue en 2005, mientras estas causas estaban en su máximo apogeo, cuando Llorca protagonizó su salida de España y desapareció. Entre sus allegados sembró el rumor de que se había marchado a Beirut, donde vivía abrazado a la religión musulmana y vendiendo armamento a distintos señores de la guerra. Incluso dejó pistas falsas como una supuesta dirección en un hotel de El Cairo para ser localizado.
En realidad, tal y como reflejan las imágenes de este reportaje, Carlos Llorca se escondía en Isla Margarita (Venezuela), donde compró un lujoso rancho que se convirtió en su escondite. Allí, el financiero se operó dos veces la cara y residió escondido con Andreina, la joven de 20 años que conoció en España y que se convirtió en su pareja. Hasta dar con él, la Audiencia Nacional mantuvo una pieza secreta durante cuatro años. En ella, sus colaboradores confiesan por ejemplo la intención de Llorca de comprar al Fiscal Jefe de Málaga por medio millón de euros para arreglar sus problemas judiciales en Marbella.
La gran evasión
La fecha clave de su historia de película se produjo en marzo de 2008, cuando el juez Oscar Pérez, instructor del caso Malaya, y los agentes de la UDEF se embarcaron en un avión rumbo a Venezuela. Juntos llevaban tres años rastreando las huellas del blanqueador desde España a Isla Margarita. Tras seguir a su sobrino, localizar documentación oculta en Londres e interrogar a su principal colaborador, los agentes dieron con la guarida del fugado en Isla Margarita, tal y como adelantó Interviú. De allí son la mayoría de las fotos de este reportaje. De las fiestas en las que Llorca seguía manteniendo contacto con amigos mientras estaba buscado por medio mundo.
Al lanzarse la operación, fue la policía venezolana –ya que la española no tiene jurisdicción en Isla Margarita- quien aseguró que el preso estaba ya localizado y en sus manos. Sin embargo, era mentira. Cuando los agentes españoles llegaron al lugar para llevárselo, se encontraron con que el blanqueador había escapado de ellos sobornando a los agentes y montado en una avioneta. Adiós al hombre de las mil caras. Al gran blanqueador. Al estafador de Fórum y al padrino que dejó tirada a Paula. Desde aquel día, hace ya ochos años, Llorca se borró del mapa. Y hasta hoy… nunca más se supo.